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El debate público

Mente sana

Rolando Cordera Campos

La Jornada

15/05/2016

 

En ocasión del día de la Enfermera, el presidente Peña echó mano de la metáfora ocasional y nos anunció que los signos vitales de la nación funcionaban bien. La profesión que se celebraba es una de las más dignas e importantes para la sociedad moderna mexicana y el descuido que de sus profesionistas se ha hecho por años, tal vez décadas, contrasta con su utilidad social creciente, así como con la necesidad ingente que de su concurso tienen clínicas, hospitales, médicos de urgencias y especialistas de todo tipo y presunción.

El estado real de la enfermería mexicana, su número y niveles de remuneración, su tendencia a emigrar dado el valor que sus servicios ha adquirido en el exterior, la evidente falta de auxiliares, paramédicos, etc., en hospitales públicos y privados, podría servir a los estudiosos de la salud para tomarle el pulso al sistema en su conjunto. Y me temo que esos signos vitales no hablarían de nada bueno, a pesar del tamaño alcanzado por la red hospitalaria y del profesionalismo y vocación de servicio de muchos de sus miembros, para no hablar de la calidad y entrega que caracteriza a gran parte de quienes en él trabajan.

Por más que se le ha hecho, hoy tenemos que rendirnos a la evidencia de carencias millonarias en cuanto al acceso garantizado de los mexicanos a la atención sanitaria pública; de coeficientes impresentables de aseguramiento social; admitir la presencia de miles y miles de muertes evitables, de mortalidad materna del todo injustificada y de una maraña de intereses privados y burocráticos que se han encargado de impedir que lo fundamental se abra paso.

Y lo fundamental en salud, no olvidarlo, es calidad que, a su vez, tiene obligadamente que ver con oportunidad y eficacia puntual en la recepción y el tratamiento. Y, sobre todo, atención primaria, nutrición, agua potable.

Una nación del tamaño de la nuestra; con unas potencialidades indiscutibles en materia productiva y todavía en recursos naturales; con una población joven con grados de escolaridad promedio superiores a los de las generaciones anteriores; es decir, una nación con sus “signos vitales en orden”, que diría el presidente, no puede darse el lujo de incurrir en tanto desperdicio al no emplear bien ni suficientemente a su gente, en especial a los jóvenes; al no hacer lo mínimo necesario para que su economía crezca a las tasas mínimas necesarias para asegurar buen empleo y excedentes destinados a ampliar y mejorar la formación de sus niños y jóvenes, así como para tener cuanto antes un verdadero, por creíble, sistema nacional público de salud, como lo ofrecieron todos y cada uno de los candidatos presidenciales en 2012 para luego olvidarse sin más del compromiso.

Si contrastamos los contrastes mexicanos del presente, con la manera cómo sus grupos dirigentes los afrontan, entienden, verbalizan, tendremos que asumir que esos latidos no son los que la sociedad partida que formamos requiere con urgencia. Ni los salarios medios ni los que se obtienen en las industrias y actividades de punta; ni desde luego el salario mínimo que revela la inexistencia de vergüenza cívica y social en las capas dominantes, permiten hablar de salud plena y vigor en el andar y el reaccionar colectivo.

Al renunciar a la inversión pública como palanca imprescindible para crear futuro; al dejar varados muchos de los planes e ilusiones en grandes saltos en innovación, investigación y en general la construcción de escenarios transitables para la educación superior pública, la ciencia y la tecnología; al dejar que las relaciones sociales primordiales, como las laborales, naveguen al pairo; al dejar para después, siempre para después, la gran cuestión de la desigualdad cuyos núcleos principales son obra humana, política, del poder y no de la naturaleza o la providencia, soslayamos como sociedad y como Estado nacional los valores e indicadores decisivos para aspirar a, no se diga presumir de tener o contar con una buena salud que depende y va más allá de la sapiencia, abnegación y honestidad de nuestros médicos y enfermeras.

Mente sana en cuerpo sano; pero también al revés.