Jacqueline Peschard
La Crónica
16/06/2021
Muchos temíamos que el presidente López Obrador se rehusara a reconocer los resultados de las elecciones, ahí donde le fueron adversos, pero no fue así. Sin embargo, fiel a su discurso favorito de confrontación, antes de que concluyera el cómputo oficial de los votos, arremetió en contra de quienes no favorecieron a Morena, acusándolos de pertenecer a la clase media.
Su discurso denostador de quienes critican a la 4T se había focalizado en grupos específicos de la sociedad, tales como intelectuales y periodistas críticos, académicos, e integrantes de organizaciones de la sociedad civil. En esta ocasión, AMLO amplió su juicio descalificador a toda la clase media, acusándola de ser la causante de los votos en contra de Morena, especialmente en su bastión tradicional de la Ciudad de México, donde, según el INEGI, el 51.5% de las viviendas son de clase media. Aunque dicha población está distribuida por toda la entidad y no sólo en las alcaldías que ganó la Alianza opositora, el presidente enfiló sus baterías en su contra.
Sabemos bien que la categoría de clase media es compleja y difícil de ubicar porque incluye a personas con ingresos muy diversos y con variadas inscripciones en el campo laboral, abarcando desde profesionistas, comerciantes, empleados de los sectores público y privado, maestros, etc. Pero, las clases medias son un concepto social y políticamente relevante porque identifican a grupos que tienen en común su apuesta por la movilidad social, su deseo de mejorar su condición económica y de tener acceso a diferentes satisfactores sociales, empezando por la educación. Por ello, son un indicador del nivel de desarrollo de un país.
Para el presidente López Obrador, el defecto de las clases medias es que son “aspiracionistas” y conservadoras, pues quieren “salir adelante a toda costa”, pero, sobre todo porque son incapaces de dejarse convencer por el proyecto de la 4T. En contraste, los grupos más desfavorecidos y marginados le son leales porque son los beneficiarios de las políticas sociales de su gobierno, que, de acuerdo con la encuesta de salida de El Financiero, 70% de dichos beneficiarios votaron por Morena.
Centrar el debate político en un discurso de lucha de clases expresa una clara pulsión autoritaria del gobierno de López Obrador. Detrás, hay una concepción selectiva y excluyente de su gobierno que sólo es capaz de reconocer a aquellos que se alinean a su proyecto y votan por él. Con su discurso antagónico a las clases medias, desconoce el derecho de 4 de cada 10 hogares del país a ser reconocidos como interlocutores de su gobierno, asumiendo la bandera antidemocrática de la exclusión.
El énfasis que AMLO ha puesto en sus políticas de rescate a los más pobres no está reñido con reconocer el derecho de las clases medias a ser parte de su proyecto de gobierno. Desacreditarlas moralmente es, además, un absurdo, porque la burocracia de la 4T y él mismo son miembros de las clases medias.
Pero, lo más grave es que al abanderar un discurso de lucha de clases, AMLO ahonda la polarización de la sociedad mexicana y alimenta el rencor social y el odio. Es cierto que siempre se ha negado a utilizar su legitimidad de origen para convocar a la reconciliación social y erigirse en un gobierno de todos, pero éste era un buen momento para hacerlo. La elección hizo evidente que existe un electorado diverso y complejo, que ofreció su respaldo mayoritario a la coalición de gobierno, pero puso límites a su control centralizado sobre la definición de reformas legales y políticas, obligándolo a negociar y a construir acuerdos, es decir, a reconocer la pluralidad de nuestra sociedad.