Rolando Cordera Campos
El Financiero
06/08/2020
De acuerdo con Enrique Quintana en su columna de este martes, la economía ha empezado a dar “de brincos” en el trimestre que transcurre, para sumar dos trimestres de desempeño positivo de 6.0 y 7.0 por ciento respectivamente. Basado en las estimaciones de analistas del sector privado consultados por el Banco de México, en su encuesta periódica sobre el desempeño económico nacional, el cálculo parece recoger movimientos efectivos en la máquina productiva nacional.
Nada de esto impedirá, añade Enrique, que en promedio se registre en el año un decrecimiento del PIB de 9.9 por ciento según dichos expertos. La recuperación, si por ello entendemos volver a, digamos, 2018 cuando empezó el declive del crecimiento, sigue lejos y no será indolora.
Aliviar el dolor y empezar a erigir los cimientos de una recuperación pronta, que pueda desplegarse como un desarrollo propiamente dicho, debe ser obligada asignatura para los actores de la economía y el Estado, en particular y para empezar del Congreso de la Unión donde habrá de estudiarse y eventualmente aprobarse el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2021. Difícil tarea de economía política a la que le urge una robusta reflexión sobre lo ocurrido y lo que debe hacer el país para enmendar yerros y entuertos. Y para sobreponerse de la caída.
La cooperación tendrá que asumirse como misión y compromiso de Estado, no sólo de gobierno. Tras estos adoloridos meses de ayuno, incertidumbre, enfermedad y muerte, el Estado ha sido puesto en peligro. La violencia criminal nos agobia y las capturas recientes no pueden reputarse como signos claros de que nuestra seguridad empieza a instalarse en nuestra difícil cotidianidad.
No son estos vocablos para exagerar la circunstancia sino componentes indispensables de lo que debería ser un discurso con miras de volverse proyecto nacional. No solo para la recuperación sino para el desarrollo que el país todo tiene que redefinir, repensar en sus términos, criterios y exigencias.
Se trata de una gramática que se nos volvió ajena a medida que la obnubilación con la magia del mercado y las fantasías globalistas se apoderaban de la imaginación y el alma mexicanas. Lo malo es que el actual grupo gobernante tampoco ha hecho mucho por rescatarla para su propia retórica.
No es con jaculatorias y estigmatizaciones como vamos a recuperarnos; desde luego, hay instrumentos y retóricas conocidos y recorridos que deberían ser rescatados de inmediato. La rectoría estatal del proceso de desarrollo debe abandonar su (auto)exilio y traducirse en ejercicios audaces de proyección y planeación que den sentido a la indispensable cooperación social. La inversión pública debe dejar de verse como ajena a las tareas del Estado; de hecho, es un componente fundamental de la acumulación de capital y una condición para que la acumulación propiamente capitalista pueda inscribirse en la agenda social y económica nacional.
En diferentes ocasiones y desde diversos ámbitos se ha reclamado al gobierno una revisión de su estrategia; el que no se haya escuchado todavía no es óbice para insistir: será en torno a la inversión pública que podrá tejerse el programa nacional de inversión y gasto para el desarrollo, que no tenemos y urge tener, enmarcado en las jornadas constitucionales sobre impuestos y presupuesto que deben empezar a darse tanto en el Congreso como en el resto de la esfera pública.
De cara a la pandemia y sus impactos destructivos, parece indispensable que México se ponga en sintonía de posguerra y se apreste a la formulación de planes y proyectos regeneradores de sus tejidos básicos, afectados por la peste y la profunda caída económica sufrida. Esta es la tarea política de la hora.
Sin hipérbole alguna, hay que señalar que los signos señalados al inicio, no deben dar lugar a una celebración anticipada. Una recuperación que parece empezar a gatear requiere de un piso sólido revestido de mucha voluntad, imaginación, acuerdos y compromisos.