Rolando Cordera Campos
El Financiero
11/10/2018
El transito es muy largo y prolongado y no puede sino poner a los actores al borde de un ataque de nervios. El otro protagonista parece haber optado por hacer mutis, pero su presencia es inevitable y no hay quien pueda exorcizar su estancia.
En efecto, son sus funcionarios quienes administran los bienes de la nación y hacen frente a la insuficiencia crónica de recursos, financieros sin duda, pero ahora también humanos y, se dice, poseedores de alta especialización.
Un gobierno ausente se ha dicho y otro emergente, víctima de hiperactividad sin que se cuente con un marco de referencia que pueda darle racionalidad a sus acciones, cada vez más diversas y cada vez más en riesgo de provocar múltiples encuentros indeseados e indeseables. Pienso que nunca habíamos vivido una circunstancia como ésta, donde el gobierno del Estado entra en flujo de alta intensidad y los cauces conocidos se desdibujan.
Los foros, cuya súbita suspensión es escogida por alguna crítica como motivo para reanudar sus juicios sobre el defectuoso actuar del nuevo equipo, no pueden en efecto sustituir el trabajo de gabinete, mucho menos ese lento y opaco “arrastrar los pies” que irremediablemente tienen que experimentar los operadores presidenciales para darle, poco a poco, un perfil adecuado al gabinete y sus respectivos circuitos de auxilio y estudio. Poco sabemos de todo esto, aunque no hay que olvidar que eso, el silencio y la opacidad, era lo que siempre rodeaba la conformación del grupo gobernante.
Lo que no puede esperar, a pesar de su mórbida espesura, es el desafío económico y social. Desde el FMI, se nos advierte de la probable reducción en el ritmo de crecimiento económico esperado para este año y el que viene, sin que pueda avizorarse una toma de nota efectiva por parte de los responsables del nuevo gobierno de que esas previsiones serán tomadas en cuenta.
Si hubiese que arriesgar una propuesta, podríamos decir que el gobierno entrante no puede darse el lujo de atestiguar pasivamente el despliegue de una situación recesiva o de un más lento crecimiento económico. Sus implicaciones sociales, en especial en el empleo y la generación de excedentes mínimos para sostener el precario caudal del fisco, son detectables y deberían llevar al gobierno y sus bien dispuestos amigos del gran capital a formular un programa nacional de gasto e inversión, público y privado, destinado a proteger a los más débiles y vulnerables y a evitar que el declive del crecimiento se extienda a lo largo del año.
No es un accidente ni algo del todo inesperado o abrupto. El declive está inscrito en la forma de organizar la economía que se adoptó desde fines del siglo pasado y sus implicaciones negativas sobre la existencia de las grandes masas no fueron disueltas ni superadas. La política tiene que cambiar y pronto de piel, para hacerse cargo de los siempre hostiles latigazos provenientes de la economía. Lo que no puede hacerse es ignorarla. Añadir a la larga espera un triste silencio.