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El debate público

La discusión sobre la mariguana

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin embargo

29/10/2015

Escribo sin conocer aún la decisión de la Primera Sala de la Suprema Corte de la Nación respecto al  amparo solicitado por  la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante (SMART) que permitiría a sus agremiados el cultivo de mariguana para uso recreativo sin fines de venta. Cuando lean estas líneas ya sabremos si fue otorgado el amparo, si fue negado, si se turnó el asunto al pleno de la Corte o si se pospuso el debate. De cualquier manera, la deliberación pública sobre el tema ha dado ya un vuelco de dimensiones inimaginables hace apenas unos años.

Varias veces he recordado cómo, durante la campaña presidencial de 2000, Gilberto Rincón Gallardo, candidato de Democracia Social, se incomodaba cuando su equipo de asesores le decía que en determinado acto era oportuno abordar el tema de la legalización de las drogas incluido en la plataforma electoral del partido. Si no le quedaba más remedio, lo exponía pero en voz baja, como para que los reporteros no lo notaran, cosa que ocurrió: el tema pasó inadvertido, cuando ya los efectos catastróficos de la prohibición se dejaban sentir en la sociedad mexicana por su cauda de violencia. Seis años después, Patricia Mercado, candidata de Alternativa Socialdemócrata, retomó el asunto, pero a lo más que se atrevió fue a decir que era partidaria de despenalizar el debate.

El consenso alrededor de la prohibición parecía hace apenas nueve años indestructible y quienes criticábamos un arreglo evidentemente fallido éramos considerados unos orates  que nos atrevíamos a cuestionar la política con mayor respaldo internacional de todas las amparadas por el sistema de Naciones Unidas y que era especialmente impulsada por los Estados Unidos. En la academia misma, donde la idea del fracaso de la prohibición era desde hace décadas la opinión predominante, imperaba el escepticismo sobre la posibilidad de una reforma liberalizadora que acabara con los males derivados del despropósito de tratar de restringir un mercado combatiendo policialmente a la oferta y encarcelando a los consumidores. No eran excepcionales los investigadores que, después de hablar del absurdo de la prohibición, afirmaban que un cambio de política era impensable en el mediano plazo y que no lo veríamos en nuestra vida.

Mientras aquí en México los daños colaterales a la prohibición se intensificaban, en Europa hacía décadas que había comenzado una defección blanda respecto a las reglas impuestas por el sistema internacional de control de drogas. Desde los años ochenta del siglo pasado, para enfrentar la epidemia de heroína que los atenazaba, varios países europeos había echado a andar políticas de reducción de daños que desoían los llamados al endurecimiento de la persecución hechos desde los Estados Unidos y reflejados en el llamado a la criminalización de los consumidores de la convención sobre drogas de la ONU de 1988. Muy temprano, en la década de 1970, los Países Bajos habían adoptado con éxito un enfoque pragmático y liberal que, sin romper con los tratados internacionales, implico una despenalización del mercado de la mariguana y un enfoque de reducción de daños no persecutorio respecto a otras drogas.

Si bien toda la prohibición de sustancias psicoactivas es absurda, no todas las drogas ilegales son igualmente peligrosas, por lo que deben ser tratadas de manera diferente, con regulaciones específicas, aunque siempre desde la perspectiva de la salud, no de la criminalización. Precisamente por esas diferencias es que desde hace varios años los impulsores de la reforma a la política de drogas comenzaron en los Estados Unidos por la mariguana, primero con la promoción de sus usos terapéuticos, con el objetivo de combatir los mitos que, con claros objetivos racistas, habían difundido quienes impusieron su ilegalización en los primeros años del siglo pasado. Harry J. Anslinger, el primer zar antidrogas de aquel país, clamaba por la persecución a la cannabis con dichos como que fumar mota hacía que los morenos pretendieran ser iguales a los blancos. Así de científicos fueron los argumentos en los que se basó la prohibición.

Si el proyecto de Arturo Zaldívar es aprobado por la Corte, México habrá dado un paso gigantesco para resarcir parte del daño enorme que la prohibición ha causado sobre todo a los consumidores, que han sido tratados como criminales, estigmatizados, extorsionados y encarcelados. Como bien lo ha documentado Catalina Pérez Correa, la mayoría de los presos por los llamados delitos contra la salud en las cárceles federales son en realidad consumidores que no le han hecho daño a nadie, en la mayoría de los casos ni a ellos mismos, ya que el consumo de mariguana tiene riesgos relativamente bajos, como bien señala el proyecto de Zaldívar, que no ameritan su prohibición y mucho menos el encarcelamiento de quienes la usan en estricto uso de su autonomía como individuos.

El amparo no legalizará la mariguana en México, ni acabará con la tragedia social que la prohibición ha causado. Incluso si mañana se regulara con sensatez a la cannabis, la violencia y el poder de los traficantes seguiría ahí, porque mantendrían el mercado de otras sustancias ahora más redituables y porque las ganancias de la prohibición les ha permitido armar ejércitos para diversificar sus actividades depredadoras, pero sí se abriría la puerta para hacer justicia a los consumidores encarcelados por posesión simple de cantidades superiores a las establecidas en la ridícula tabla de umbrales de la Ley General de Salud.

La discusión del absurdo de la prohibición de las sustancias psicoactivas no se agota en la mariguana. Hace falta todavía mucho trabajo para que los defensores de la estrategia fracasada, como el inefable Arturo Escobar, entiendan que es falso que la contención policiaca es mejor que la regulación sanitaria y la tolerancia. Los delincuentes no le piden el INE a los niños y jóvenes a los que venden sus productos adulterados y la demanda se mantiene constante para seguir nutriendo las arcas de los empresarios especializados en los mercados clandestinos. Sin embargo, los pasos dados son ya un gran cambio que vale la pena celebrar.