La UNAM te cambia la vida. Es una institución generosa y exigente al mismo tiempo que inevitablemente trastoca la existencia de quienes tienen la fortuna de experimentar la vida universitaria. Algunas personas tienen la suerte de hacerlo desde muy pequeñas cuando sus madres o sus padres las ponen en contacto con las estancias de cuidado o las actividades recreativas o deportivas que la Universidad ofrece; otras entran en contacto con la experiencia universitaria en las fronteras de la adolescencia y conocen desde entonces lo que significa la vivencia en las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria o de los Colegios de Ciencias y Humanidades; unas más, viven la aventura universitaria un poco más grandes en el nivel licenciatura o, poco después, en el posgrado.
En lo personal llegué un poco más tarde –hace poco más de 16 años– directamente a un cubículo de investigador. Como muchas de las y los catedráticos de esta Universidad decidí acercarme a la Universidad de la nación con mis estudios profesionales y doctorales ya concluidos. La UNAM me recibió de manera generosa y exigente; me ha permitido ser profesor y maestro, dirigir tesis de licenciatura, maestría y doctorado; entrar al Sistema Nacional de Investigadores –de hecho fui repatriado por el Conacyt–; conocer la vida colegiada siendo secretario académico; llegar a ser director en dos ocasiones y, desde esta responsabilidad, presidir la Comisión de Legislación Universitaria del Consejo Universitario desde hace cinco años hasta la fecha.
En esos tres lustros he hecho amistades de todas las edades y he visto y valorado el potencial transformador para las personas y su entorno de la Universidad pública, laica y gratuita que nos acoge. En muchas ocasiones he sentido el orgullo de pertenecer a una institución con vocación social y compromiso crítico y he aprendido con humildad que las y los universitarios nos debemos a una institución que tiene una historia escrita con la mente y la palabra de mujeres y hombres imprescindibles para la historia de nuestro país y del mundo entero.
Cuando la UNAM te acoge te brinda una oportunidad que no está exenta de deberes. Ser universitario es un compromiso con la honestidad intelectual, la independencia de criterio, el respeto a la otredad y la vocación de servicio. Si, además, se asume la responsabilidad de tener cargos directivos, se imponen los imperativos de la honradez, la transparencia y la ejemplaridad. Ética del saber y ética de la responsabilidad son los imperativos que esta Universidad demanda a sus integrantes.
Existe un acuerdo amplio entre la comunidad universitaria de que algunos temas son constitutivos y deben ser pilares del quehacer institucional: la autonomía, la excelencia, la inclusión, la no violencia, la perspectiva de género. También existe una reflexión abierta sobre lo que significan conceptos como la democracia universitaria.
Todo ello es importante y cada concepto demanda precisiones y toma de postura. En esas definiciones se juega la proyección de la identidad universitaria desde un pasado que nos honra, a través de un presente que nos atribula hacia un futuro que nos convoca.
Si nos equivocamos y no comprendemos lo que cada uno de esos conceptos debe significar hoy le fallaremos a una generación de jóvenes que legítimamente nos expresan su malestar e incluso enojo de muchas maneras.
Por eso la autonomía no debe comprenderse como un privilegio, sino como un atributo constituyente y constitutivo de nuestro quehacer y de nuestra responsabilidad institucional. La UNAM es y debe ser autónoma para cumplir con la misión que la sociedad espera de ella. De ahí que deba ser independiente de los poderes políticos, privados y mediáticos. Nuestra autonomía es una garantía que se justifica en nuestro quehacer colectivo orientado por el saber y comprometido con el pensamiento científico y el rigor humanístico para cumplir nuestra misión social.
La excelencia en la investigación y sobre todo en la docencia es un imperativo irrenunciable del que depende el éxito de nuestra misión institucional. Esto siempre ha sido así, pero el mundo actual impone imperativos sin precedentes. La globalidad del conocimiento y la transformación tecnológica nos obligan –como antes nunca– a estar actualizados, a innovar y a renovar nuestros paradigmas intelectuales. La UNAM debe ser una universidad de excelencia porque en ello se juega su mandato social. La excelencia, de hecho, es un elemento definitorio del derecho humano a la educación.
La inclusión es un imperativo que se desdobla en dos direcciones. Hacia el interior nos recuerda que somos una comunidad plural y diversa y que en ello reside nuestra fortaleza. Incluir y recrear esas diversidades es un mandato de todos los días. Pero el imperativo de la inclusión también impone retos hacia el exterior de nuestros recintos universitarios, porque la sociedad espera que el saber universitario llegue al mayor número de jóvenes posible. Si bien los recursos y los espacios son limitados, la UNAM puede y debe promover un Sistema Universitario Nacional en el que, en alianza con otras instituciones y actores, amplifique sus saberes al mayor número de personas posible.
La violencia es la antítesis del espíritu universitario, por eso no debe ser tolerada en ninguna de sus manifestaciones. La UNAM debe ser un espacio seguro, libre de violencias y, en esa medida, un ejemplo para nuestra lastimada sociedad. Pero también debe contribuir con conocimiento científico, humanista y cultural a la pacificación de la convivencia en todas las esferas de convivencia social. Nuestra primera tarea es nuestro campo, pero nuestra verdadera responsabilidad es con toda la sociedad mexicana.
La perspectiva de género debe ser transversal a todo el quehacer universitario. Eso debe quedar claro en el Plan de Desarrollo Institucional de la Universidad y debe apuntalarse con la creación de una Secretaría General de Igualdad e Inclusión. Debemos aprender de otras experiencias a nivel mundial y abrevar de los estudios de organismos internacionales (como ONU Mujeres) para apuntalar los esfuerzos que con tino y éxito se han venido impulsando desde la rectoría actual y en particular desde la Oficina de la Abogacía General.
Finalmente, sobre el tema de la democracia universitaria, desde hace tiempo he venido sosteniendo una posición clara. La democracia de la UNAM es deliberativa. Esa forma de organización democrática se articula y se despliega en los más de 700 cuerpos colegiados en los que se adoptan las decisiones académicas y administrativas y es propia de su identidad plural. De hecho, la discusión misma sobre lo que significa y debe significar la democracia en la UNAM, es prueba del talante abierto y deliberativo que nos caracteriza como comunidad académica.
Por todo eso quiero ser rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.