Salomón Chertorivski Woldenberg
El Financiero
24/01/2017
No. Está vez no tenemos la mano de Bill Clinton al otro lado del Río Bravo. Nuestra cuasi-recesión económica y nuestros problemas financieros los tendremos que resolver solos y a contrapelo de amenazas cantadas hace más de un año, desde el inicio de una extraña campaña en los Estados Unidos.
La singularidad del momento es que los vientos torvos que vienen del norte, se juntan, se mezclan, se yuxtaponen con los problemas propios: devaluación anual del 21 por ciento de nuestra moneda, la peor en lo que va del siglo; un salto súbito de los combustibles en todo el país; el riesgo muy real, de que esas alzas se entrelacen y formen una carrera inflacionaria; un malestar social que se extiende; una protesta -legítima una- y otra que ha derivado en vandalismo y como corolario de todo, el juramento de un Presidente que nos quiere fuera del hemisferio norte mediante un muro, deportaciones, entorpecer el flujo de remesas y retirar inversiones en nuestro país.
Allí está su agenda ¿y la nuestra?
Los acontecimientos inmediatos cursarán por el guión que se lee desde hace semanas, en las calles de Norteamérica: «No lo dudes: Trump cumplirá cada una de sus promesas de campaña». Allí está en los muros de Cleveland, Ohio, Carolina del Sur, incluso Nueva York: Trump viene en serio y su primer chivo expiatorio es México.
Ya no cabe la tranquilizadora palabra «incertidumbre». No. Para nosotros el futuro es un desafío directo y seguro para el cual, sin embargo, no nos hemos preparado.
Son dos las áreas críticas: política exterior (hasta ahora dedicada casi en exclusiva, a cultivar nuestra relación con E.U.) y cambio en el arreglo económico nacional que supuso para siempre, la existencia de una buena vecindad.
Ya escuchamos al Presidente Trump: compra lo estadounidense; contrata estadou-nidenses; invierte en los Estados Unidos.
No será por virtud, sino por necesidad, pero México deberá salir de su negación y cambiar políticas fundamentales y construir una nueva agenda no solo de gobierno, sino de toda la nación.
Ojalá el ejecutivo federal encuentre los resortes para convocar a esa doble discusión, pero mientras eso sucede, en los Estados Unidos, quienes están reaccionando mejor y más rápido ante la amenaza discriminatoria son las Ciudades, especialmente las grandes: Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Houston, entre otras. Desde los discursos y posicionamientos de sus alcaldes hasta las enormes movilizaciones en la calle. Y por eso cobran aún mayor importancia los vínculos Ciudad-Ciudad, en los que la nuestra, La Ciudad de México, destaca por su peso y claro, por su responsabilidad.
Esas ciudades serán el terreno de las mejores iniciativas, de acción, resistencia y solidaridad. Tenemos mucho por hacer.
Hemos empezado los contactos para ayudar -en todo lo que esté a nuestro alcance- a las organizaciones de mexicanos y de estadounidenses defensoras de la ley, los derechos humanos y los tratados internacionales.
Nuestro Jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera ha declarado ya, que la nuestra es una ciudad santuario, es decir, se preparará para, llegado el caso, recibir con dignidad y oportunidades a migrantes mexicanos que vivieron en Estados Unidos que decidan o bien que sean obligados a retornar. Confirmó a su vez, el inicio de una discusión abierta y a fondo, para enfrentar tal adversidad. Además puso a disposición de todos los actores, de aquí y de allá, sin distingos ni exclusiones, sus espacios, su voluntad de diálogo y acuerdo genuino. En esa tarea, el Consejo Económico y Social juega un papel muy relevante.
Porque es urgente construir una respuesta compartida, insisto, de carácter nacional. Los ciudadanos la están esperando. El país lo necesita, creo, más que nunca.
El autor es Secretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México.