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El debate público

Las encuestas fallaron

Jacqueline Peschard

El Universal

11/05/2015

Los resultados de las elecciones en Gran Bretaña demostraron que las encuestas fallaron. En contra de todos los pronósticos de las encuestas de opinión previas, que anticipaban un empate entre conservadores y laboristas (entre 260 y 280 escaños para cada uno), el partido de David Cameron conquistó una aplastante victoria, llevándose la mayoría absoluta de los escaños de la Cámara de los Comunes (331 de 650). Esto significa que lejos de lo que se preveía, los conservadores no tendrán que buscar el respaldo de algún partido pequeño para formar gobierno, como debieron hacerlo hace cinco años con el Liberal Democrático que, por cierto, fue el más duramente castigado en las urnas.
Hay varias preguntas que se antojan pertinentes sobre la falta de precisión de las encuestas, pero quiero centrarme en ver ¿cómo reaccionaron los partidos perdedores ante resultados tan alejados de los datos de los sondeos de opinión? La misma noche del 7 de mayo, con sólo datos de las encuestas a boca de urna, encabezadas por la cadena BBC, que ya identificaban el triunfo de los conservadores, los laboristas reaccionaron primero declarando que tales datos eran sólo preliminares, es decir, no aceptaban aún su derrota. Más tarde, con el avance del recuento de votos, los laboristas cambiaron su discurso para llamar la atención sobre lo complicado que sería para los conservadores armar un gobierno sin mayoría absoluta. Una vez que se evidenció el triunfo contundente de los conservadores, Ed Miliband no sólo aceptó la derrota, sino que renunció a la dirección del Partido Laborista.
Gran diferencia con lo que suele suceder en nuestro país, en donde cuando las encuestas no logran acercarse a los resultados electorales, la reacción de los perdedores es poner en duda la integridad técnica de las mismas, afirmando que tienen sesgos e intenciones claras de favorecer a cierto candidato. Desde luego que en México, a ningún dirigente partidario le pasa por la cabeza renunciar cuando pierde las elecciones, porque nuestros políticos adolecen del sentido de responsabilidad, pero a los ciudadanos tampoco se nos ocurre exigirlo.
Y para muestra, un botón. En las pasadas elecciones presidenciales de 2012, buena parte de la impugnación que presentó ante el Tribunal Electoral (TEPJF), la coalición detrás de López Obrador, se centró en el reclamo de la parcialidad de las encuestas que, en su opinión, habían manipulado a los electores, con información distorsionada, favoreciendo así al candidato del PRI. Cabe recordar que las últimas encuestas electorales de 2012 —las más cercanas al día de la elección— mostraron discrepancias entre las distintas casas encuestadoras, es decir, no pudieron ofrecer pronósticos consistentes, aunque también resaltaban que había una proporción importante de indecisos. De hecho, la encuesta de salida de BGC, de Ulises Beltrán, mostró que 28.8% de los votantes había decidido su voto apenas un mes antes de la jornada comicial.
La sentencia del Tribunal Electoral señaló que los argumentos de la impugnación no habían ofrecido elementos probatorios de manipulación del electorado, por lo que determinó que no era posible afirmar que las encuestas hubieran sido clave para modificar la decisión de los electores.
El propósito de las encuestas de opinión es informar a los votantes sobre la fuerza de los distintos candidatos y partidos para que los electores confirmen una preferencia, o para alentar un voto útil a favor de quien tiene mayores posibilidades de derrotar al candidato puntero cuando no se quiere que gane. En nuestro país, la desconfianza es el motor más aceitado para orientar las percepciones de los electores y por ello, las encuestas todavía no son un instrumento en manos de los ciudadanos, sino en las de los partidos que las aprovechan para sustentar su no aceptación de las derrotas.