María Marván Laborde
Excélsior
12/05/2016
La relación entre la política y el dinero es uno de los problemas más complejos en las democracias modernas. Tradicionalmente la preocupación es que la influencia del dinero en la política debe ser limitada por el Estado para evitar que el factor decisivo de un triunfo electoral sea el dinero y asegurar la independencia del futuro gobernante.
Tenemos evidencia empírica que comprueba que no necesariamente el candidato que gasta más dinero es el que gana, pero también es cierto que, sin dinero, no hay manera de entrar a una competencia política. Alguna vez Hank González, cínicamente, dijo: “Un político pobre es un pobre político”, sin embargo, no todo rico es un político exitoso.
El financiamiento público de la política es un fenómeno relativamente reciente, con algunas excepciones, que inicia después de la Segunda Guerra Mundial. En México se reglamentó como parte del proceso de transición. Hoy existe en casi todos los países democráticos.
Estados Unidos es una de las pocas naciones en las que la política depende casi exclusivamente del financiamiento privado. Tienen reglas sumamente liberales para la recaudación de fondos. Aunque formalmente se establece un tope a las donaciones de personas físicas, 334 mil dólares por persona (aproximadamente seis millones de pesos), en la práctica no hay límite alguno, especialmente desde que, en 2008, la Suprema Corte validó los muy cuestionados Political Action Committee, PAC y Súper PAC que, en la práctica, son fideicomisos sin límite alguno para emprender campañas políticas a favor o en contra de determinado candidato.
En el actual proceso electoral de Estados Unidos tenemos dos fenómenos simultáneos, parecidos pero diferentes, que se propusieron desafiar alestablishment político y como parte de su estrategia buscaron formas de financiamiento alternativas que les garantizaran libertad e independencia.
El demócrata Bernie Sanders decidió armar un equipo muy fuerte dedicado a la recaudación de fondos para su campaña con una política sumamente laboriosa, pero hasta ahora exitosa. Aunque Clinton se quede con la candidatura de los demócratas, no debemos menospreciar lo que, hasta ahora, ha logrado; ha convocado a millones de pequeños donantes de a 100 dólares cada uno, por ello afirma categóricamente que, en caso de llegar a la Presidencia, no estará comprometido con los poderes fácticos ni con los intereses de las grandes corporaciones.
En el lado republicano tenemos a Donald Trump, que determinó que las primarias estarían financiadas única y exclusivamente por sus propios recursos. Desde junio del año pasado que anunció su interés por la Presidencia, hasta ahora, todos los recursos que ha gastado provienen de su fortuna.
La libertad construida por Sanders parece empatar más con los ideales de la democracia, un gobierno con altos niveles de participación de la ciudadanía en una relativa igualdad de condiciones.
Por otro lado, es necesario cuestionarnos si la libertad de Trump es un valor positivo para la democracia. Al depender sólo de sí mismo y ser el único que ha invertido en su futuro como candidato presidencial, sus márgenes de libertad incluyen la misoginia, la xenofobia y la estupidez. Su dinero le ha permitido, hasta ahora, ser un político sin ningún tipo de freno en lo que dice, lo que hace y sobre todo lo que promete hacer.
Esta supuesta libertad de Trump está por llegar al final, ya que para los seis meses restantes se calcula que debe gastar, al menos, 1.5 billones de dólares (27 mil millones de pesos). Tendrá que recaudarlos sin equipo y con un Partido Republicano dividido que se niega a apostar por una candidatura que tiene más probabilidades de perder que de ganar. Si los hermanos Koch han de darle los 900 millones de dólares prometidos para la candidatura presidencial de 2016, lo menos que harán será imponerle al compañero de fórmula para la Vicepresidencia.
En la democracia hay de libertades a libertades, la libertad de Sanders, aunque no logre la candidatura, genera grandes responsabilidades, la libertad de Trump incuba la irresponsabilidad, es el sueño de un autócrata.