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El debate público

Lenin no sabía nadar

 

 

 

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica 

27/08/2017

A la memoria de Fito.

Rusia está convulsionada. El ejército del Zar ha perpetrado una espantosa masacre en San Petersburgo: una marcha apacible de miles de fieles católicos encabezados por un sacerdote suplicante y leal al monarca, acabó sin embargo, acribillada un domingo sangriento. Cientos de huelgas obreras se propagan por doquier. En el puerto de Odessa, los marineros que conducen al acorazado Potemkin se sublevan, mientras que en las fábricas textiles de Ivanovo-Voznessensk nacen los primeros soviets, esas formas de organización y representación obrera que muy pronto serían emuladas por poderosos sindicatos, como el ferroviario o el siderúrgico. Es 1905 y Rusia escenifica un verdadero incendio social.

Lenin y los principales bolcheviques no están ahí para conducir el descontento. Han sido expulsados del país y son vigilados en el extranjero por la policía zarista. Varios de los suyos —y él mismo— han intentado varias veces ingresar a Rusia, sin éxito; no obstante, escribe, se reúne, discute con sus compañeros, dirige un periódico y eventualmente, toma la palabra en mítines de sus compatriotas exiliados.

Mientras, la sociedad rusa se convulsiona, se verifica una lucha feroz al interior de su partido, la policía le persigue y por momentos, el Zar parece recuperar la iniciativa. La situación es extrema y se prolonga así durante varios años. Extenuado, el 27 de agosto de 1907 (hace 110 años exactamente), Lenin cae en una depresión nerviosa espectacular. Entonces, su fiel esposa, Krupskaia, decide aislarlo de toda presión y lo traslada a lo más recóndito de los bosques finlandeses.

¿La tensión fue causada por la revolución reprimida? ¿Por el intento desesperado por alcanzar una solución insurreccional y las grandes posibilidades de fracaso? ¿O por el exasperante conflicto —eterno— con los mencheviques de su partido? Su hermana bautizó como “fuego sagrado” a su caída nerviosa que lo obligó a descansar, luego de años de activismo frenético.

Caminaban apaciblemente rumbo al refugio terapéutico, sobre el hielo, hacia una pequeña isla en Turku (Abo). Pero el suelo cede bajo su peso y el revolucionario número uno de Rusia cae a las aguas heladas. Su cuerpo se enfría rápidamente en una zona que forma parte de un glaciar durante la mitad del año. No sólo eso: los pescadores que lo esperan al otro lado, están a más de tres kilómetros del accidente y Lenin —ese hombre de hierro cuya voluntad cambió y determinó la historia del siglo XX— no sabe nadar.

Krupskaia se desespera, mientras el piso sigue resquebrajándose peligrosamente. Pero María Ilínchna Uilánova —la hermana menor de Lenin— se lanza al agua con determinación y rapidez. Se zambulle, coge los cabellos del hermano y mantiene su cara a flote, respirando fuera del agua en tanto llega ayuda. Aunque empapado, congelado y desmayado, Lenin está a salvo.

No era la primera vez que salía avante gracias a alguna mujer. Su esposa, madre, hermanas o amigas, Lenin encontró siempre el auxilio femenino para seguir adelante… pero nunca tan elocuente y claramente como en este episodio del hielo, en ese golfo de Finlandia.

Dos meses bastaron para su completa recuperación. Muy pronto conquistaría el liderazgo indiscutible de su partido; prepararía a la organización bolchevique para una lucha que duraría diez años; elaboraría una teoría de la revolución; tomaría el poder; se mantendría en él contra toda una sociedad que le rechazaba; edificaría un Estado todopoderoso; reconstruiría el imperio; crearía el partido mundial de la revolución e instalaría al comunismo en medio de la historia universal de los siguientes setenta años. ¿Qué habría pasado si el hombre de octubre, el principal revolucionario del siglo XX, hubiese desaparecido en las heladas aguas a las que se aventuró tan imprudentemente?. Sólo sabemos que si María no hubiese sabido nadar, nada, nada, en el mundo habría sido igual.