Ricardo Becerra
La Crónica
14/08/2016
Desconsolado por el desempeño de nuestra delegación olímpica (si, quizás cero medallas, se antoja ya imposible alcanzar las 7 obtenidas en Londres). Azorado por el rebrote cruel de la violencia criminal. Pesimista, si leo las lúgubres minutas del Banco de México que anticipan –una vez si y otra también- “mayores riesgos para la economía como consecuencia de la debilidad industrial y de un freno en el sector servicios”, para colocar el crecimiento de este 2016 en un disminuido 2 por ciento. Ofuscado por el errático destino de la reforma educativa y los furibundos chantajes de la CNTE. Apabullado por la amenaza de nuevos escándalos por conflicto de interés en lo más alto del gobierno. Y atónito por el arrebato clerical contra la educación sexual en Nuevo León. Un cúmulo de noticias que descorazonan pero –hasta donde alcanzo a ver- un proceso distinto y esperanzador en nuestro horizonte público: la elaboración y el debate de la Constitución Política de la Ciudad de México.
Aclaro: no quiero ignorar las críticas ni las dudas razonables que algunas voces muy respetadas han arrojado a la idea de un Constituyente para la Ciudad. Pero si vemos las cosas con cuidado, propongo mirar al proceso de este modo: una oportunidad para realizar correcciones en nuestros modos de vivir, de coexistir, desarrollar y gobernar, aquí, en el extinto Distrito Federal.
No hablo de ninguna refundación grandilocuente, pero si de realizar una crítica seria por partida doble: al tipo de desarrollo que han impulsado las izquierdas en la capital, y por otro lado, una oportunidad para emanciparnos del neoliberalismo mental que nos inunda (Juan Pablo Castañón de COPARMEX, por ejemplo, en plena fase recesiva, pide un enorme y cuarto recorte al gasto público. Pero incluso personajes como López Obrador han erigido a la “austeridad” como principio y a los impuestos, como un síntoma del mal gobierno). Luego de treinta años, el neoliberalismo conquistó cerebros en todos los flancos.
Pero, concretamente ¿en que estoy pensando? La Constitución puede ser el espacio para eliminar la inercia del desperdicio clientelar vía la “programitis”, planes establecidos para cualquier carencia y que remedia –siempre a medias- la condición de madres solteras, adultos mayores, jóvenes nínis, pequeños en edad escolar y un largo etcétera. Aquí, en la Ciudad, hay una oportunidad para establecer la idea de bienestar universal bien discutida, pactada entre todos, para que la multitud de programas sectoriales sea reemplazada por una idea de sistemas de bienestar, más allá de la delegación o del gobierno en turno, para volver a la Capital un laboratorio serio de un Estado de Bienestar al menos germinal.
Pienso también en un tipo de representación política más democrática: inyectar el mayor número posible de diputados plurinominales y de Concejales (tantos votos, tantos cargos, estrictamente hablando) para que la soberanía popular sea reflejada, estrictamente, en los órganos de control del poder ejecutivo.
Y pienso también en un nuevo tipo de fiscalidad, más atenta a la riqueza real de la Ciudad, es decir a la riqueza que se genera por la edificación, no solo por ocupar tantos metros cuadrados en la superficie (todo esto puede ser documentado .
Hay muchos más campos de acción para la imaginación política y para un nuevo tipo de pacto y de convivencia, en medio de tantos fracasos sociales. La Constitución impulsada por la Ciudad de México, por su Jefe de Gobierno y por la paciente tenacidad de Porfirio Muñoz Ledo (responsable de la redacción del borrador inicial), es uno de los pocos procesos políticos que generan entusiasmo, ganas de deliberar y de imaginar un futuro diferente y mejor.
Al menos desde 1996, no recuerdo otro proceso que despierte tantas energías reformadoras (ejemplares y auténticas) como el proceso constituyente que está por iniciar.
En medio de tantas decepciones económicas, sociales y políticas, la Ciudad podría embarcarse en una deliberación de gran aliento, convocar a una nueva fase constructiva (sin corrupción) e inspirar a toda la nación. A lo mejor los mexicanos si podemos ser mejores y elaborarlo, incluso en medio del pasmo que desalienta a nuestra maltratada convivencia nacional.