Rolando Cordera Campos
La Jornada
06/12/2015
Se ha dicho que México y su economía pueden ser imparables. Supongamos que así sea, pero entonces convengamos en que ahora no lo son y que tal y como está organizado el Estado y funciona la economía tal hazaña no será posible.
Como nos lo ha enseñado la historia, las economías avanzadas son susceptibles de parones y hasta de retrocesos, como probablemente haya ocurrido en varios países europeos en esta ya larga Gran Recesión. Y hasta el portentoso reino del centro ha empezado a experimentar un parón relativo al reducir su ritmo de crecimiento con el fin, se dice, de llevar a cabo un cambio de modelo
. Pero parón ha habido.
Nosotros supimos de estas malas artes de la economía moderna allá por el principio del fin de nuestra época dorada del Desarrollo Estabilizador. Lo que la Secretaría de Hacienda concebía como un ajuste momentáneo se volvióatonía
y su entonces secretario, el reputado abogado y financiero Hugo B. Margáin, se cayó del caballo
. Luego vino la ruleta rusa de la devaluación al auge petrolero para aterrizar de mala manera en las décadas pérdidas de fin de siglo y la implantación del estancamiento estabilizador
como trayectoria y camino únicos.
Por lo anterior, uno no puede sino celebrar que se hable de volvernos imparables, a condición de que tal convocatoria sea realista si lo que se quiere es pedir lo imposible. Para empezar, que se asuman como buenas las cifras y las tendencias conocidas y reconocidas que nos ayudan a trazar el escenario actual y sus antecedentes significativos, por lo menos hasta que dispongamos de nuevas y mejores estimaciones. Y no antes: aludir a unos renovados cálculos y estadísticas con los que no se cuenta, a lo que parece encantarles jugar al zar de los impuestos y al nuevo secretario de Desarrollo Social.
Seguir por el camino señalado por el llamado cambio estructural de y para el mercado, realizado por los dos últimos gobiernos priístas del siglo XX, no es congruente con esta pretensión de arribar a una nueva grandeza mexicana. Los ritmos de crecimiento a que dio lugar la apertura externa y la privatización intensa y extensa del mercado y la estructura productiva nacional no son los mínimamente necesarios para dar lugar a una expansión como la pretendida, ni han estado a la altura de las necesidades sociales y las carencias acumuladas y reproducidas en estos duros años de penuria y desequilibrios múltiples.
El reconocimiento hecho hace unos días por el secretario Videgaray así lo confirma: con todo y el TLCAN y la cascada de inversión extranjera que nos cayó desde fines del siglo pasado, la economía exportadora no ha podido superar su etapa maquiladora. El éxito alcanzado en la industria automotriz puede filtrarse al exterior por la misma vía, si se mantiene viva la absurda renuencia a desplegar una política industrial de nuevo tipo y si, además, se mantiene el aberrante régimen salarial que impera no sólo en las ramas y sectores atrasados sino a lo largo y ancho de la industria moderna dedicada a la producción de bienes comerciables.
Política industrial y salarios para ampliar y darle vigor al mercado interno; ocupación extensa y desarrollos regionales para rescatar el sur profundo y vasto, es lo que el país necesita para empezar a recuperar ánimo y aliento. Poco o nada de esto se obtendrá con mantras como el delboom que ya llega o, peor aún, con operaciones de maquillaje sobre la información básica que retrata nuestro rostro social o los tejidos encogidos del aparato productivo.
El redescubrimiento de México reclama algo más que de castillo y toritos de fuegos artificiales.