José Woldenberg
Reforma
27/04/2017
(Y no sólo francesa). Las reglas electorales no resuelven lo fundamental de la política -sus contenidos, sus orientaciones- pero sí ofrecen un cauce para la expresión, representación y alineamiento de las fuerzas enfrentadas.
Las elecciones presidenciales francesas deben ser leídas por lo que se encontraba y se encuentra en juego (todavía no acaban y faltan, en junio, las parlamentarias): opciones no solo diferentes sino diametralmente distintas. Desde la anti europea y xenófoba Marine Le Pen hasta el liberal con ribetes sociales y pro europeo Emmanuel Macron, pasando por otras 9 candidaturas. Sobre eso se ha escrito mucho y bien. Las siguientes notas solo quieren glosar el procedimiento y su lógica.
No se requiere ser demasiado sagaz para constatar que además del declive de las opciones políticas tradicionales (republicanos y socialistas) y la emergencia de nuevas y no tan nuevas ofertas, lo que los resultados electorales arrojan es una importante dispersión de los votos y una fragmentación equilibrada de los mismos. Las dos candidaturas que pasan a la segunda vuelta logran en conjunto el 45.3 por ciento de los votos (24.0 Macron y 21.3 Le Pen), seguidos muy de cerca por François Fillon, de Los Republicanos (20.0), y Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa (19.6). Esas cuatro candidaturas concentraron el 84.9 por ciento de los votos. Lo dicho: no solo dispersión sino equilibrio de fuerzas.
Las cuatro giraron en torno al 20 por ciento de los votos, con cada una de ellas se identificó uno de cada cinco votantes franceses. Si sumamos los votos obtenidos por Benoit Hamon, del Partido Socialista (6.4), y los de Nicolas Dupont-Aignan (4.7) tenemos que 6 candidatos concentraron el 96.0 por ciento de los votos, mientras que los 5 restantes en conjunto apenas alcanzaron el 4 por ciento. Es decir, 5 o 6 de los 11 candidatos resultaron apenas testimoniales o marginales (según el gusto), uno más, Hamon, resiente la caída y las escisiones en el Partido Socialista, y cuatro polos se disputaron el triunfo.
El sistema electoral francés permite, en su primera vuelta, la expresión de la diversidad de opciones que cruzan a la sociedad francesa. Desde las minúsculas que apenas cuentan con respaldo ciudadano hasta las que tienen un mayor apoyo social. Permite la expresión y recreación de su pluralidad y recoge los humores diversos y dispersos de ese conglomerado de pasiones, intereses, aspiraciones, malos ánimos, ansias de venganza, que solemos englobar bajo el término de sociedad. Hay incluso quienes señalan que la primera vuelta fomenta esa atomización, y en efecto, pero lo cierto es que la fórmula no excluye de antemano a nadie. Y el elector vota por su preferencia.
Pero la dispersión política que se expresó en la primera vuelta no es el capítulo final de la historia. Y las reglas francesas asumen que dada esa fragmentación no es conveniente apostar los destinos del país a la mayoría relativa. No solamente porque el 24.0 por ciento del ganador resulta demasiado precario, sino porque eventualmente ese candidato puede generar más rechazos que apoyos, y por ello, los dos más votados en la primera vuelta deben enfrentarse en una segunda y definitiva para conocer quién de ellos logra generar más adhesiones.
En esa segunda vuelta la sociedad francesa tendrá que optar entre dos candidatos. Los seguidores de Macron y Le Pen, en su inmensa mayoría, volverán a votar por sus candidatos. Pero el casi 55 por ciento de los ciudadanos que lo hicieron por las otras opciones, ahora tendrán que sufragar por su segunda o tercera opción o por el que les parezca el menos malo de los finalistas. Por ello, la misma noche en que se conocieron los resultados, los candidatos del Partido Socialista y de Los Republicanos no solo salieron a reconocer sus derrotas, sino que llamaron a «los suyos» a cerrarle el paso a la señora Le Pen y votar por Macron, que de ninguna manera significa, como la primera, un riesgo para la República y la democracia. Por supuesto los líderes no tienen en la bolsa a sus electores y éstos tienen la posibilidad de sufragar con entera libertad. Pero la primera encuesta realizada después de conocer los resultados de la primera vuelta, arrojaba una intención de voto por Macron del 62 por ciento contra un 38 para la señora
Le Pen. Veremos.