Rolando Cordera Campos
La Jornada
07/06/2020
Estamos en aprietos. Acorralados tanto en nuestra seguridad sanitaria y vital como por la economía de cuyo desempeño dependen muchos de los recursos para asegurar la vida y su reproducción. Ni un flanco ni otro merecen el trato descuidado que les damos; frivolidad para la que no puede haber justificación alguna por una sola y poderosa razón: el estado de ánimo y la visión, la ocurrencia o, simplemente, la necedad hacen política y junto con ella pueden también hacer sentido común.
La economía ha dejado de estar en la penumbra y como escribiera recientemente James Galbraith: se ha desmoronado el castillo de naipes. Un mundo entero de ilusiones, autoengaños y sofismas ha muerto. El espejismo es la economía tal y como la conocemos
. Tal cual son, crudas y duras, naturaleza y economía se nos presentan desnudas. El bicho simplemente continúa su curso y ataca sin cuartel, en tanto que los encargados de dar curso a la economía se muestran incapaces de generar modos flexibles, resilientes
se les llama, para medioadaptarse a la nueva y agresiva circunstancia.
Muchos pensamos que el golpe de 2008 sería rotundo y nos obligaría a reconsiderar como sociedad, Estado y academia nuestras certezas. La magia del mercado
, mistificada por el presidente Ronald Reagan, derivó en abuso inaudito de la innovación financiera: el conocimiento físico y matemático fueron puestos al servicio de la más desenfrenada ambición financiera de la historia. El edificio de creencias y prepotencias crujió, pero la rápida acción correctiva emprendida por el presidente Barack Obama y Ben Bernanke, a la cabeza del Banco de la Reserva Federal, parece haber sido decisiva para impedir un derrumbe de proporciones catastróficas.
La recuperación inició a paso lento, pero el capital financiero recuperó confianza en sí mismo y sus sofismas; se abrió paso la superchería de una crisis de deuda en Europa y se impuso la austeridad como vía dolorosa para una consolidación fiscal que sonaba más bien a cruzada por el Santo Grial. Estados Unidos se puso en modo recuperación y Donald Trump auspició la resurrección de viejas manías oligárquicas gringas en materia fiscal: rebajar impuestos a los ricos, a la larga beneficia a todos… Siempre y cuando haya paciencia.
Y en esas estábamos, deshojando la margarita de la cuija económica, cuando llegó el coronavirus. De la emergencia sanitaria se pasó a la autocontención económica; y de ahí a la desocupación masiva.
Ante esta perspectiva ominosa, empresarios y académicos de diversas inspiraciones propusieron un acuerdo nacional para defender el empleo y, para ello, proteger las empresas que dan ocupación e ingreso. No se trataba de rescatar
a nadie, menos de beneficiar desfachatadamente a algunos ricos consentidos. Con evidencia suficiente y una proyección razonada de lo que se gestaba, se habló de posponer el pago de impuestos, no de condonaciones y, aquí sí, hasta de condonaciones en el pago de cuotas de seguridad social y otras.
El rescate era de todos y para todos, buscando un poco de justicia para quienes, obligados por la circunstancia, incurrían en el alto costo individual del desempleo en aras del también alto beneficio social que es proteger la salud, propia y ajena. Todo esto implica más gasto público y justifica, por sí solo, recurrir al endeudamiento para no dañar a otros.
La deuda puede pagarla la economía si se recupera, y el Estado traza un rumbo mejor. No es un misterio y muchos países lo han logrado en diferentes momentos.
La austeridad es discutible como virtud teologal de la finanza pública. La austeridad mental, puede llevar a renunciar al razonamiento político y económico ilus-trado por la experiencia internacional e histórica. Lo republicano no es transmisible a lo aldeano que de franciscano tiene muy poco.