Ricardo Becerra
La Crónica
02/10/2016
¿Saben quienes son candidatos -este año- para el premio Nobel de Economía? ¿Saben cuál es el tema de investigación que les ha valido tal nominación? Me enteré este martes: los profesores Dale Belman y Paul Wolfson quienes anduvieron por aquí, en la Ciudad de México, como ponentes estelares en el Foro “Salario Suficiente”, convocado por varias ONG´s, la CEPAL y la Fundación Ford.
Resulta que su “Meta-estudio” es uno de los trabajos de la ciencia económica más relevante en el siglo XXI y se refiere…. ¡adivinaron! al efecto, la importancia, las instituciones y la política de los salarios mínimos en el mundo, publicado en 2014: What Does the Minimum Wage Do? (http://research.upjohn.org/up_press/227/).
Wolfson, además, dio una cátedra inaugural en un curso de especialización auspiciado el Consejo Económico de la Ciudad y por la UNAM -Facultad de Economía- al que acudieron el Rector Enrique Grauer, el Rector general de la UAM y el Director General del Politécnico Nacional. Todo un acontecimiento.
Resulta muy significativo que el salario mínimo haya alcanzado ya, una importancia capital en la era de la globalización, y también, que sus estudiosos sean economistas de talla mayor, pero ¿cuál fue su mensaje a México? Que la institución del salario mínimo es mucho más importante de lo que normalmente se cree y que su descuido, abandono o abuso introduce graves deformaciones al conjunto de la economía.
Estos profesores combinaron 200 estudios publicados desde 1991, en Estados Unidos, Canadá, Australia, Inglaterra, Nueva Zelanda y otros tantos países europeos. Mediante una rigurosa estadística destilaron el cúmulo de información para llegar a conclusiones generales: los salarios mínimos (bien manejados) establecen una línea de civilización, es decir, emiten una “señal” acerca del valor de lo más importante que poseen los hombres y mujeres de una sociedad: su trabajo.
Y algo más: el estudio de Delman y Wolfson demuestra la futilidad y falsedad de los modelos con los que se había estudiado el efecto del salario mínimo, modelos que sin embargo y vergonzosamente, siguen usando las autoridades monetarias (Banco de México) y laborales (Comisión de Salarios Mínimos).
Cito a Delman: “Los resultados empíricos, no coinciden con las predicciones básicas del modelo neoclásico”, modelo que por otra parte, es bastante viejo (fue diseñado en 1948, por G. Stigler). “El enfoque basado en el supuesto de un intercambio espontáneo, entre agentes con información perfecta y sin costos de negociación, no dan cuenta de la realidad en ningún caso estudiado”.
El tino de nuestros autores es particularmente relevante después de la crisis financiera de 2008: “En todo el mundo se ha vivido una desestructuración de las relaciones laborales, los sindicatos han perdido fuerza, los trabajadores acuden a la empresa en soledad y por eso, en condiciones desventajosas”, y es precisamente por esa debilidad de origen, que el salario mínimo adquiere tanta importancia: es la señal para que ninguna negociación entre un trabajador poco calificado (pero honesto) ocurra por debajo de un cierto umbral, el umbral civilizatorio, que distingue a la empresa moderna de la tienda de raya porfirista, o de la esclavitud por poner un ejemplo.
Luego de 25 años y después de 739 cálculos, llegan a una conclusión casi lapidaria: aumentos importantes, moderados, graduales y sostenidos en el salario mínimo, incrementan sustancialmente los ingresos de todos aquellos que se hallan en el fondo de la distribución y reduce la desigualdad.
Aumentos de esa naturaleza (significativos pero prudentes), no tienen efectos negativos en el empleo, y ojo: en ningún caso (al menos en el siglo XXI) provocan una inflación mecánica: por cada peso de aumento al salario, aumenta un peso el precio del producto o del servicio (supuesto fundamental del “estudio” presentado por Banxico).
Y atención feministas: el aumento –así- de los salarios mínimos tiene un sesgo de género, efectos positivos para las mujeres en el mercado laboral.
No hay política social que alcance (gasto del Estado) mientras el mercado produzca pobres, o sea, mientras pague por debajo de la línea de pobreza extrema. Es el caso mexicano: 73 pesos diarios quedan lejos, muy lejos, de los 89 que cuesta hoy, la canasta alimentaria. Por eso, dicen Delman y Wolfson, “El salario mínimo es un precio muy importante, es una política económica con mejores resultados que casi cualquier política social”. Se trata de un precio moral, la “señal” que el Estado emite acerca del tipo de sociedad y de civilización que queremos ser.