Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
24/09/2018
El Presidente Electo se equivocó cuando habló de bancarrota para describir la situación económica del país. Quienes advirtieron la gravedad de esa afirmación le respondieron con explicaciones especializadas y definiciones de diccionario. Andrés Manuel López Obrador está aprendiendo a hacerse cargo de que sus palabras alcanzan implicaciones que antes no tenían. Durante años, y hasta hace tres meses, era un candidato en campaña. Ahora está en las puertas de una responsabilidad que no ha asumido formalmente pero que ha tenido demasiada prisa por comenzar a desempeñar.
El ejercicio del poder, sobre todo cuando resulta de un proceso democrático, implica responsabilidades. Ésa es una obviedad pero al Presidente Electo se le olvida un día sí y otro también. Entre esas responsabilidades están la cautela para decir y hacer y, también, el respeto a lo que otros dicen y hacen. No queremos sugerir —resultaría ilusorio—, que un político como López Obrador deje de expresar sus preocupaciones y convicciones. Lo que hace falta, aunque quizá es más difícil, es que refrene el ímpetu del candidato para comenzar a construir un perfil de gobernante.
En vez de explicar sus inquietudes sobre el estado de la economía, el Presidente Electo arremetió contra los medios de comunicación en los que se publicaron cuestionamientos a su incorrecta apreciación sobre las finanzas del país. Dijo el martes 18: “La prensa fifí saca de contexto las cosas, sacando las podridas, ésa es su postura, porque desde hace mucho tiempo, desde el inicio de México como país independiente han existido dos agrupaciones: liberales y conservadores, siempre, desde hace más de 200 años”.
La tendencia a quejarse de otros como subterfugio para no reconocer sus propios errores, es común en los niños y los adolescentes y en algunos políticos inmaduros. Llevado por su incomodidad con la prensa crítica, López Obrador la ha querido descalificar con un apodo que sugiere que es elitista y por lo tanto distanciada del pueblo. Cuando comenzó a hablar de prensa fifí el ahora presidente electo pensaba en Reforma. Ahora extiende ese adjetivo pero sigue sin reparar en el despropósito que implica.
El debate público no depende de las simpatías o las reacciones que los argumentos allí expresados susciten en la sociedad. Más aún, a estas alturas de nuestro desarrollo histórico pretender que las posiciones políticas en México se dividen entre conservadores y liberales implica un inquietante desconocimiento de nuestra propia historia y del escenario global. Tampoco es cierto que todas las posiciones políticas se alinean en dos bandos (menos aún en “dos agrupaciones”) como dice AMLO. Por supuesto hay posturas liberales y conservadoras pero con una amplia gama de matices y circunstancias. Por cierto, si fuéramos rigurosos, habría que reconocer que en las propuestas y en numerosas decisiones recientes de Morena y sus dirigentes hay más sesgos conservadores que del signo contrario.
Uno de ellos es, precisamente, la actitud ante los medios de comunicación y las opiniones que no coinciden con el desempeño del nuevo grupo en el poder. Cuando el Presidente Electo intenta desacreditar con un apodo pueril al periodismo crítico, no solamente rehúye un debate que sería muy útil para el país. Además, arremete contra uno de los principios fundacionales del liberalismo político que es el respeto a las ideas y la convicción de que el periodismo constituye uno de los contrapesos esenciales en cualquier democracia.
López Obrador, sin embargo, hizo una observación que es pertinente rescatar cuando, encarrerado en su filípica, se quejó: “el truco de la prensa fifí, es que sacan una nota y luego van a buscar una reacción. Eso también hay que modificarlo, hacer más investigación y ser más objetivo y que no haya medios tendenciosos. Que los medios estén lo más distante que se pueda del poder y lo más cercano a la sociedad”.
El Presidente Electo, en esa apreciación, describió con exactitud el síndrome más cuestionable que ha definido a la prensa mexicana, como advirtió Héctor Aguilar Camín el viernes en su columna de Milenio. Nuestro periodismo se ha acostumbrado a repetir dichos y ha tenido escasa vocación para buscar, indagar y explicar hechos. Décadas de relación, a veces de sometimiento —y en otras de complicidad— con el poder político, ocasionaron y mantuvieron ese periodismo escasa o nulamente interesado en buscar algo más que declaraciones, sobre todo de los funcionarios públicos. En los años recientes se ha registrado una renovación que comienza a romper esa inercia, gracias al trabajo de periodistas y medios que develan hechos de corrupción, entre otros temas, con un esmerado y profesional trabajo de investigación.
Ese periodismo no puede existir sin tres condiciones básicas. En primer lugar, necesita recursos. Hasta ahora la prensa mexicana ha vivido, en lo fundamental, del financiamiento público a través de la publicidad oficial. La decisión del próximo gobierno para reducir a la mitad ese gasto publicitario (que suele estar destinado a la autopromoción de los funcionarios) puede propiciar la erradicación de simulaciones y de esa peculiar forma de corrupción que es la compra de incondicionalidades y aplausos pero, al mismo tiempo, afectará a los medios que hacen periodismo profesional. Las reglas para ejercer ese gasto, de aquí en adelante, tendrían que remplazar la discrecionalidad hasta ahora vigente, con criterios de pluralidad y respaldo al periodismo de calidad.
Una segunda condición para que ese periodismo se despliegue sin obstáculos es el respeto del poder político. Lamentablemente cuando se burla de ella adjetivándola, entre otras formas de eludir a la prensa crítica, López Obrador está en las antípodas del respeto a los medios que es indispensable por parte de todo gobierno que quiera eludir comportamientos autocráticos.
Hay quienes la restan importancia a las actitudes descomedidas (para decirlo con comedimiento) que el Presidente Electo tiene con los periodistas. Cuando les reprocha, pero también cuando aplaude el trabajo que han realizado, como si requiriesen de su paternalista aquiescencia, López Obrador le falta al respeto a los reporteros. Más cuestionable es su conducta con algunas periodistas mujeres. El “corazones, corazoncitos” fue una expresión degradante.
En episodios como ése, se han echado de menos las reconvenciones de no pocos defensores del derecho a la información y de muchas feministas habitualmente indignadas (a veces, ciertamente, con razón) ante conductas de autoritarismo y misoginia. Si antes de ocupar la presidencia López Obrador desacredita a la prensa y desconoce la importancia de su desempeño crítico, las medidas que podría tomar ya en Palacio Nacional son preocupantes.
Si realmente considera que debe haber periodismo de investigación, López Obrador tiene la oportunidad de fomentarlo, pero ése no es asunto sólo de recursos financieros. Además, para que ese periodismo tenga sentido, es preciso que encuentre interlocución, sin demérito de una necesaria distancia, en el poder político. Hasta ahora el Presidente Electo ha ignorado, y en la práctica ha descalificado, los resultados más relevantes de las mejores piezas de periodismo de investigación que se han realizado en México en los últimos años. Dos de ellas, relativas a las empresas fantasma y “La estafa maestra”, ambas de los periodistas de Animal Político, develaron las redes de corrupción creadas en el gobierno de Javier Duarte en Veracruz y en las gestiones de Rosario Robles en dos secretarías de Estado. ¿Cuándo se ha conocido un cuestionamiento de López Obrador respecto del exgobernador Duarte? Respecto a la secretaria Robles, ha tenido una abierta condescendencia.
La tercera condición para que el periodismo profesional tenga eficacia es el reconocimiento de la sociedad. Tal aceptación, desde luego, no depende del poder político. Pero los gobernantes (y en los hechos AMLO ya toma definiciones y decisiones como si lo fuera) pueden entorpecer la relación entre medios de comunicación y sociedad cuando descalifican a la prensa que no les gusta.
El mismo López Obrador propicia un periodismo anclado en los dichos, y renuente a los hechos, cuando día tras día sucumbe a la fascinación que tiene por los micrófonos e improvisa declaraciones al calor… de otras declaraciones. La comunicación frecuente entre gobierno y gobernados es saludable. Mas si se sustenta en peroratas enardecidas, o en expresiones imprudentes, abre frentes de litigio que ni al Presidente Electo ni al país le hacen falta.