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El debate público

Los espacios inmensos de la memoria

 

 

Rolando Cordera Campos

La Jornada

15/04/2018

 

A fines de los años 90 ChemaPérez Gay, siendo director del naciente Canal 22, aceptó apoyar la serie Memoria de Calidad. En esa aventura, como en otras tantas que compartimos, estaba Fito Sánchez Rebolledo de quien a dos años de su partida sigo extrañando su claridad y sagacidad.

Con Fito, Carmen (su esposa) y Eugenia, recordaríamos a Sergio Pitol y Carlos Monsiváis, referencias obligadas de nuestros repasos memoriosos. Hoy tenemos que asistir al deceso triste del primero, primero entre los primeros cuando de libros, sabiduría y compromiso se habla.

En 2006, después el primer debate entre los presidenciables escribía Fito: “(…) para muchos fue una verdadera sorpresa que los candidatos tuvieran propuestas que hacer. Y eso es bueno, pero no suficiente. Hay que reordenar la deliberación político-electoral en el país y aceptar que la lucha por el poder no admite los mismos procedimientos que la venta de cerveza o jabones. Si en verdad queremos fortalecer la cultura política ciudadana comencemos por dar a los electores ideas, instrumentos para pensar y decidir. No más escándalos gratuitos”. ( La Jornada, 27/04/06). Y sigue y dale: nada nuevo en este nublado horizonte de lo único que no puede aceptarse como rutina, porque supone intercambio, ideas, enriquecimiento del verbo. Y contra ello han arramblado partidos, exegetas, candidatos.

Tras un par de años recluido en su casa de Jalapa debido a una inclemente enfermedad, el gran viajero Sergio Pitol soltó las amarras de su barca. Sergio, junto con una veintena de generosos hombres y mujeres, dio brillo a nuestro proyecto televisivo de aquellos años, a nuestra memoria de calidad que Cal y Arena volvió venturosamente Volver con la Memoria.

Entre otras cosas, ahí Sergio recordaba “(…) tuve que cursar Leyes porque en la casa a mis familiares les preocupaba que hiciera una carrera cuyos resultados prácticos no veían. Me comentaban que esta profesión era el camino para la literatura mexicana, citaban a Reyes, a Vasconcelos, a Paz, al mismo Novo, que habían hecho esa licenciatura y después habían desarrollado su obra literaria, así que yo estaba convencido de que así era, que tenía que hacer como esos próceres de nuestra literatura.

“En segundo año empecé a ir a la Facultad de Filosofía y Letras a cursar materias optativas. Eran clases muy variadas, como literatura medieval italiana, siglo de oro, los cursos de O’Gorman de historia de la historiografía, las clases de Paco de la Maza sobre barroco, lo que me fue dando otros espacios de los cuales yo no era consciente cuando entré a Letras, ya que pensaba que era sólo literatura.

Pero mi gran formación, y la de buena parte de mi generación, nos la dio Leyes, y ahí ese maestro excepcional, un conde sevillano, conde de Pedrozo, republicano, exiliado en México, personaje que nos indicó caminos que ni los otros cursos ni muchas lecturas podían habernos dado. Pedrozo era un hombre cargado de cultura, de erudición y lleno de vida.

También nos habló del México de mediados del siglo XX que iniciaba su modernidad. “Los años 50 fueron fabulosos, entre otras cosas porque la juventud le da al panorama más gris, una verdura y una floración. Nuestros primeros 50 fueron muy elitistas, en el sentido de que nuestro grupo tenía muy poca contaminación con causas generales; Luis Prieto, Monsiváis y otros amigos, constantemente hablaban en forma paródica, el mundo era una diversión permanente.

“En nuestra concepción del mundo las situaciones reales se transformaban en ideales, fantasmagóricas y siempre, finalmente, grotescas. Nos podíamos reír hasta de Alfonso Reyes, que era una persona que adorábamos, o de Pedrozo, no había nada que nos fuera totalmente sagrado (…)

“En ese tiempo hay la sensación de que nada es perfecto, de que los organismos sindicales son, digamos, ajenos a los derechos que deberían de amparar a su clase; hay huelgas de maestros, de telegrafistas, de petroleros, de ferrocarrileros, y entonces se crea un clima de cambio. Además, la intervención militar de Estados Unidos en Guatemala creó también una sensación de desastre, de sentir el peso del imperialismo, que siempre habíamos creído que era una frase a la que no le dábamos sentido. Y después, la Revolución Cubana que coincide, en el periodo de López Mateos, con muchas manifestaciones sociales, lo cual sensibiliza de una manera muy rápida la vida política.

Y en otra parte recuerda al sabio Bajtin para quien, decía, “no hay verdad última y, que si la hubiera nosotros no la podemos encontrar, podemos llegar a las cercanías, a las aproximaciones, pero afirmar algo como verdad absoluta es imposible.

Bajtin, dice Sergio, se refiere a la tolerancia, principio que rompe, que atenta contra todos los Estados, los pensadores, o los que dan una verdad como fundamental y única. Pensando en la historia es muy sabia la expresión de Bajtin, nada ha sido eterno, salvo quizá ciertos preceptos morales, pero la historia se ha transformado, los imperios han caído, las instituciones más asombrosamente firmes se han derrumbado, lo único que queda como cierto es la obra de arte como síntesis de la cultura.

Y ahora digo, parafraseando a Sergio, que efectivamente desaparecen las civilizaciones, sus lemas y principio, sus obsesiones, pero queda el testimonio y la huella de los grandes. Del hombre que más allá de la historia en sí mismo es historia.

La sociedad abierta atraviesa por una disminución de la grandeza. Ya sólo el escándalo es memorable. Claudio Magris

“…El libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia, libres también de los demonios, del tedio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad y exalta la imaginación”…Sergio Pitol.