María Marván Laborde
Excélsior
10/05/2018
El florecimiento de opciones populistas y la rabia que canalizan los partidos antisistema está provocado por este fenómeno de polarización del ingreso. A pesar de que la creación de riqueza se ha incrementado, la insatisfacción de amplios sectores de las sociedades es cada vez más profunda. Esto sucede lo mismo en países ricos (Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña) como en países no tan ricos y democracias recientes como México.
Fue en la década de los 80 cuando Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990) implantaron las políticas de economía neoliberales. La caída del Muro de Berlín y el fin del socialismo real coincidió con el fin de sus mandatos.
En ese momento histórico se concluyó que la propuesta de una economía de Estado sin iniciativa privada no podía seguir siendo un modelo económico y mucho menos un régimen político. Nadie previó en aquel momento la falta que haría, en el mundo capitalista, un contrapeso que obligara a contener el capitalismo salvaje que hemos visto desde entonces.
Paradójicamente, México se colocó en el peor de los mundos posibles, la política económica de todos estos años de corte neoliberal ha propiciado una innegable concentración del ingreso y una creciente insatisfacción; al mismo tiempo, el gasto en programas sociales se ha incrementado en términos reales. Para colmo de males, la transición a la democracia electoral y el innegable pluralismo político han tenido como resultado la proliferación anárquica de programas sociales.
El gobierno federal, los gobiernos estatales y los municipales han prohijado la absurda cantidad de seis mil 490 programas sociales, de los cuales sólo el 15% cuenta con reglas de operación. A mayor número de programas sociales, mayor incremento de la pobreza. La política social de nuestro país es, en realidad, una fábrica de pobres que propicia relaciones clientelares entre partidos políticos y ciudadanos.
Mexicanos y mexicanas son tratados como beneficiarios y no como ciudadanos con derechos, se les incluye en padrones en los que se les obliga a identificarse con su credencial de elector, que, por defecto, se ha convertido en la cédula de identidad, así quedan cautivos.
Cada beneficiario se convierte en un cliente. Rosario Robles y Luis Miranda aprendieron a utilizar con maestría estos padrones para fines electorales. Convirtieron a las jefas de familia en operadoras políticas, consiguieron la feminización de la delincuencia electoral y la criminalización de la pobreza.
El argumento más fuerte que he oído hasta ahora para hacer el voto obligatorio es que disminuiría el acarreo que, normalmente, viene acompañado de la coacción del voto. El siglo XIX se caracterizó por los ciudadanos imaginarios (Fernando Escalante); el XX, por el partido corporativo, y el XXI, por las relaciones clientelares ¿Cuándo acabarán de nacer las y los ciudadanos mexicanos?
PUNTO Y APARTE. El enfrentamiento entre López Obrador y el sector empresarial alcanzó altos niveles de agresión la semana pasada y provocó dos desplegados de las organizaciones empresariales. Quisiera referirme de manera particular al desplegado del lunes: un pequeño párrafo, menos violento que el que le antecedió, acompañado de 369 logos de cámaras y asociaciones empresariales ocuparon cuatro páginas completas en muchos diarios. Revisé tres veces los logos para comprobar que la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión (CIRT) no estaba entre los firmantes.
El desplegado concluía con la leyenda “Al cierre de este desplegado, quedaron con el deseo de sumarse cientos de cámaras que agrupan a miles de empresarios que #TrabajamosPorMéxico. ¿Será por eso que la CIRT quedó fuera o será simplemente que, revisando las encuestas, decidieron ya no enfrentarse con ya saben quién? Es pregunta.