Ricardo Becerra
La Crónica
25/02/2018
Se trata de una torre de catorce pisos y 56 departamentos que había sido lastimada ya por el sismo de 1985. A cuarenta metros hacia el poniente, su gemela fue dictaminada y desahuciada: debe ser demolida porque representa un peligro para la seguridad de todos. Pero ésta —su vecina, Centauro— se debate en un dilema extremadamente serio. Luego del sismo del 19 de septiembre los vecinos —presurosos— contrataron un especialista (ya saben, un revelador DRO) y obtuvieron un dictamen privado: el edificio se puede salvar, existen las posibilidades de reforzarlo y mantenerlo en pie.
Pero tocó el turno a la máxima autoridad de la Ciudad, los expertos del Instituto de Seguridad de las Construcciones y la conclusión fue más sombría: debe demolerse.
Un mismo edificio, dos dictámenes enfrentados y una división vecinal partida casi exactamente en dos. La discusión sube de tono cuando los condóminos de enfrente dan paso a la inmensa maquinaria, cercan los alrededores y comienzan su proceso de destrucción, en el edificio más alto, severamente dañado el 19 de septiembre en la Ciudad de México.
Un bando: los que quieren que un edificio tan impresionantemente dañado se refuerce no son dueños o no pueden demostrarlo. Otro bando: los que adoptan la demolición han hecho remodelaciones internas que han debilitado la estructura, los muros de carga y han comprometido la seguridad de todos.
Frente a una mole inmensa, una enorme adversidad, una comunidad radicalmente dividida, Centauro necesitó una tercera opinión, del mejor ingeniero estructurista del país para tratar de salir de la trampa de su propio empate y trazar el mapa del futuro patrimonial de 56 familias.
Otra cosa ocurre en la colonia Anzures, en la calle de Copérnico, a unas cuadras del boyante Nuevo Polanco. En una de las delegaciones que mejor libraron la aceleración sísmica; sin embargo, recibe un impacto mayor en un edificio chaparrón de los años cincuenta que queda severamente castigado. No hay duda: ésa es una estructura que ya no tiene remedio pero… nadie puede responder por ella, las autoridades deben tumbarla, pero nadie tiene papeles, nadie puede acreditarse como dueño del lugar donde habitaban o trabajaban. Nunca nadie se regularizó.
Son 26 familias y siete negocios en los que ¡todos! no han pagado su impuesto predial ¡durante décadas! Y por eso la Tesorería sostenía un litigio de embargo mucho antes del terremoto. Así que cuando se demuela ¿quien quedará con la posesión de un terreno estratégicamente ubicado y de una enorme plusvalía?
El derecho, los benditos abogados, tienen una sola salida: serán los tres dueños originales. Diez, veinte e incluso, cuarenta años años de trabajo y habitación, sin posibilidad de demostrarlo, hacen que el suelo y la construcción de un predio demolido vuelva como un regalo inesperado a las manos de las personas que lo habían vendido hace más de un cuarto de siglo. Un ejemplo palmario del legendario desarrollo irregular de la Ciudad. La Reconstrucción aparece así —repentinamente— como una oportunidad de regularización.
Y en el sur, Avenida Pacífico, un edificio extraordinariamente bien ubicado, pero también, lleno de detalles constructivos estrambóticos: un tinaco de 16 mil litros arriba de seis pisos; una torreta que rompe la geometría y de confusa utilidad; una planta baja de columnas delgadas; al lado, lo que parece ser un activo ojo de agua y una cimentación que no se corresponde en tamaño ni en profundidad a la mole que soporta.
El daño es aparatoso. Y aunque el dictamen de ingenieros es que se puede reforzar, la salida puede devenir demasiado cara. Probablemente es mejor tirar y comenzar de cero. Falta el estudio.
La Asamblea de vecinos lo considera, le da vueltas a la idea, quizás la ley de Reconstrucción proponga una vía alternativa mejor. Uno de los dueños de los departamentos, uno de los más veteranos, sin embargo caviló y no pudo dormir esa noche: ¿y si tiramos, queda el suelo, y nadie responde ni viene en nuestra ayuda? ¿y si nos quedamos a merced de la más cruda voracidad inmobiliaria? Quizás sea mejor ser dueño de una ruina que ser un hipotético beneficiario de la nada por venir.
Los dilemas de los damnificados son graves, múltiples, yuxtapuestos. También de las autoridades. En ningún caso son banales y cada uno condensa el patrimonio de una vida.
Encontrar la mejor solución no será un acto tecnocrático (tomen esta opción y punto). Tampoco la magia populista (decidan lo que quieran, que el Estado proveerá). Toda salida, en serio, deberá ser muy discutida, muy estudiada, con compromisos estatales firmes, pero sobre todo, con el convencimiento y la concertación vecinal. La dimensión última, el eslabón final de ésta, la Reconstrucción…en democracia.
El autor es Presidente del Instituto para la Transición Democrática. Fue Comisionado para la Reconstrucción de la CDMX.