Fuente: El Universal
Ricardo Raphael
Andrés Manuel López Obrador suele resolver la trama política mexicana a partir de una perversa confabulación integrada por innombrables y conspiradores que, indistintamente, militan tanto en las filas del Partido Revolucionario Institucional como en las del Partido Acción Nacional.
Este líder de la izquierda mexicana asegura que no hay distancia real donde se separen los intereses de estos dos grupos. Sin importar cuánto esfuerzo hagan por demostrar lo contrario, PAN y PRI son una y la misma cosa.
Si AMLO tuviera razón, la serie de reformas recientemente propuestas por el presidente Felipe Calderón Hinojosa tendrían viabilidad. Gracias al PRIAN, México estaría a punto de experimentar un viraje dramático, un cambio que iría más allá de lo posible, una trasformación de fondo.
Cabe sospechar que las cosas no serán tan sencillas para el Presidente. Si el PRIAN existiera sería ocioso preguntarse en el sentido en que tantos lo hacemos por estos días cómo va a resolverse la relación entre el jefe del Ejecutivo y el Revolucionario Institucional, ahora que este partido se ha vuelto el más importante en la Cámara baja: ¿apoyarán los priístas las iniciativas de Los Pinos o Felipe Calderón quedará anulado políticamente durante los tres años que le restan de su administración?
En su discurso del pasado 2 de septiembre llamó la atención que el jefe del Ejecutivo haya convocado a la cooperación política a partir de premisas que él mismo calificó de extremas. El presidente se refirió a la estructura política y económica que constituye a las instituciones del Estado mexicano, y que tiene por característica la concentración de la riqueza económica y del poder político en muy pocas manos.
La propuesta presidencial lanzada hacia el resto sus interlocutores en particular hacia los priístas querría trastocar los intereses responsables de esta circunstancia. Querría un frente amplio en contra de quienes han secuestrado a la educación, a los sectores energético y de las telecomunicaciones, a la representación laboral, a la política local y también a quienes han impedido una reforma fiscal con verdadera vocación redistributiva.
El diagnóstico es correcto: en las coordenadas donde cohabitan todos estos intereses se encuentra buena parte del anclaje del poder conservador mexicano. Una iniciativa como la puesta sobre la mesa por el Presidente amenaza, por tanto, a los actores que protegen y defienden los enclaves autoritarios.
¿Está el PRI en disposición para enfrentar, (aliado con el Ejecutivo), a los poderes fácticos, justo en este momento en que la única preocupación de sus dirigentes es la construcción del camino que eventualmente les llevaría de regreso a la Presidencia de la República?
¿Para qué pelearse con Elba Esther Gordillo, si por la vía de Enrique Peña Nieto esta mujer ya viene de regreso para asociarse con el tricolor? ¿Por qué perder el apoyo que representan los sindicatos de Pemex y CFE, o las organizaciones agregadas en la CTM, si durante momentos aún más difíciles supieron todos mantener su lealtad al PRI?
¿Para qué enfrentarse al Consejo Coordinador Empresarial o al Consejo Mexicano de Hombres de Negocios con una propuesta de reforma fiscal justiciera que eventualmente pudiera alejar a sus integrantes? ¿Qué sentido tiene extraviar la relación con la empresa Televisa, si el romance con sus directivos apenas recomienza? ¿Con qué intención confrontar la corrupción y la irresponsabilidad de las autoridades locales, cuando 17 gobernadores representan lo más sólido del bastión electoral priísta?
Objetivamente, y no por las buenas razones, se ve poco viable una respuesta sincera y positiva de parte del PRI hacia el Presidente. Sería antagónica con la hechura de una coalición tan amplia como la que están bordando en el tricolor, para recuperarse de la derrota que sufrieron en el año 2000.
Bajo esta lupa cabe, de nuevo, revisar el discurso de Felipe Calderón. Vale interpretarlo como una bien calculada llamada a misa para feligreses que pertenecen a una iglesia distinta. El propósito: exhibir a los priístas como los verdaderos guardianes de lo que aún tiene de injusto y autoritario el sistema político mexicano.
Si llevan ya 9 años al frente del gobierno federal, ¿por qué el PAN , Fox, y ahora Calderón, no propusieron antes este cambio tan radical? La respuesta a esta interrogante habría de ser materia de otro artículo. Obligaría a revisar de nuevo y más finamente la hipótesis del PRIAN.
Analista político