Rolando Cordera
El Financiero
09/02/2023
Si por economía entendemos ocupación y empleo dignos, crecimiento sostenido y socialmente satisfactorio, algo de estabilidad y demás, el resultado no es lo prometido. Después de tantas crisis, caídas y empantanamientos, cualquiera puede decir desde sus respectivos púlpitos de poder que, al final de cuentas, la economía no importa sino saber quién manda, como señaló Humpty Dumpty. Y en esas andamos, aunque, como habría dicho nuestro querido maestro Emilio Mújica, “sin embargo se mueve” y así la economía.
Hay ganancias que llegan a ser estratosféricas, como pueden ser los dividendos de las grandes empresas. Los bienes raíces pasan de mano en mano y el desempleo denominado abierto se mantiene en coeficientes notablemente bajos; muchos estamos ocupados y no pocos tienen considerables ingresos, aunque la informalidad laboral y productiva se extienda.
Sea que nos hayamos vuelto inmunes a tantas y tan repetidas crisis y tropezones, o que la misma disciplina tenga enormes fallas de concepto y entendimiento, al grado de generar una “ciencia” irresponsable y al final “avergonzada”, como dijeron varios respetados colegas a la luz de los desastres de 2008-2009, el hecho es que sin tomar en cuenta las voluptuosidades y veleidades de eso que llamamos economía, no podremos avanzar un ápice en la superación de lo que debería importarnos a todos, más allá de nuestras respectivas creencias o convicciones.
Lo verdaderamente importante es atender las enfermedades; atajar el ensanchamiento de las desigualdades; evitar el aumento de las pobrezas; reparar las incapacidades y vulnerabilidades de los sistemas de salud; impedir que los avances técnicos, impulsados por una ciencia en auténtica expansión, sean secuestrados por intereses minoritarios. Evitar que se impongan bloqueos arbitrarios a la libre circulación de ideas, capacidades o mercancías, lo que sólo puede acercarnos a conflagraciones mayores. En fin, ahora de nuevo como en los albores de la civilización que sigue con nosotros, lo que encabeza la lista de prioridades del globo es la supervivencia, la posibilidad de convivir en paz y constructivamente.
Frente a estas realidades, insistir en reflexionar en torno a las ideas y experiencias de nuestros grandes es imprescindible tanto como evitar obsesiones como la de atribuir al mercado ser fuente inagotable de invenciones, maravillas y destrezas… que las tiene, pero no para todos ni necesariamente para bien.
Angus Deaton, premio Nobel de Economía y agudo crítico de la profesión y sus profetas, nos invita a recordar a Keynes: “El problema político de la humanidad, nos advirtió el sabio, es cómo combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. Y agrega: “Necesitamos superar nuestra fijación con el dinero como única medida del bienestar humano. Necesitamos un mejor conocimiento de la manera como los sociólogos piensan. Y sobre todo, necesitamos pasar más tiempo con filósofos, recapturando el territorio intelectual que solía ser central para la economía”.
Un renovado pensamiento económico parecería estar así, de nuevo, en primer lugar del orden del día de la eventual agenda de reforma e innovación institucional que el mundo, global y alambrado de nuestros días, exige para volver a funcionar de manera mínimamente satisfactoria; humanamente satisfactoria.
Nosotros, a otra cosa. El Poder Ejecutivo de la nación aplasta lo que queda de la tradición constitucional heredada de aquel Querétaro de 1917; sus ayudantes se adentran en el juego de las sillas y rompen cualquier idea de protocolo republicano y cívico; mientras los representantes de los otros poderes del Estado, en este caso la ministra Piña y el diputado Creel, se remiten a sus respectivas concepciones, esperanzas y experiencias como mujer y hombre de Estado. Que así se han comportado.
Las notas de nuestra economía política histórica y clásica que me permití traer a cuento, pueden coadyuvar a dar a su misión republicana, tan dignamente (re) estrenada este domingo en el Teatro de la República de Querétaro, robustez y fuerza. A ver si el mundo con sus arrebatadas vueltas, se digna esperarnos.