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El debate público

Más pobres que en 1992

Ricardo Becerra

La Crónica

19/07/2015

La verdad -dura y rotunda- es que somos más pobres que en 2008, con toda probabilidad, más pobres que en 1992.
Si lo anterior no es asumido como un desastre macroeconómico (y humano), entonces no existen los desastres.
Más de treinta años de errores encadenados, persistentes, y no reaccionamos. Nadie verifica o evalúa a tiempo las consecuencias de las políticas económicas puestas en marcha y los hechos concretos, los datos, terminan evaporados ante la majestad ideológica del dogma en el que estamos metidos.
En el futuro –no tan remoto- algún historiador analizará las notas y las acciones de los que gobernaron este tiempo y quedará asombrado de cuántos datos esenciales tuvieron en sus escritorios los responsables de la conducción económica de México. Evidencia pura y dura que ignoraron, por maldad, por estupidez, o mejor, casi siempre, por obstinación con una decisión previamente tomada.
Banco de México, Secretaría de Hacienda, Trabajo, el Presidente de la República, en este sexenio y en los cuatro anteriores anunciaron el boleto sin retorno: reformas estructurales primero que nada; ellas convocarán a la inversión; la inversión nos traerá crecimiento empresarial, las empresas requerirán empleo y el empleo –con su comité de productividad mediante- mejorará salarios.
Hipótesis que no ha ocurrido (la ronda uno es tan sólo el último pálido ejemplo). Y lo que nos dicen las cifras, los datos, es que vamos hacia atrás: no de un bienio a otro, sino a través de varias décadas. Obstinadamente.
El dato impresiona: luego de un sexenio casi completo, los ingresos corrientes de los mexicanos se hayan 14.7 por ciento por debajo del que teníamos antes de la crisis. Y tal como muestra la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares 2014 (INEGI), en el primer bienio del Presidente Peña, los ingresos globales descendieron 3.5 por ciento.
Y si nos tomamos la molestia de reconstruir las series hasta el último dato disponible, todo indica que el ingreso corriente y el ingreso laboral por cabeza del año pasado ¡es inferior al de 1992! Si hacemos cuentas, el ingreso mensual per cápita tuvo una caída de ¡9.3 respecto al ingreso de 1992! Los datos debidamente deflactados son: ingreso mensual per cápita en 1992, 3,322 pesos; en 2014: 3,015 pesos (precios de 2010).
Lo dicho: esto es un desastre social, después de centenas de reformas estructurales (iniciadas con Miguel de la Madrid), de una maniática contención salarial y de una inserción a la economía norteamericana carrereada y sin plan.
Los datos de la ENIGH deberían ser revulsivos para una pronta y profunda discusión nacional. Vean si no: el 64.2 por ciento de los hogares ganan menos de dos salarios mínimos y esa gran masa, concentra el 20 por ciento de los ingresos totales. Por el contrario: sólo el 7% de los perceptores de ingresos registró más de seis salarios mínimos, y ellos concentran casi el 40% del total de los ingresos nacionales.
¿No queda claro que necesitamos una política –prudente, paulatina pero decidida- dirigida a los niveles más bajos de la escala salarial? Un aumento de 15 pesos diarios en el salario mínimo (para superar la línea de pobreza alimentaria) se convertiría de inmediato, en un factor de corrección en ese mundo (ese 64 por ciento) que a duras penas sobrevive con 140 pesos diarios.
El índice de Gini, apenas y se movió, por las centésimas (o sea, mantenemos la desigualdad inalterada), mientras que el retroceso más importante en este bienio lo protagonizaron los deciles de “la clase media”: V, VI, VII, VIII y XIX, con caídas de su ingreso del orden de 5 y 5.6 por ciento. Todos perdieron y los que se salvaron (los del grupo más pobre) tienen ya el riesgo en el pescuezo ante la magnitud del recorte presupuestal y la nueva austeridad que se avecina.
Desdeñar una política de recuperación salarial y de ingresos en la economía formal ha sido un tremendo error. Creer que los salarios son una mera segunda derivada, de la productividad, también. Si con estos datos no cambiamos, nos volveremos el ejemplo más extraordinario “de cómo, arrancando de un error, un lógico impenitente puede llevarte a un manicomio” (Keynes dixit).