Ricardo Becerra
La Crónica
15/03/2015
Terminó la semana, las ventanillas cerraron y el dólar se cotizó a 15.78 pesos. Aunque el asunto era más que previsible (por los anuncios de la Reserva Federal desde octubre), el hecho suscitó preocupación, agitación y medidas de emergencia. Sobresaltado, el Banco de México decidió acudir a los mercados y vender 52 millones de billetes verdes todos los días, desde ahora y hasta el 8 de junio (curioso plazo electoral).
En los medios de comunicación se impone el unísono: volatilidad, amenaza, riesgo. A golpe de repeticiones, se ha convertido en un sentido común indiscutido: la devaluación un presagio de calamidad, funesto signo que atenta a nuestra mal entendida “estabilidad”. Pero la cosa no necesita una deliberación más pausada y racional. Veamos.
1) El período de mayor crecimiento económico de nuestra historia moderna –el desarrollo estabilizador— comenzó con… una devaluación. Fue planeada, bien calculada, el 17 de abril de 1954. Un “chicotazo” para la economía dijo Antonio Ortiz Mena, artífice del proyecto. La devaluación es un estímulo que, dicho en sus palabras más simples “implica comprar menos al exterior y vender más desde el interior, para estimular la inversión de los proveedores nacionales”. No se equivocó: en los siguientes 15 años, el país no dejó de crecer a tasas de 6 por ciento o más.
2) En una sociedad y en una economía tan compleja y deshilachada como la nuestra, una devaluación no tiene efectos unívocos, sino mixtos, y la política económica consiste, precisamente, en valorar el mal menor. Si usted es empresario que asumió deudas en dólares con los bancos extranjeros, estará en problemas. Pero si usted apuesta en el sector turístico va a ganar, porqué México es destino más barato. Si usted es un consumidor de Iphones, computadoras y otros artículos electrónicos, todo le saldrá más caro, pero si es un exportador habrá ganado en competitividad tanto como haya avanzado la devaluación.
Este balance está completamente ausente en nuestra discusión: ¿cuales son los sectores que pesan más en la ecuación del crecimiento y en la generación de empleo? ¿Qué les conviene más: un peso fuerte o un peso a precio de mercado?
3) Lo último que necesita una economía estancada es una moneda fuerte. Lo saben (y de qué modo) los chinos, que tuvieron devaluado su yuan durante casi 30 años sin pudor ni remordimiento. Lo sabe la Reserva Federal, al inundar de dólares al mundo y para propiciar la salida de la crisis financiera. Y por fin, lo sabe el Banco Central europeo que ha puesto a andar el helicóptero de arrojar billetes, mediante un inmenso programa de liquidez que va a inyectar 1.1 billón de euros en los siguientes meses. ¿Me explico? La devaluación no es una maldición bíblica sino un instrumento laico de política económica del que se puede echar mano —o no— pero que siempre está allí como recurso utilizable.
4) Una de las grandes aspiraciones del nuevo modelo económico, consistió en inscribirnos entusiastamente en el comercio mundial. ¿Lo recuerdan? La consigna maestra era volver a México un gran país exportador, el TLC y gracias a sus modernas empresas, diseminar tecnología y crear empleos en convergencia. Pero en lugar de alinear el resto de políticas (empezando con la monetaria), para empujar en esa misma dirección (exportadora), aparece una y otra vez la paranoia monetaria, ahora vendiendo 3 mil 120 millones de dólares hasta junio, en aras de las famosas y estrechas “metas de inflación”.
¿Lo ven? Mientras el crecimiento del país necesita un tipo de cambio de mercado, realmente libre, competitivo, Banxico insiste en encarecerlo e intervenir en el mercado. Allí sí, no admite la mano invisible.
Hay que decirlo sin tabúes: es muy probable que en nuestras circunstancias actuales, necesitemos la devaluación.