Ciro Murayama
El País
11/10/2016
El resultado electoral del 8 de noviembre no pueda soslayarse al sur del Río Bravo
Para enfrentar esos peligros, el punto de partida pasa por reconocer cuál es el margen de acción de México como país y, por tanto, cuál debería ser la estrategia nacional encabezada por su gobierno. Puede parecer de Perogrullo, pero dados los tiempos que corren más vale señalar que la política exterior de todo país ha de estar en función de sus objetivos nacionales de desarrollo. Y aquí cabe reconocer que el desarrollo, entendido en su sentido básico como crecimiento económico con equidad e inclusión social, se ha desdibujado como estrella polar de la acción del Estado mexicano en las últimas décadas.
Es cierto que en los años de vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) las exportaciones de México han crecido a una velocidad de 5,54% anual, si bien el 81% de esas ventas tienen como destino Estados Unidos, y el peso del sector externo ya equivale al 72,8% del PIB azteca.
Por ello es válido preocuparse por los límites que la administración de Trump pueda imponer al libre comercio. Pero también hay que reconocer que en la era del TLCAN la economía mexicana crece sólo al 1,35% por persona al año, y que en pleno Tratado se dio la mayor ola de emigración hacia Estados Unidos con cifras de 700 mil personas al año desde el arranque del siglo y hasta que en 2008 la crisis norteamericana frenó la demanda de fuerza de trabajo del sur. Los datos muestran que la sola apertura comercial y el dinamismo exportador no aseguran el buen desenvolvimiento del mercado interno.
El éxito comercial del TLCAN no se ha traducido en la generación de los puestos de trabajo que la demografía mexicana requiere –casi un millón de empleos nuevos al año- ni en mayores salarios que permitan mejorar las condiciones de vida de este lado de la frontera pues la pobreza, como ocurría antes del acuerdo comercial, sigue afectando a la mitad de la población.
A la pobreza masiva y a la ancestral desigualdad de la renta, en los últimos años se han sumado la violencia criminal –al grado que desde 2008 la principal causa de muerte entre varones de 15 a 64 años de edad sea el homicidio-, así como el deterioro medioambiental acelerado como causa del cambio climático –que Trump niega- que colocan cada día en una situación de fragilidad extrema la vida de millones de familias mexicanas.
En los circuitos financieros de México, tras el triunfo de Trump, se comienza a recomendar un mayor recorte al gasto e inversión públicos, como si una ruta para enfrentar los desafíos consistiera, precisamente, en disminuir aún más la actividad económica interna y forzar la emigración hacia la tierra donde se acentúa la xenofobia.
La solución a los profundos problemas de México no vendrá de fuera, menos ahora con el discurso hostil del próximo inquilino de la Casa Blanca. Ante un entorno tan adverso, México tiene la urgencia de reactivar el crecimiento y reducir la desigualdad para asegurar su cohesión social e imprimir esperanza a su futuro.