Fuente: La Crónica
Ciro Murayama
En 1995 la economía mexicana se contrajo en 6.2 por ciento. La reducción del PIB, entonces, sólo duró un año, merced el auge exportador del sector manufacturero del país, que se vio beneficiado por la devaluación del peso, por la entrada en vigencia del TLCAN y, sobre todo, por el auge que vivía en esa época la economía de los Estados Unidos. Con todo, la crisis de 1995 generó 15 millones de pobres adicionales en nuestro país.
En 2009 la caída del PIB en México será, según la Cepal, de entre 6 y 7 por ciento y, de acuerdo a la más reciente estimación del Fondo Monetario Internacional, de 7.3 por ciento. Pero ahora Estados Unidos, como el mundo entero, está en crisis (en vez de crecer, su economía este año también se contraerá, en 2.3 por ciento, prevé el FMI). El sector manufacturero mexicano, además, se encuentra, a diferencia de 1995, en una severa crisis, agudizada por la coyuntura internacional pero que viene de antes, pues desde el inicio de la década ha perdido más de un millón de empleos. En junio de 2009, la contracción de la actividad industrial fue de 10.6 por ciento respecto al año anterior.
La situación es peor en la manufactura, sector que genera las exportaciones de más alto valor agregado: la caída anual en junio del PIB manufacturero fue de 15.2 por ciento, y afectó la producción de equipo de transporte, industrias metálicas básicas, equipo de computación, comunicación, medición y de otros equipos, componentes y accesorios electrónicos, productos metálicos, maquinaria y equipo, productos elaborados con minerales no metálicos, equipo de generación eléctrica y aparatos y accesorios eléctricos; prendas de vestir, así como la industria del plástico y del hule.
Para decirlo en breve, nuestro país se desindustrializa a pasos agigantados. El sector más moderno de la economía se achica, nuestra capacidad para generar bienes complejos a través de procesos productivos sofisticados está en declive. Ello implica que, desde el punto de vista de la capacidad productiva nacional, nos hacemos un país más subdesarrollado. Calzará, así, mal la calificación de México como “un país en vías de desarrollo”, pues vamos en dirección contraria. No hay ventas y no hay crédito. Por ejemplo, en 2008, cuando las cosas todavía no iban tan mal, el financiamiento otorgado por la banca comercial a las empresas productivas fue sólo de 44.67 por ciento de lo que representó en 1994, de acuerdo con datos del Monitor de la Manufactura Mexicana, a cargo de la Facultad de Economía de la UNAM y de la Canacintra.
En el plano social, aún antes de que iniciara la crisis, en México se tenían cinco millones de pobres extremos, más de los que se contaron en 2006. Con la crisis, el panorama es terrible, pues podríamos acabar con más de 20 millones de pobres adicionales, esto es, sumiendo a la pobreza a una quinta parte más de la población. Si las cosas siguen por el derrotero actual, acaso sólo un tercio de la población escapará de alguna situación de pobreza. ¿Qué sociedad, qué país, es manejable con esos abismos?, ¿cómo evitar el deterioro no ya de la cohesión social que se está deshaciendo, sino de una convivencia mínimamente aceptable, civilizada?
Los datos de expansión de la pobreza, del drástico aumento en el número de familias que no podrán salir adelante en los meses y años por venir son el indicador más grave y severo de la crisis. Es ese el dato clave y no el faltante de ingresos en las finanzas públicas, que de cualquier manera ofrece un panorama sumamente complicado. Pero la ecuación debe de tener como variable independiente el resultado social y como dependiente a las finanzas públicas, y no al revés. Es decir, lo importante es priorizar que no aumente más la pobreza, aunque nos endeudemos coyunturalmente. Y no lo contrario: que en aras de mantener ciertos agregados nominales de la macroeconomía en orden no incurrir en un déficit público similar al que encaran otras economías que sí están aplicando políticas anticrisis permitir que siga aumentando el número de excluidos.
El daño social también viene por el deterioro en el empleo. Aunque el presidente Calderón presuma que nuestra tasa de desempleo sea tres veces menor que la de España, la situación es crítica. Para empezar, porque en aquel país hay seguro de desempleo, pero también porque esa tasa es la de desempleados sobre empleados formales. Si nosotros hiciéramos un ejercicio similar (tomar el desempleo abierto sobre el empleo formal), tendríamos una nada presumible tasa de desocupación en este momento de 16.5 por ciento. De las más altas del mundo, pero sin red de protección social. De octubre de 2008, al inicio de la crisis, a julio de 2009, se perdieron 677 mil empleos formales en el país. Y conviene entender que el refugio no podrá seguir siendo la informalidad, pues ésta también tiene límites y depende de que haya ingresos, que están en declive, para poder funcionar. Queda, eso sí, la delincuencia.
Si en el pasado remoto los mexicanos sabían que sus hijos iban a vivir mejor que ellos, en los últimos años esa certeza se perdió y la noción de progreso social se detuvo. Pero ahora lo que se empieza a saber es que a los hijos les irá peor que a los padres, que vivirán en condiciones más difíciles, si es que pueden vivir.
De verdad “no hay mucho que inventar”, como dice el presidente o, en cambio, es la hora de replantear muy seriamente la política económica, si es que aún hay tiempo.