Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
30/11/2015
El libro que acaba de publicar Agustín Basave es relevante como contribución intelectual para el debate en y acerca de las izquierdas. Pero además, precisamente cuando comienza a circular La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza, su autor ha sido designado presidente del Partido de la Revolución Democrática. Esa circunstancia le confiere al libro (Catarata, Madrid, 125 pp.) que tiene prólogos de Rolando Cordera Campos y Ludolfo Paramio, una adicional visibilidad política.
Basave hurga en la historia de las izquierdas para explicarse algunas de sus insuficiencias. Aunque se refiere a su historia con enteradas referencias, se echa de menos una definición puntual de izquierdas y derechas. Queda claro que hay que hablar en plural de unas y otras porque dentro de cada campo existen historias y aspiraciones distintas. Pero no basta con reconocer que en ambas hay inquietud por la justicia social y la libertad individual y que las distingue la intensidad con que defienden cada una de esas reivindicaciones. Sostener que “la izquierda favorece la igualdad a costa de la individualidad y la derecha privilegia la individualidad” es insuficiente.
A falta de una descripción precisa, ese autor parte de la certeza de que las izquierdas tienen una matriz marxista. Y entonces, a partir de etiquetarlas de esa manera, examina sus orígenes y se detiene en las posiciones heterodoxas de Eduard Bernstein, el gran revisionista alemán que puso en cuestión las tesis marxistas que suponían que el cambio social ocurriría cuando la dictadura proletaria desplazara al capitalismo.
Las ideas de Bernstein serían promotoras de la socialdemocracia europea. Basave se identifica con ellas en uno de los capítulos más notables del libro. A diferencia de Marx y Engels, Bernstein supo anticipar el fortalecimiento del capitalismo y la pertinencia de la lucha política democrática en el contexto de la economía de mercado.
La socialdemocracia europea logró articular una economía del bienestar con un Estado democrático. Se trató, en la segunda mitad del siglo XX, de “las sociedades más libres y justas que han existido en la historia de la humanidad”. Pero esos logros, explica Basave, fueron afectados debido a las crisis económicas, el encarecimiento del petróleo, el envejecimiento de las sociedades y las limitaciones a las capacidades financieras de los estados, entre otras causas. El deterioro de los estados de bienestar fue aprovechado por partidos y personajes de derecha (Thatcher en Gran Bretaña, Reagan en Estados Unidos, entre otros) para propalar un discurso conservador que, sorprendentemente, ha sido casi intocable.
La especie de que el Estado debe replegarse cuando lo que hace falta es su fortalecimiento, la patraña de que el mercado funciona solo y el mito de que los impuestos tienen que disminuir se han convertido en apotegma de lo que Basave denomina “modelo globalmente correcto” no sólo en el discurso de las derechas, sino incluso en segmentos de las izquierdas.
Esa derechización de las izquierdas ha conducido a la ausencia de contrapesos en la definición de las políticas económicas. “Lo que en aras de una presunta visión pragmática se impuso fue el dogma individualista de que lo privado —no lo social— debe prevalecer sobre lo público”, indica Basave. Como parte de ese prejuicio conservador se olvida una necesidad fundamental: se requiere de un Estado con capacidad articuladora y para ello es preciso fortalecer sus ingresos: “hoy no se ve otra salida que el cobro de más impuestos a quienes más tienen, puesto que pugnar por una sociedad más igualitaria sin proponer una mayor carga fiscal para los más ricos es invocar el populismo y la irresponsabilidad macroeconómica”.
En ausencia de una política eficaz para la economía, un segmento de las izquierdas se ha parapetado en “una agenda en cierta medida individualista” que incluye temas como la equidad de género, los derechos reproductivos, el ambientalismo o la legalización de las drogas. Para Basave, se trata de un “refugio temático” que aleja a las izquierdas de los temas esenciales de las políticas económica y social. En ese apartado se encuentra una de las debilidades del libro. La reorientación económica y el combate a la pobreza son esenciales en cualquier política, sobre todo si se dice de izquierdas. Pero si algo han aprendido las fuerzas de ese signo y si algo han abrevado de las inquietudes de la sociedad es esa agenda que recupera derechos de las personas para colocarlos en el centro del interés público. El hecho de que sean reivindicaciones individuales no las hace individualistas. Al contrario, si esas demandas se han extendido se debe al reconocimiento de que tenemos una sociedad heterogénea y de que no hay política de izquierdas posible que desconozca esa diversidad.
La crisis de las izquierdas es más patente en América Latina en donde, dice el autor, se muestra “claramente el círculo vicioso de desigualdad social e inmadurez democrática”. Sometida a drásticos procesos de ajuste, en esta región “la macroeconomía impuso el costo y la microeconomía se quedó esperando el beneficio”. Ese desastrado panorama homogeneiza a nuestros países, en donde se experimenta “una gran desilusión democrática”.
Las izquierdas latinoamericanas siguen mirando hacia atrás. El anhelo de la revolución las conmueve “en cuanto aparece un nuevo brote insurreccional”. El izquierdismo nostálgico de la insurrección que describe Basave permite recordar a los amplios segmentos de la izquierda mexicana que hace dos décadas hicieron a un lado sus convicciones democráticas para allanarse a las ocurrencias del EZLN. Y, sin exagerarlas, también podemos encontrar en esas alusiones un cuestionamiento a quienes secundaron el desconocimiento de las instituciones que hace no mucho propuso López Obrador. Tenemos izquierdas que se parapetan en la democracia, pero no se comprometen con ella. Basave las parafrasea: “La democracia liberal es desconfiable porque, aunque los pobres son mayoría, los ricos pueden alienar a las masas y encerrar su conciencia de clase en las urnas”.
Junto con esa desconfianza, el autor identifica en las izquierdas latinoamericanas la convicción de que sin abolir el capitalismo (que es concebido como “intrínsecamente injusto”) no habrá sociedad equitativa. Basave no lo dice con todas sus letras, pero el estancamiento ideológico de las izquierdas se debe, de manera muy importante, a la reticencia para reconocer que la economía de mercado llegó para quedarse. Por inicua e impopular que a veces resulte, de ella se puede decir lo mismo que de la democracia: no es perfecta, pero es el menos peor de los sistemas posibles.
Lo que hace falta, entonces, es atemperar los excesos del mercado sin controles y someterlo al único instrumento de equidad que puede haber en ese contexto y que no es sino el Estado. Una izquierda moderna buscaría fortalecer al mercado, regulándolo para que haya auténtica competencia y no el imperio de los oligopolios que inhibe la diversidad.
Basave no llega a decir todo lo anterior. Su apuesta es por una socialdemocracia que se aleje de los dogmas neoliberales y se comprometa en la lucha contra la desigualdad. Debería establecerse, dice, “un gran acuerdo” con las fuerzas de la producción, incluyendo desde luego al “gran capital”. El escenario de esa concertación no sería únicamente el de los partidos y el Congreso. Uno de los apartados más discutibles de este libro es la propuesta para crear “una asamblea ciudadana” distinta de los tres poderes tradicionales y que, integrada por individuos ajenos a los partidos, decidiera la integración de los organismos autónomos y designara al jefe de Estado que sería distinto al jefe de Gobierno.
Basave solamente esboza la sugerencia para que avancemos a un régimen parlamentario, en donde las mayorías legislativas nombran al jefe de Gobierno. La propuesta que la complementa, ese “cuarto poder” al margen de la política institucional, resulta extravagante y errática: supone que los ciudadanos sin partido tienen virtudes superiores y carecen de intereses a diferencia de los políticos profesionales.
A pesar de esos tropiezos, el libro de Basave es brillante y notable. Lo es, entre otras cosas, porque su autor ahora está al frente del partido que ha sido emblemático de las izquierdas mexicanas y cuya lamentable crisis ha desembocado, entre otras cosas, en la irregular designación del propio Basave. Para enfrentar esa compleja crisis las ideas inteligentes no bastan. Pero no estorban.