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El debate público

La música del desempleo

Ricardo Becerra

La Crónica 

16/04/2017

“Todo el mundo es idiota, hasta que demuestre lo contrario”. “Algunos científicos sostienen que el hidrógeno es el componente básico del Universo. Yo discrepo. Afirmo que existe menos hidrógeno que estupidez”. “Normalmente, el programa político de los republicanos contiene propuestas equivalentes a curar la caspa mediante la decapitación”. “Definición del periodismo musical: gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe pensar, para redactar artículos dedicados a gente que no sabe leer” (Frank Zappa).
Bueno. Estamos saliendo de Semana Santa y el mejor antídoto para olvidar a Enrique Rambal y la televisión que nos martillea con su “Cristo del calvario” es la buena música, especialmente la de Zappa, , decididamente anti- religiosa, excéntrica como pocas, difícil, nada melódica y técnicamente superior (muy superior) a los “villancicos” de los Beatles y a los “Stones… esos tartamudos”. Eso opinaba él (y yo también, véase www.librozappa.com).
El caso es que en estos días santos, se cumplen 50 años del inicio de una obra que, a su vez, tardó 25 años en ejecutarse.
Fue al final de su vida (entre 1990 y 1993) cuando culminó un proyecto con el Ensemble Modern de Frankfurt (existen videograbaciones que muestran el ambiente de aquellas audiciones) que consolidaron a un músico de rock, extremadamente original quien, él sí, se hizo adulto, alcanzando la personalidad y la estatura de los grandes.
Toda una estrella del siglo XX, que mereció de los astrónomos (gente casi siempre culta) el bautismo de un planeta muy lejano: 3834 Zappafrank.
El disco del que les hablo es extraño. Una composición de diálogos, jazz y pequeñas fugas para orquesta de cámara que fueron hechas y rehechas cientos de veces, entre 1967 a 1993. Terminarlo fue una de sus grandes obsesiones.
Hay que imaginarlo en sesiones de 10 horas de trabajo: Frank Zappa sometido a ese ritmo durante sus últimos meses, adherido al estudio Utility Muffin Research Kitchen. Inventando, zurciendo ritmos, esta vez con más conciencia y precisión de su vagabundeo por la historia de la música: antigua, folklor hindú, free-jazz, Schönberg, Stravinski, Varese, Bártok, rock, soul y doo-woop. La edición completa apareció hasta 1996.
¿Por qué tardó tanto en hacerse? Porque hasta los años noventa no habían sido inventados los recursos técnicos y sonoros que pudieran materializar esa música. Exactamente y como lo hizo su admirado Conlon Nancarrow con el player piano, Zappa preparó este último disco hasta que pudo inventar al instrumento necesario: un synclavier special que lo ayuda a introducir breves movimientos en forma de fugas. György Ligeti dijo de este disco final: “Es una sátira tejida sobre la mejor música electroacústica”.
En efecto, esta “opera pantomima” se desenvuelve en 41 etapas, sostenidas por una larga conversación entre muchos participantes que ironizan sobre casi todos los temas de la sociedad norteamericana, desde la política (republicana) hasta la política contra las drogas, el aborto o la religión. Es un coro crítico despiadado que se mofa, lo mismo de los sectores puritanos y conservadores que de los hippies, los poetas beats y los demócratas más radicales, ni más ni menos. Una visión irónica de la civilización norteamericana.
Así se llama: Civilization Phaze II, por así decirlo se trata de una elaboración testamentaria que se construyó a caballo entre la experimentación y el virtuosismo. Es un producto póstumo, prácticamente desconocido y que estos días cumple 50 años de pensado y concebido.
Para Zappa, el problema técnico era soluble. La verdadera monserga era “haber visto a Duke Ellington pidiendo un adelanto de diez dólares… ¿qué coño iba a hacer yo con diez músicos, intentando tocar algo que no quería ser rock and roll… por eso, por la falta de empleo, es que a Civilization no la pude terminar”.