Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
26/12/2022
La tesis es el informe escrito que realiza un alumno para demostrar que tiene conocimientos suficientes en un campo específico, que maneja herramientas metodológicas para hacer una investigación y que puede comunicar sus reflexiones por escrito. Se trata de un libro, aunque no sea publicado como tal, que su autor conserva con orgullo y como parte del esfuerzo realizado para obtener un grado académico.
Parte de mi trabajo, desde hace casi cinco décadas, consiste en revisar tesis. He dirigido 58 tesis de Posgrado o licenciatura, he formado parte de comités tutorales de al menos 40 más y he sido sinodal en otras 150, aproximadamente. De vez en cuando encuentro plagios, que siempre me causan mucha tristeza. Incurren en plagio quienes toman un texto de otra persona y lo reproducen sin darle crédito.
El plagio siempre ha sido una lacra para el trabajo académico. Con la era digital, la posibilidad de plagiar se incrementó porque es sencillo copiar y pegar un texto ajeno y presentarlo como propio. Quienes hacen trampa de esa manera no toman en cuenta que, así como resulta fácil apropiarse del trabajo de otros, también lo es advertir y documentar el plagio. Mr. Google resulta de mucha ayuda y existen programas informáticos especializados en la revisión de textos académicos.
En todos estos años de leer tesis ha sido inevitable encontrar plagios. A veces se trata de párrafos sin citar. Otras, de hurtos mayores que tienen que ser sancionados por nuestras autoridades académicas. En una ocasión me tocó revisar una tesis en donde todo un capítulo, de inicio a fin, estaba tomado de un libro mío.
Hay de plagios, a plagios. Gracias a los ya mencionados recursos digitales pero también a la convicción de que es inaceptable apoderarse del trabajo de otros, en los años recientes se han documentado plagios relevantes. He seguido con atención algunos de esos casos y he escrito sobre varios de ellos. Pero jamás había conocido un plagio tan abusivo, flagrante y ominoso, como el que cometió la hoy ministra Yasmín Esquivel Mossa en su tesis de licenciatura.
Línea por línea, un párrafo tras otro, esa tesis presentada en septiembre de 1987 reproduce la de Edgar Ulises Báez Gutiérrez presentada en julio de 1986. Esquivel, con esa tesis, obtuvo la licenciatura en Derecho en la entonces Escuela Nacional (hoy Facultad de Estudios Profesionales) Aragón, de la UNAM. Báez, se graduó como licenciado en la Facultad de Derecho de la misma Universidad.
Ambas tesis, como se ha dicho en los días recientes, fueron dirigidas por la misma persona. La profesora Martha Rodríguez Ortiz ha sido extraordinariamente prolífica como directora de tesis. El catálogo en línea de la UNAM muestra 513 tesis dirigidas por ella a partir de 1983, aunque hay al menos un par de registros duplicados. En 1995 dirigió 34 tesis, casi tres por mes, tarea que resulta inusitada si se considera que un docente de tiempo completo además debe impartir clases y cumplir con otras actividades académicas. En 2006, fueron 28 tesis. En 1986, 26. Una de ellas fue la de Báez, que sería calcada por Esquivel 14 meses después.
A pesar de tantísimas tesis dirigidas, resulta imposible que la profesora Rodríguez no se diera cuenta del plagio. Al menos otras dos tesis dirigidas por ella copian capítulos completos de la tesis presentada por Báez. Diversos periodistas, entre ellos Beatriz Guillén en El País, han identificado más tesis dirigidas por Rodríguez y que fueron plagiadas a otros alumnos suyos. En torno a esa profesora se articuló una cadena de trapacerías que infringen las reglas más elementales del trabajo académico, lesionan la propiedad intelectual y avergüenzan a la UNAM.
Esquivel Mossa, y de allí la notoriedad de ese oprobioso asunto, es ministra en la Suprema Corte de Justicia, de la que quiere ser presidenta. Todavía el viernes 23 de diciembre, como si no estuviera en el centro de un caso de corrupción, publicó en El Universal su propuesta para encabezar a la SCJN. Dos días antes el investigador Guillermo Sheridan había difundido, en el portal Latinus, el plagio cometido por la ministra Esquivel en su tesis de licenciatura.
Esquivel quiso enfrentar esa denuncia con un testimonio de la profesora Rodríguez Ortiz, que resulta absolutamente inútil porque ella misma ha estado involucrada en la cada vez más palmaria cadena de plagios de tesis. Por su parte el presidente de la República, que la propuso como ministra de la Corte, intentó disculpar el plagio con el pueril recurso de descalificar a quien lo dio a conocer. Las ordinarias maledicencias de López Obrador, contrastan con el ameritado trabajo académico y periodístico de Guillermo Sheridan.
Hace no mucho, el mismo Sheridan y luego una indagación periodística mostraron los plagios del hoy fiscal General de la República, Alejandro Gertz, en varios de sus libros. A pesar de tales evidencias, el Sistema Nacional de Investigadores le otorgó y ratificó el nivel más alto como investigador nacional. Al defender a personas que han cometido infracciones como esas, el presidente López Obrador y su gobierno confirman que ni la honestidad, ni la ética, les importan por encima de las conveniencias políticas.
El hecho de que el plagio de Esquivel se conozca precisamente ahora, cuando los ministros de la Corte están a punto de resolver quién de ellos los presidirá, no invalida esa falta. Al contrario, es un aviso apenas a tiempo de la debilidad ética de la ministra quien, si de veras aprecia al sistema judicial, tendría que renunciar.
La UNAM ha respondido con presteza, confirmando que entre las dos tesis inicialmente señaladas hay demasiadas coincidencias (mucho más que eso, podríamos decir, después de haber revisado ambos trabajos). Ante una duplicidad tan ostensible, al Comité de Integridad Académica de la FES Aragón no le tendría que resultar difícil determinar que hubo plagio, aunque las consecuencias reglamentarias de esa decisión sean políticamente peliagudas. La licenciatura de Esquivel debe ser invalidada. Para defender la honestidad en el trabajo académico, nuestra Universidad Nacional tiene que reivindicar su autonomía.