Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
08/05/2017
El resultado electoral que hace a Emmanuel Macron presidente de Francia ha sido una victoria de la sensatez y la democracia. Ante la impolítica del odio y la exclusión que desplegó su rival, Macron reivindicó los valores históricos de la cultura francesa con un enfoque global. Pero no hay que desdeñar el 34.2% de la votación a favor de Marine Le Pen. El fascismo es apoyado por la tercera parte de los franceses. Nunca antes la ultraderecha había recibido una adhesión tan numerosa en Francia.
Casi dos tercios (65.8% en los recuentos iniciales) respaldan, en Francia, al nuevo presidente. Con ese apoyo podrá gobernar y enfrentarse al escenario de escisiones y discordia que se ha extendido en Europa y el mundo. El triunfo de ese pragmático filósofo y ex banquero señala varias paradojas. Emmanuel Macron es conocido por una singular habilidad persuasiva, pero nunca antes había sido electo para un cargo político. Fue ministro de Economía, Industria y Asuntos Digitales con el presidente Francois Hollande, pero renunció en agosto pasado para presentarse como una opción distinta.
Macron fue miembro del Partido Socialista hasta 2009. Hace 13 meses, en abril de 2016, fundó ¡En Marcha!, movimiento político al que definió como un “transpartido”. Con esa organización logró capitalizar el desprestigio de los partidos tradicionales, sobre todo frente al ascenso de las opciones de derecha.
El nuevo presidente de Francia no es un hombre de izquierdas, al menos de acuerdo con las coordenadas ortodoxas. Propone reducir el gasto público, eliminar impuestos, flexibilizar normas laborales y unificar planes de seguridad social. Se trata de una agenda que podría considerarse como neoliberal, aunque quizá estamos ante una reconstrucción y no un desplazamiento de las instituciones estatales en Francia.
Al mismo tiempo, Macron está por la igualdad de género, la inclusión social, la protección del ambiente y el fortalecimiento de la Unión Europea. Ante la migración, en vez de exclusión, propone la legalidad y el estado de derecho. Es decir, respalda todas las políticas que la ultraderecha ha querido abolir. La radicalización de la derecha propicia que las concepciones liberales sean hoy las verdaderas reivindicaciones de izquierdas.
Marine Le Pen ha encabezado el desdén a Europa, con un discurso nativista y populista claramente sincronizado con las políticas de exclusión y fundamentalismo que imperan hoy en la Casa Blanca. Esa coincidencia ha sido evidente. A Le Pen la respaldó, de manera explícita, el presidente Donald Trump. Macron, en cambio, recibió la adhesión expresa del ex presidente Barack Obama.
En Francia nadie o casi nadie se sobresaltó por esas adhesiones. Nadie se quejó de manera significativa por el intervencionismo estadunidense que supondrían las expresiones de Trump y Obama. La política es global y no tiene sentido desconocer los alcances transfronterizos de la elección en un país. Lo importante es que tales adhesiones fueron públicas, de cara a los ciudadanos que irían a las urnas y en el espacio público global. Aquí en México seguimos dominados por un aldeanismo que suscitaría indignaciones ante cualquier expresión explícita de respaldo a cualquiera de nuestros candidatos presidenciales.
A contrapelo de la transparencia que siempre es exigible en el quehacer político democrático, la campaña presidencial francesa fue perturbada por el intento de golpear a Macron con filtraciones de última hora. Dos días antes de la elección en algunos sitios de internet circularon acusaciones de presunta evasión fiscal con documentos alterados que adjudicaban a Macron cuentas bancarias en el extranjero. Esos documentos estaban mezclados con otros que fueron obtenidos con una intervención a distancia en las computadoras de algunos de sus colaboradores y de su organización política.
Los franceses supieron advertir ese intento para modificar la adhesión electoral que las encuestas ya habían identificado a favor de Macron. La filtración no influyó tales preferencias. Pero esa intrusión informática fue similar a la que padecieron colaboradores de Hillary Clinton y el Partido Demócrata antes de las elecciones en Estados Unidos. Ahora en París, como antes en Washington, hay evidencias para acusar de esa infiltración a hackers de origen ruso.
Así como la política es global, también la diseminación de la antipolítica tiene expresiones que trascienden fronteras, especialmente en el ámbito digital. Allí hay otra lección para nuestra circunstancia mexicana. De aquí a las elecciones de 2018 se podrían propalar mentiras y filtraciones de acuerdo con los intereses de quienes, a trasmano, quieren influir en las decisiones de los electores mexicanos. La conexión rusa no es asunto de novela de espías, sino una muy constatable presencia en el ajedrez global del que no somos ajenos.
En Francia los electores no se dejaron confundir por los hackers. Más de 8 de cada 10 ciudadanos fueron ayer a votar. La presidencia se dirimía por primera vez entre dos candidatos que no formaban filas en ninguno de los partidos tradicionales. La centro-derecha republicana y el socialismo fueron derrotados por la desconfianza y el reproche de los ciudadanos que no aceptaron más la alternancia entre una y otro. La posibilidad de que Los Republicanos, como se denominó a últimas fechas, regresaran al Palacio del Eliseo quedó cancelada cuando su candidato, Francois Fillon, fue demolido por escándalos de corrupción. La debacle del mítico Partido Socialista quedó sellada con los errores e insuficiencias del gobierno ahora saliente de Francois Hollande.
La crisis de los dos grandes partidos despejó el camino para la reaccionaria Marine Le Pen, pero también para el nuevo movimiento de Emmanuel Macron. Es la primera ocasión que, en la era de la Quinta República Francesa —es decir, en casi seis décadas— gana un partido independiente. Las enseñanzas francesas, de nuevo, podrán tener varias lecturas en nuestro contexto. Si, a pesar de su creciente descrédito, los partidos políticos que han gobernado en México siguen siendo competitivos, es por la capacidad que mantienen para reunir algunas clientelas significativas, pero también debido a la ausencia de nuevas opciones políticas que sean, además, suficientemente sólidas.
Es buena noticia que en Francia gane un candidato comprometido con la renovación, pero además con la inclusión social y política y con la cultura. Emmanuel Macron tiene una maestría en la prestigiada Sciences Po, e hizo la carrera como funcionario público en la Escuela Nacional de Administación. Antes, estudió filosofía con especial interés por Hegel y Maquiavelo y fue asistente de Paul Ricoeur, el filósofo de la fenomenología, la hermenéutica y los significados.
A pesar de la vocación de su mentor más importante por el texto y sus implicaciones, Macron no tiene escritos especialmente destacados. Es autor de un libro reciente, Révolution, que más que la organización política reivindica la fuerza de la imaginación, el poder de la cultura y la capacidad para tener un pensamiento global.
Contra el provincianismo aislacionista del Frente Nacional y su excluyente carga de xenofobia, al que derrotó ayer, Macron propone la vocación universal de la cultura francesa. Pero su libro, a juzgar por algunas reseñas, está más cargado de una retórica inspiracional que de un proyecto político.
Macron, a sus 39 años, será el presidente de menor edad que haya tenido Francia. En un mundo de jóvenes esa circunstancia, entre otras, debiera resultar promisoria. Por lo pronto, qué emoción y qué gusto escuchar La Marsellesa cantada por sus seguidores en la plaza del Louvre.
ALACENA: Nosotrxs, novedad y augurio
Encabezado por ciudadanos que han participado en la lucha contra la corrupción y por la legalidad, ayer fue presentado el movimiento Nosotrxs, que no se propone hacer política electoral, sino vigilar y exigirles a los partidos y a los representantes públicos.
Mauricio Merino, destacado profesor del CIDE, encabeza ese nuevo esfuerzo ciudadano con la participación, entre otros, de Blanca Acedo, Ricardo Becerra, Carlos Bravo, Carlos Brito, Jesús Cantú, Katia D’Artigues, Pedro Kumamoto, José Merino, Lourdes Morales, Alberto Olvera, Ricardo Raphael, Jesús Rodríguez Zepeda, Jorge Javier Romero, Mariana Sáiz, Javier Solórzano, Víctor Trujillo y Juan Villoro.
A pesar de su nombre impronunciable y demasiado correcto, Nosotrxs es un esfuerzo esperanzador “para detener abusos y denunciar actos de negligencia y de corrupción” a partir de la decisión de “no tenerle miedo a hacer política” y “ser protagonistas de la democracia”. Eso dijeron ayer algunos de sus promotores. Buena suerte.