En mayo de del año 2000, antes de las elecciones federales publicamos La mecánica del cambio político en México. En ese texto intentamos reconstruir el trayecto de nuestra transición a la democracia, y ubicamos el periodo que abarca de 1977 a 1997 como los veinte años en los que México desmontó un sistema político de carácter autoritario para edificar, pieza por pieza, otro régimen de naturaleza democrática. Ciertamente los últimos diez años (1988 a 1997) habían sido los más intensos y definitivos en ese cambio político pero, como argumentamos a lo largo del libro, la flecha del cambio se disparó materialmente en la última parte de los años setenta.
Frente a quienes afirmaban que hablar de transición democrática en nuestro país era innecesario puesto que México era ya una democracia que progresivamente se perfeccionaba (tesis oficial), y frente a quienes afirmaban que la transición ni siquiera se había iniciado pues lo único que había ocurrido eran reformas cosméticas (algunos en la oposición de entonces), nuestro libro documentaba cómo el proceso había transformado muchas cosas fundamentales del sistema político, a veces sin que fueran comprendidas en toda su profundidad. La conflictividad política y social había demandado sucesivas reformas que transformaron normas e instituciones; y ese nuevo contexto legal y material acabó consolidando las dos piezas que le faltaban a nuestra construcción republicana para ser una democracia genuina: partidos competitivos y limpieza electoral.
Desde 1997 teníamos en plena marcha esas dos condiciones y por eso éramos optimistas. Decíamos que la transición democrática permitiría la realización de auténticas elecciones y la eventual alternancia en el poder ejecutivo (que muchos consideraban imposible); y decíamos que esa decisión dependería, ya, solamente de los votos.
Pues bien, ocurrió el 2 de julio del año 2000 y las tesis de La mecánica se confirmaron. Aquellos que negaban la transición, el día tres festejaban la alternancia. Aquellos que desde dentro creían que el pri era invencible, tuvieron que revisar sus anteojeras. De nuestra parte, parecía evidente que la alternancia «no cayó del cielo» sino que fue posible porque la democracia ya estaba ahí, había sido construida paso a paso, luego de un largo proceso histórico. Y se trató de un periodo largo, complejo, zigzagueante, a veces exasperante, pero que tuvo una virtud indiscutible: permitió la competencia política más intensa y la organización de la pluralidad en un país de enormes dimensiones por cauces legales y pacíficos. El 2 de julio de aquel año vimos una desembocadura, un episodio de la democratización, pero no era el primero ni podíamos considerarlo como el día cero del cambio político mexicano. Dar una explicación más allá de la coyuntura, más allá de las apuestas políticas concretas y más allá de los protagonistas, era lo que pretendía nuestro libro.
Para la segunda edición (aparecida en octubre de 2000) agregamos un epílogo, en el cual evaluábamos el significado de los comicios del 2 de julio. Una por una referimos las condiciones materiales, sociales e institucionales que rodearon los comicios. La democracia estaba ahí, por eso pudo ocurrir la alternancia con tanta civilidad y naturalidad democrática. Y con ello, cerramos el ciclo.
Pero La mecánica tuvo buena fortuna en el mundo académico y político, y por eso llega a esta tercera edición. La explicación contenida en sus páginas se ha venido abriendo paso paulatinamente. Las evidencias se encuentran a la vista. En México coexiste, dentro de un marco institucional, la pluralidad política. Esta pluralidad compite de manera regular por los diversos cargos de elección popular. A través de las elecciones se ha producido una colonización de las instituciones estatales por parte de los partidos, en plural. Se acabaron las fuerzas políticas condenadas a la victoria y por supuesto los partidos nacidos para perder. Tenemos un sistema de partidos con arraigo y equilibrado, las elecciones son de pronóstico reservado, la coexistencia de un Presidente con gobernadores de diferentes partidos es un hecho normal y cotidiano, de la misma manera en que los gobernadores y el Presidente se relacionan con Congresos (locales y federales) en donde eventualmente carecen de mayoría, mientras que la fuerza de todos los partidos depende del veredicto de los ciudadanos en las urnas. En una palabra, se han instalado rutinas democráticas y como se trata de un hecho social y cultural, resulta difícilmente reversible.
La mecánica intenta explicar la manera y las fórmulas a través de las cuales México fue capaz de edificar su sistema democrático, luego de infinidad de luchas, conflictos y negociaciones. Se trató de una ruta singular, pero exitosa. Nuestro libro propone una clave para explicar la historia de cómo llegamos a la democracia, pero no pretende contar la historia de la democracia mexicana. Ésta apenas se está escribiendo y, por evidentes razones, es una historia incierta
Decir que llegamos a la democracia no significa afirmar que «hemos llegado a un reino libre de problemas políticos», al contrario: la democracia es un sistema cargado de dificultades, de tensiones, de una conflictiva propia. Gobiernos divididos, tirantes negociaciones en el Congreso, acuerdos difíciles, división de poderes, competencia abierta e intensa. Lo importante, creemos, es cobrar conciencia de que la agenda política del país ha cambiado drásticamente y que en lo fundamental, ya no estamos cautivos en los problemas del autoritarismo, sino que vivimos —a veces con crudeza— los problemas de la democracia
Por eso la agenda de la investigación política y de la pública debe dar su propio viraje. La mecánica tuso en su momento una explicación de lo que pasó políticamente en la última parte del siglo xx mexicano; es necesario elaborar los textos que nos digan gobernar a México en condiciones pluralistas. En definitiva, la agenda política debe trasladarse de la esfera electoral a la esfera de la gobernabilidad Hemos querido agregar a esta edición un texto de Pedro Salazar donde discute otras interpretaciones del cambio político en nuestro país, porque de esa manera no sólo se vuelven más elocuentes nuestras tesis, sino que intentamos contribuir a generar un debate informado y fuente. Porque México no podrá enfrentar sus nuevos retos (que son múltiples, diversos y complejos) si no somos capaces de asimilar lo que hemos vivido en nuestro pasado inmediato. Quizá debamos reconocer todo lo que cambió para encontrar el diagnóstico y las fuerzas para seguir adelante.