Raúl Trejo Delarbre
Nexos
22/07/2025
La autocracia no es omnipotente. La concentración excesiva de poder en una persona o grupo, reforzada por la aniquilación de contrapesos y persecución a quienes se le oponen, le dan a la autocracia una intensa capacidad de dominio, pero sus capacidades desmedidas implican limitaciones y debilidades. Así sucede en toda autocracia, incluso en la que se está edificando en México.
- La concentración inmoderada de poder, su principal atributo, es al mismo tiempo desventaja de las autocracias. Bajo un mando único la autocracia puede movilizar recursos, imponer decisiones o forzar a admitirlas, pero también llega a ser muy ineficiente. El autócrata siempre es un egocéntrico; está alejado de la realidad. Por un lado, pretende que los hechos se ajusten a su concepción del mundo, o del país, en donde él (o ella) es el centro. Por otro, todos los autócratas, igual que todos los poderosos, están rodeados por un pequeño grupo que, en especial en estos casos, suele ser adulador y complaciente. El contraste crítico que implican otras opiniones se desdeña o, incluso, sanciona. El autócrata menosprecia y, cuando no le gustan, combate las opiniones de expertos y las aportaciones de la ciencia si no se ajustan a sus prejuicios. La propensión del autócrata para gobernar a golpe de ocurrencias y caprichos encuentra límites, y tropiezos, que pueden minar su respaldo social.
- La mezcla de autocracia y populismo, como la que se ha consolidado en México, coloca al líder en el centro de la vida pública. Así se exponen sus dichos y logros, y también sus dislates y fracasos. Cuando sus yerros son evidentes, el autócrata intenta ocultarlos y desacredita las versiones sobre ellos. Las autocracias contemporáneas acosan o neutralizan a los informadores profesionales e intentan reemplazarlos con incondicionales suyos, tanto en medios tradicionales como en redes digitales. La propaganda es un recurso que utilizan, casi siempre con exageración, gobiernos de toda índole. En las autocracias la propaganda oficial gira en torno a un solo individuo, desplegando un intenso culto a la personalidad. En México padecimos durante buena parte del siglo XX un presidencialismo casi desmedido, que controlaba la información en los principales medios, pero nunca hubo campañas contra periodistas y medios como las que se han desplegado desde Palacio Nacional, ni el uso de la ley para censurar a periodistas y ciudadanos como ha ocurrido en fechas recientes.
- Una autocracia, sobre todo cuando ha sido edificada a partir de simulaciones, demagogia y el clientelismo populista, despierta grandes expectativas. Sus críticos, enfatizan las amenazas de tal autoritarismo. Sus fieles, confían con fervor en él. Una autocracia funciona sobre todo en contextos de bonanza económica. En ausencia de ella, las posibilidades para cumplir las promesas que hizo a sus adherentes son cada vez más limitadas. El gobernante autócrata insistirá en nuevas dosis de retórica engañosa, en descalificar para profundizar la polarización y en construir culpables de los errores u omisiones de su gobierno. Cuando eso no funcione, tendrá la tentación de acudir a medidas de fuerza.
- En la autocracia, la rendición de cuentas desaparece. Los autócratas combaten y anulan la supervisión institucional y, cuando pueden, el escrutinio social de sus acciones. Anular o neutralizar los tribunales autónomos, desaparecer organismos del Estado encargados de cumplir con el derecho de acceso a la información pública y, en casos extremos, perseguir a la prensa libre, cierran instituciones y espacios para que se exija, denuncie, sancione y se enmienden excesos e irregularidades cometidos. La ausencia o las limitaciones de esos mecanismos acentúan el tráfico de influencias y la corrupción en beneficio del grupo autócrata y sus favoritos. Pero al mismo tiempo, esa manga ancha disminuye la capacidad del gobierno para reconocer y enmendar errores y propicia la ineficiencia de la administración pública.
- La ineficiencia de la autocracia es muy costosa para la sociedad. Caprichos del caudillo, corrupción de sus allegados y de él mismo, recursos dilapidados en ausencia de controles financieros y de información acerca de su ejercicio, servicios públicos insuficientes y cada vez más deteriorados, inseguridad en todos los órdenes: tal es el escenario que resulta de las incompetencias de los gobiernos autócratas. Tales condiciones desalientan e irritan a los ciudadanos, incluso entre quienes han simpatizado con el caudillo autócrata. La ineficiencia ahuyenta inversiones, atemoriza a los ahorradores, asusta al turismo y crea un entorno de incertidumbre en el que ninguna sociedad prospera como lo haría en otras condiciones.
- El control autoritario sobre las instituciones, o la desaparición de ellas, debilita y llega a inhabilitar los mecanismos para expresar tensiones y diferencias dentro del Estado y para solucionar conflictos en la sociedad, así como entre ella y el poder político. Esos mecanismos son parte esencial del Estado de derecho. Sin él, la sociedad carece de garantías, el Estado va al garete de las ocurrencias del líder, las vías de entendimiento entre posiciones distintas desaparecen. Las autocracias, al reemplazar o desplazar al Estado de derecho, imponen decisiones pero no construyen consensos.
- El esquema rígido y vertical de las autocracias contrasta con la descentralización, flexibilidad y participación que hay en las democracias avanzadas. Las autocracias obligan a admitir sus decisiones, las democracias las procesan de manera abierta. Una autocracia tiene enormes dificultades para enfrentar situaciones complejas como pandemias, o crisis sociales, que no se resuelven sólo a golpes de autoridad porque requieren de la participación y compromiso de la propia sociedad.
- La autocracia populista dice que habla en nombre de los ciudadanos y actúa en beneficio de ellos, pero excluye el ejercicio de la ciudadanía. La autocracia se ufana de respaldarse en organizaciones de masas, promueve sindicatos y dispone de uno o más partidos, pero siempre en torno al caudillo y sus intereses. En las organizaciones que crea, o coopta, la autocracia exige sujeción absoluta. El ejercicio de derechos como la libertad de expresión y organización agravian los intereses corporativos de la autocracia cuando no los controla ni se le subordinan. Cuando domina sobre una sociedad desintegrada y desmoralizada, la autocracia tiene el camino despejado para ejercer su poder sin resistencias significativas. Hoy en día, sin embargo, las autocracias, sobre todo cuando han llegado al poder gracias a procesos democráticos, dominan en sociedades diversas, en donde hay sectores y grupos libres a los que no controla y que cuestionan su legitimidad.
- La autocracia, aunque haya surgido de un proceso electoral democrático, va perdiendo legitimidad política conforme toma decisiones autoritarias y, con frecuencia, poco eficaces. De la legitimidad dependen la capacidad de un gobierno para convocar y persuadir a la sociedad, así como la participación de ciudadanos y actores de los procesos sociales y económicos: en suma, el contrato social entre gobernantes y gobernados. Mientras más poder concentra y, en ausencia de contrapesos, lo ejerce de manera más autoritaria, la legitimidad de la autocracia se erosiona más.
- La centralización excesiva potencia las capacidades del poder, pero también sus equivocaciones. En la autocracia mexicana de hoy en día hay un poder dual. La presidenta Sheinbaum tiene el control formal del gobierno. Pero el control real de la fuerza política en que se apoya parece seguir en buena medida a cargo de López Obrador. Ese liderazgo bicéfalo implica contradicciones políticas como las que se han apreciado en las semanas recientes. El caudillismo populista exige devoción completa a un líder pero, cuando son dos, los intereses confrontados ocasionan conflictos. López Obrador promovió, respaldó y designó a Sheinbaum (que luego fue avalada por 36 millones de votos) pero no le transfirió todo el poder. Mantuvo el control de Morena o, al menos, posiciones clave en ese partido. Las exigencias y presiones, así como las necesidades de gobernabilidad que se experimentan en Palacio Nacional, son distintas a las que se pueden tener en Palenque.
López Obrador favoreció a Sheinbaum al dejarla en su lugar, pero ahora el expresidente, además del esencial respaldo simbólico que le ha manifestado, se está convirtiendo en fuente de desprestigio para el gobierno actual. Los hechos de corrupción e incluso complicidades delincuenciales de algunos de sus más cercanos confirman la descomposición del régimen obradorista. Para seguir con el guion y la concentración de poder autocráticos, la presidenta Sheinbaum puede allanarse al caudillo, o reconstituir en su propio beneficio los hilos del mando autocrático. En ambos casos habría una recomposición, pero no modificación sustancial del autoritarismo populista. La autocracia mandará en un país por ahora resignado al autoritarismo, con los excesos que implica y también con sus contradicciones y limitaciones.