Ricardo Becerra
La Crónica
10/09/2017
Empecemos con el juicio más general: aún no, ni el Inegi, ni el Coneval ni el grupo técnico ampliado (GTA) —conformado por varias instituciones académicas y organizaciones interesadas (como el IETD)—, aún no, digo, le han encontrado el cuarto pie a nuestro gato. Es decir, aún no sabemos qué pasó con la pobreza extrema ni con la pobreza a secas, porque sus mediciones tienen aún problemas importantes. Pero vamos por partes.
Aquí dejo constancia que en las reuniones de trabajo —Inegi y Coneval— que pudimos presenciar, existió apertura genuina, transparencia y ganas de explicar las cosas de parte de ambas instituciones. Ése es un mérito que no puedo regatear.
Por otro lado, me consta que en el INEGI, desde hace varios años, rondaba la intuición de que en las encuestas basadas sobre la declaración del entrevistado acerca de sus ingresos, se sobreestima la pobreza y se subestima la desigualdad. Un investigador del CIDE (Alfonso Miranda) nos enseñó una amplia bibliografía al respecto: la gente en todas partes y de todas las clases, suele no declarar todos sus ingresos por muchas razones y esto ocurre, insisto, en todo el mundo.
En 2014 (aún bajo el mando del doctor Sojo) el Inegi decidió “mejorar” la medición cambiando la forma de recolección de los datos y su procesamiento. Fue una decisión que la siguiente administración llevó hasta sus últimas consecuencias y ofreció al público un resultado rarísimo (2015, un año non y electoral, para más problemas) lo que causó un alboroto y la renuencia del Coneval para usarlo como el insumo de su propio trabajo. Un oso.
Por eso se empezó de nuevo y se levantó otra encuesta en el año 2016, pero con una planificación, cooperación, discusión y acompañamiento público mucho más elaborados. Y la cosa cambió. Puedo decir, sin miedo a equivocarme: se mejoró la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares, aunque siga teniendo problemas, algunos bastante serios. Veamos:
1) El ejercicio de 2015 fue un chichón estadístico, mal planeado y con una ejecución a las carreras. Es un experimento para el olvido. Ahora bien, todo parece indicar que en 2014 había ya, un rezago metodológico en la construcción de la ENIGH, pues parece que la captación estuvo muy por debajo de la realidad.
2) Quiero decir entonces, que tuvimos dos problemas: la ENIGH 2014, técnicamente rezagada y un Módulo de Condiciones Socioeconómicas 2015, sobreajustado, inopinado y ejecutado con demasiada prisa. Un valle y un pico que difuminaron confusión y todas las lecturas y sospechas posibles.
3) Esto tiene una consecuencia muy importante: si no éramos tan pobres en 2014 (por subreporte), entonces estamos exagerando el avance que se capta en 2016. La disminución de la pobreza es mas lento de lo que se ha anunciado.
4) Hay muchas otras piezas que no están en el rompecabezas. El Inegi culminó su trabajo con un ingenioso experimento “sintético” para conectar y hacer comparables 2014 y 2016 (no lo son directamente porque utilizaron métodos distintos). Una especie de planchado para alinear encuestas que captan cosas parecidas: la Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). O sea confirmar y organizar datos mediante el cuidadoso cruce de encuestas diferentes, y esto también es relevante: lo que presentó Inegi no son los datos directos de su encuesta sino un “modelo estadístico”, cuyos márgenes de error son más amplios.
5) Todo este trabajo permitió al Coneval, aceptar el insumo del Inegi y emitir su medición de pobreza: en los primeros seis años de la segunda década del siglo XXI la pobreza disminuyó 2.5 por ciento, y la pobreza extrema 3.5 por ciento.
6) Fue esto lo que animó al presidente Peña para decir que “en 10 años, México puede erradicar la pobreza extrema”. Pero no es tan cierto, pues la historia de las últimas cuatro décadas es la de avances parciales seguidos de retrocesos importantes, una oscilación que fluctúa entre el 45 por ciento de la población total pobre.
7) Tan sólo la inflación de este año puede echar por tierra el avance de los últimos dos años y lo peor: los ingresos líquidos de los mexicanos aún ¡no llegan a los niveles de 2006! O sea: los ingresos siguen siendo la principal fuerza del empobrecimiento en México.
Y un dato más: la brecha entre el salario mínimo y la sola canasta alimentaria, ya se encuentra en el mismo nivel de 2013: casi 17 pesos hacen falta para comer, desayunar y cenar. El ingreso estancado entre más de diez millones de trabajadores.
Si la política salarial persiste neciamente, es muy difícil que los buenos deseos del señor Presidente, siquiera, puedan ser imaginados.