Rolando Cordera Campos
El Financiero
29/04/2021
En aras de algún tipo de racionalidad, muchos han llegado a la conclusión de que los tiempos y los movimientos del presidente López Obrador obedecen a un motivo: no ceder terreno en la elección de junio y, de ser posible, ampliar su mayoría en la Cámara de Diputados.
Para lograrlo, el Presidente abre el fuego constitucional y pone a la Suprema Corte y a sus ministros al borde de una crisis mayor. Dentro y fuera de la Suprema, los tambores de guerra que el Presidente toca con singular alegría redundan en el denuesto de los ministros, la pérdida de credibilidad de los jueces constitucionales y el acoso desatado al órgano judicial por varios verdugos de la moderna inquisición y, sin embargo, ¡Oh! Galileo, nada se mueve.
El disimulo impera y se gesta un silencio ominoso. Todos especulan en torno al desaguisado que viene y vendrá. Los que pueden, poco a poco, buscan cubrirse en el Tesoro americano, a costa de ganancias financieras que por lo pronto son superiores en México y sus mercados de dinero y capitales. Por esta arcana vía del juego zafio y la especulación financiera, en particular con las divisas, la economía se contamina clausurando reflexiones sobre las implicaciones de la política no sólo sobre el mexicano común, también sobre los pudientes que, por hipótesis, convenimos en señalar como motores de una recuperación sostenible que pudiera encaminarse hacia un nuevo curso de desarrollo.
Con todo y los empeños de conciliación y acuerdo que lleva a cabo el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, la desconfianza parece no detenerse. La inversión es mínima, solo para un sensato mantenimiento; se dejan de lado proyectos cuya realización podría dar lugar a nuevos lazos de interacción y multiplicación de la actividad económica y del empleo.
Al parecer, solo son nimiedades frente a las consideraciones tácticas y estratégicas del presidente y su partido, o de quienes se abocan a ello desde Palacio. Salvo los esfuerzos del secretario de Hacienda por darle algún soporte a la recuperación esquiva, como lo hizo recientemente al inaugurar la Cátedra Hacienda en la Facultad de Economía de la UNAM, nunca habíamos vivido una circunstancia de confrontación tan aguda entre la política y la economía. Esta confrontación, por cierto, nada o muy poco tiene que ver con el discurso de la “separación” del poder político del económico, que parecía ser el arranque de un nuevo diseño estatal de la economía mixta que el país requiere con urgencia, pero….
Ni economía mixta en movimiento, ni la inversión pública necesaria para salir del aberrante periodo de hibernación en que se encuentra. La privada, por su lado, ha entrado en una “pausa” cansina rozando con una huelga de inversiones.
Es posible que la corrosión y el deterioro de nuestras fuerzas productivas, alojadas en la acumulación y las decisiones en el Estado y las ciudadelas del poder financiero y económico, sean agudos y con alcances mayores en el mapa económico nacional. Qué tan profundo sea el daño, lo veremos pronto si el gobierno decide empujar algo en la inversión pública y así impulsar a la empresa privada hacia perspectivas más ambiciosas.
Capacidades productivas y destrezas; memoria y espíritu emprendedor, no harán sinergia por sí solas. Tendrán que esperar nuevos impulsos desde fuera del mercado y los cálculos de ganancia, lo que toca a los Estados hacer y tratar de hacerlo bien.
Poco o nada saldrá si la mera idea de proyectos de inversión suena exótica a quienes ocupan los puestos de mando de la economía pública. Tampoco habrá empatías duraderas entre los sectores si sus cúpulas asisten al extravío de las posiciones y disposiciones para cooperar y arriesgar en un proceso inversor portador de potencialidades e inventor de perspectivas.
Sin corregir camino más vale prepararnos para la irrupción de círculos viciosos que muchos suponían en pleno receso. Más que haber afirmado la política frente al poder económico, se le puso en contra de la economía sin plan ni concierto. Como buenos creyentes de la magia del mercado.