Rolando Cordera Campos
La Jornada
08/11/2015
Ni los tristes escenarios que hoy ofrece la economía mundial y que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) nos dibujaran hace unas semanas desde Lima, pueden nublar la sospecha de que algo anda muy mal en la economía mexicana y no sólo con cargo a lo que acontece en el resto del globo. Habría que empezar por admitir que en medio y de frente a la adversidad mayúscula que nos impone una crisis que no parece conocer su fin, los gobernantes y principales responsables de la conducción económica nacional dejaron de lado los pocos márgenes de libertad que nos quedaban, y como personajes de tragedia o rencarnaciones del gran estudio de Bárbara Tuchman sobre la marcha de los necios a lo largo de la historia, se dispusieron a expiar sus culpas sin tomar nota del sufrimiento ajeno.
Ahora no queda mucho más que rendirse a la evidencia del decaimiento económico y el empeoramiento de la cuestión social contemporánea. Por enésima vez, el Banco de México, donde moran los arúspices y astrólogos que dicen ver el futuro, anuncia una rebaja en sus estimaciones sobre el crecimiento de la economía para este año y el que viene. Para su sumo sacerdote, el doctor Carstens, sólo se crecerá 4 por ciento en 2017 para advertir que “estas buenas noticias no son para dormirnos en nuestros laureles ni caer en complacencias (…) ya que crecer a 4 por ciento no es lo ideal” ( El Universal, 5/11/15).
Por lo pronto, el intervalo de crecimiento esperado para este año va de 2.4 por ciento como máximo a 1.9 por ciento como mínimo. Para 2016, el Banco de México mantiene su proyección de crecimiento entre 2.5 y 3.5 por ciento, que luego nos llevaría al ansiado 4 por ciento para 2017. Que, gobernador dixit, no es ideal. Desde luego que desde ningún mirador, menos desde el social, es mínimamente satisfactoria esta proyección de la economía. Con esas tasas de crecimiento, la tragedia del mal empleo y el abultamiento de la informalidad mantendrán su marca de hierro ardiente sobre nuestra vida social, mientras el mercado interno languidecerá más sin que pueda esperarse con realismo un relevo proveniente de la recuperación estadunidense.
Se apostó todo a la estabilidad mal llamada y peor entendida macro
, porque se le redujo al control de los déficit fiscal y externo y a dizque domar la inflación; y, con el correr del tiempo, se desestabilizó todo lo demás, lo que en verdad constituye lo macro: la cohesión; la racionalidad política de un pluralismo sin duda agreste, pero con posibilidades de gestar alternativas y visiones de conjunto diferentes; se deterioraron las de por sí frágiles capacidades instaladas para crecer con el apoyo de nuestras potencialidades internas.
La confianza tan arduamente buscada y comprada hace mutis: el Indicador de Confianza Empresarial (ICE) que calcula Inegi ha caído en todos los frentes. En comparación anual, el ICE en la construcción se reduce en 8.5 por ciento; en el comercio 7.5 por ciento y en las manufacturas 3.1 por ciento. No en balde, Morgan Guaranty Trust nos declara poco seguros y no sólo ni principalmente por la presencia de los malos.
Es como si el cuerpo social y económico mexicano, para recobrar la estabilidad devastada por la crisis de la deuda, se hubiera encogido por demasiado tiempo hasta hacérsele imposible volver a la estatura previa. Y, tal vez lo peor, la jibarización
del Estado que empezara con la privatización y cierre de las empresas estatales y la reducción salvaje de la inversión pública, se volvió tumor maligno en el cerebro de la gobernación y del Estado en su conjunto.
Así, la economía política heredada de la posrevolución y forjada en la industrialización dirigida por el Estado se vació de contenidos y perdió rumbo, se despojó de cualquier noción de interés general o bien común y se dispuso a andar en círculos hasta perder el sentido de las coordenadas básicas para, al final, percatarse de que tampoco es posible ni deseable volver atrás. Ahora vivimos una implacabledictadura de la senda
vuelta máscara de hierro.
Los pasos perdidos, pues, pero sin siquiera haber pretendido construir nuevas ciudades en la selva, como nos lo contó magistralmente Alejo Carpentier. Esos pasos ya pasaron y no volverán.