Rolando Cordera Campos
El Financiero
25/05/2023
Nunca había topado la comunidad internacional con una coyuntura como la actual, incertidumbre mayor debida a la necia posición republicana frente a la definición del “techo de deuda” para el gobierno federal estadunidense, ni siquiera en los albores de la Segunda Guerra cuando economías políticas y gobiernos a todo lo largo y ancho de Europa se derrumbaban.
La probabilidad de sufrir otra Gran Recesión con epicentro en Estados Unidos, como la registrada en 2008-2009 aumenta con el paso de las horas, “el 1 de junio de 2023 es una ‘fecha límite difícil’ para elevar el límite de la deuda (…) y evitar un incumplimiento sin precedentes, dijo recientemente la secretaria del Tesoro, Janet Yellen” (El Financiero, 23/05/23); en tanto el presidente Biden busca argucias y argumentos ante unos republicanos dispuestos a todo, incluso al derrumbe de su gobierno, con tal de asestar a los demócratas un golpe que defina de una vez la contienda presidencial del otrora gran país de Lincoln.
De sus posibles secuelas, que no serían pocas, no saldríamos indemnes ni mucho menos. Por lo pronto, el bienestar básico de millones de estadunidenses está en inminente riesgo, mientras que los mecanismos conocidos para arreglar diferendos dan muestras claras de oxidación irremediable.
Horas de angustia las que viven los herederos de Roosevelt y con ellos el complejo de la Alta Finanza Internacional, que diría Karl Polanyi al estudiar el derrumbe de la Gran Transformación de fines del siglo XIX, Bella Época que terminó en la Gran Depresión de los años treinta y el ascenso de los fascismos con Hitler a la cabeza, llevando al orbe a una contienda destructiva de enormes proporciones. Inimaginables condiciones que, todavía podemos decir con autosuficiencia cada vez menos sostenible, que aquello de la guerra quedó atrás, pero Ucrania se ha vuelto toda europea y una parte de sus implicaciones se deja sentir en las delirantes cuentas que sus ciudadanos enfrentan en materia energética.
El empleo parece en vías de recuperación, pero el tamaño del “no empleo” para la juventud europea es enorme. El continente de la “paz eterna” que buscaba Kant afronta desafíos inéditos y enormes retos institucionales, cuando se asoman los primeros brotes de una recuperación a cuenta gotas.
Nosotros no estamos blindados frente a las implicaciones que un fracaso norteamericano traería consigo. Guste o no, se acepte o se niegue, nuestra planta productiva está inscrita, directa e indirectamente, en las convulsiones de la imponente economía americana; baste decir que, entre enero de 1999 y junio de 2021, la inversión americana en México representó 46.8 por ciento de la Inversión Extranjera Directa acumulada de ese periodo, además de ser nuestro mayor consumidor de exportaciones, con más de 80 por ciento.
Tampoco podemos decir hoy, a tres años de la renovación de la firma del T-MEC, que vaya a funcionar como instancia supranacional, no para arreglar cuentas comerciales sino para encarar una circunstancia compleja como la que se asoma. Si en verdad intentamos capear un temporal de esta naturaleza requerimos mucha inversión y más imaginación política e histórica.
Por lo pronto, convengamos en un punto elemental: el apego a lo más tradicional u ortodoxo en materia de conducción económica y financiera no es la ruta para sortear un vendaval como el que puede venir si los republicanos se empeñan en hundir su barco y de repente nos descubrimos sin los botes salvavidas necesarios para una población que no sólo crece sino se incrementa con los millones que huyen del terror cotidiano, del dominio de la criminalidad organizada y la desolación económica y social.
Las deudas de unos se tornan dudas existenciales para todos, en momentos en que las incertidumbres y urgencias predominan.