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El debate público

La incomprensión

Ricardo Becerra

La Crónica

07/03/2021

La instalación de un caro muro metálico dispuesto en el perímetro de Palacio Nacional, a la manera de una vieja fortificación feudal, confirma gráfica y dramáticamente la escisión entre las mujeres, su causa y su movimiento y un gobierno que optó por encerrarse en su propia incomprensión.

No tengo ningún elemento para sostener que entre Félix Salgado Macedonio y el Presidente López Obrador, existe una complicidad o un cúmulo de favores a tal punto inconfesables, que han llevado a este último a defender la candidatura de Salgado, -por varias veces- arriesgando la investidura y abanderando una grotesca tautología: que elija el pueblo, aunque la justicia no haya resuelto si el candidato es un violador o acosador. Lo que esgrime López Obrador es escapismo: si lo votan será inocente, parte de la sabiduría popular. Por este dislate y porque al hacerlo se confronta con el movimiento de mayor legitimidad en la escena mexicana, quiero creer que estamos ante una gran incomprensión, un desfase de pensamiento que rompe todo vínculo entre el gobierno y una viva y activa sensibilidad femenina que recorre la República.

Agresiones y abusos permanentes, extendidos y “normales”. Una de las cosas que claramente no se comprende en Palacio, es que la agresión a las mujeres ocurre una y otra vez, en todos los campos de la vida. Desde la intimidad del baño en donde deciden “qué ponerse” para no suscitar la majadería de los hombres, hasta la injusta distribución de los trabajos en la casa; desde las entrevistas laborales -más atentas a la buena presentación que a la competencia- y las inexplicables disparidades de salarios y prestaciones por un mismo trabajo, siempre y en todas partes, ellas deben enfrentar una situación injusta, asimétrica y con miedo. Pues bien, lo que sé está quebrando es este miedo a decir lo que les pasa y cómo les pasa, hablarlo, difundirlo, denunciarlo. Al hacerlo están revelando un inmenso mundo machista que no queríamos ver pero que es la esencia misma de eso que llamamos “patriarcado”.

Un momento histórico y universal. Cuando el Presidente enfrenta “ideas importadas”, no comprende que, como en otros momentos de la historia, presenciamos una movilización conectada de muchas formas precisamente porque se combate un problema que es mundial y que ha tocado una fibra crucial de nuestra vida social (más allá de occidente), la incomprensión radica aquí en las ganas de ser aldeano y refugiarse en el autoengaño del “como México no hay dos”, pero por fortuna las mujeres mexicanas -especialmente la clase media educada- han asimilado y han contribuido con lo suyo a esta vasta experiencia del Me Too. Una movilización que recorre centros de trabajo, escuelas, el arte, el periodismo, con una profundidad y una rapidez no conocida en otros momentos históricos de protesta universal.

La fatalidad mexicana. Pero lo peor de la incomprensión radica en la ceguera frente a la violencia que ellas padecen en el México contemporáneo. Once mexicanas son asesinadas diariamente por razones estúpidas, en las que el machismo juega el móvil determinante: las matan por ser ellas, vulnerables, desprotegidas por el Estado e indefensas ante una red de complicidades sociales que las evapora como víctimas. ¿Quieren un ejemplo? Ahí está Basilia Castañeda, o las denunciantes de Andrés Roemer cuyos señalamientos y testimonios no son suficientes, y ellos, tan campantes. No hay consecuencias, ni siquiera consecuencias simbólicas, como retirar una candidatura o salir del aire. El asunto se convierte en un pulso, en una demostración de poder masculino.

Creo que eso, entre otras, son las cosas que no se comprenden en Palacio Nacional y que lo tienen hecho un búnker cuya estética ha recorrido ya al planeta entero como símbolo de una gran derrota política, cultural y muy personal del Presidente López Obrador.