Rolando Cordera Campos
El Financiero
19/03/2020
Primero, empeñados en conseguir la estabilidad y, luego, mantenerla a cualquier costo, los gobernantes y sus epígonos se convirtieron en esclavos miopes de una estabilidad cada día más mistificada en torno a la cual se ha gestado un espeso aparato ideológico que obstruye todo intento por pensar de otra manera a la economía y a los instrumentos con que la sociedad cuenta para reorientarla. Las viejas ideas convertidas en fardos le han impuesto a la política muchas restricciones que, en su mayoría, han sido pretextos para mantener las cosas como están.
Aquí sí, se trata de una mentalidad hiperconservadora que, al implantarse como forma única de pensar la economía, es portadora de implicaciones regresivas o reaccionarias. Se pretende seguir aquel vetusto dicho de que tal y como son, así deben ser las cosas. Así piensan e imaginan el mundo los conservadores de toda laya quienes, no sin “éxitos” parciales en lo inmediato, han buscado implantar una pauta económica contraria no sólo al sentido común sino a los reclamos y las esperanzas de la mayoría de los mexicanos. Este talante, más que conservador, puede devenir sin más en práctica reaccionaria.
Por ello, más que enredarse en dicotomías absurdas como la de reaccionarios, conservadores y demás calificativos, ácido corrosivo para una comunicación política eficaz y movilizadora, es indispensable preguntarse por el estado que guardan no sólo el Estado y sus finanzas, sino la urdimbre de relaciones y organismos de acción que sostienen la comunicación de los gobiernos con las principales fuerzas productivas, económicas y sociales de la nación. Sin esta trama, encaminada a propiciar comunicación y diálogo, no se puede aspirar a tener una economía política dinámica, basada en formas varias de cooperación público privadas.
Un examen somero de esta red nos dice que fueron muchos los años de apostar por el mercado y arrinconar el Estado, desde el mismo Estado, como para creer que aquellas formas de relación fincadas en la economía mixta y la estrategia de desarrollo estabilizador vayan a funcionar al conjuro del nuevo poder. Mucho menos de frente a, y en medio de, un tsunami de adversidad y desconcierto como el que se nos viene encima.
Los desayunos, por amables que hayan sido, junto con el trato deferente al gran capital nacional y transnacional, pueden probarse insuficientes y hasta ineficientes, si lo que se busca es reconfigurar la economía mixta que nos dio crecimiento y darle sostén a una formación social cuarteada por la desigualdad y la violencia criminal. Más aún si lo que urge es poner a crecer a la economía y empezar a redistribuir sus frutos.
El lento crecimiento, hoy en vilo, no puede seguir viéndose como una contingencia propia del cambio político o del compromiso presidencial contra el endeudamiento. Tampoco como resultado lineal de la difícil coyuntura mundial. Es una calamidad estructural inscrita en nuestra economía política que afecta todos los tejidos básicos de la coordinación social, la acumulación de capital y las relaciones políticas. Es indispensable planteárselo así para, con eso en mente, proponerle al país un programa de acción inmediata con la mira puesta en la recuperación progresiva del crecimiento económico y la defensa del empleo. Es la mejor manera de acompasar la inevitable emergencia sanitaria que obliga al Estado a actuar de inmediato para proteger a los mexicanos de la amenaza de la pandemia.
Si el presidente propone al país la necesidad de crecer y proteger, puede invitar a todos a asumir la urgencia de tejer nuevos entendimientos para la cooperación social y financiera y, sobre todo, para impulsar un programa nacional de inversiones sin el cual no hay ni habrá crecimiento, y para aumentar los fondos disponibles para encarar la pandemia y evitar que, como consecuencia del hundimiento económico, tengamos además un repunte del desempleo abierto. El monto de gasto extra impuesto por la emergencia puede ser muy grande, pero no puede posponerse ni hacerse con cargo a más recortes. Es para el aquí y el ahora, pero para muchos más.
Una convocatoria del Congreso y la Presidencia a iniciar los trabajos preparatorios de una Convención Hacendaria puede llevarnos a convenir y asumir un intercambio dinámico entre el incremento de la deuda para enfrentar la emergencia y lo que la reforma fiscal puede darnos, no en lo inmediato, pero sí en plazos manejables, para asegurar a los mercados financieros que ese endeudamiento va a contar con un espacio fiscal propicio. Si agregamos el crecimiento, que podría resultar del mencionado programa nacional de inversiones, podría contarse con un buen argumento en favor de la acción inmediata para el crecimiento y la protección de la salud.
Más de un año de recesión industrial es demasiado, como lo ha documentado el IDIC. Pero el que la economía en su conjunto se estanque y empiece a girar hacia abajo es catastrófico. Hay que empezar a darle a la economía mixta futura el perfil que se piensa es el adecuado para ir más allá de esta nefasta coyuntura. Habrá que buscar e inventar nuevas reglas y agencias del Estado para el monitoreo y evaluación del gasto, así como para darle forma y cauce a la deliberación y la participación sociales. Podríamos, para empezar, intentar nuevos diseños presupuestarios donde se consigne con claridad lo que es inversión para el mediano y el largo plazo y lo que es gasto, corriente y de inversión, para impulsar la recuperación o evitar una caída mayor de la economía, para estabilizarla en serio.