José Woldenberg
Reforma
05/03/2015
Un juego de suma cero es aquel en el que lo que gana uno lo pierde el otro. Sencillo y claro. Como sucedía con aquellos merengueros que he dejado de ver. Más que vender los merengues se trataba de apostarlos en volados. Si el cliente ganaba se llevaba el merengue gratis, si perdía pagaba (digamos) un peso y se quedaba con las manos vacías. Por supuesto, si el merenguero perdía, por piedad o voracidad o por simple esparcimiento, el antojadizo estaba dispuesto a lanzar otro volado: total, lo peor que podía pasarle era tener un merengue a su precio original. Si el cliente perdía en el primer volado, el merenguero lo incitaba a seguir tirando la moneda para no retirarse sin algo. Al final, lo que ganaba uno lo perdía el otro y viceversa. Si se tiraban diez volados, el cliente quizá se llevaba 5 merengues por cinco pesos, pero los números finales podían ser 6-4, 3-7, 8-2 y sígale usted.
Pasa lo mismo si usted quiere repartir un pastel entre ocho personas. Si alguna se agandalla con una ración doble, los que pierden serán los otros siete que tendrán porciones más pequeñas. Eso lo saben bien los hijos en familias numerosas. Pongamos una familia con 13 hijos que compra 13 conchas para cenar. Si alguno se come 2, alguno se quedará sin concha o dos tendrán que compartir una o tres, dos o cuatro, tres. Lo dicho: lo que gana uno lo pierden los otros. La belleza del juego suma cero radica en su armonía, su simetría, su equilibrio, su claro carácter compensatorio. Lo dicho: es sencillo y claro.
Pero hay también juegos imbéciles. Pongamos como ejemplo el de la ruleta rusa, si es que se le puede llamar juego. Como se sabe, consiste en cargar un revólver con una sola bala para que los jugadores, uno a uno y por sorteo, se vayan disparando en la sien. No me pidan que explique por qué lo hacen, por eso los he llamado imbéciles. Supongamos que juegan seis. Cinco saldrán indemnes pero uno morirá. Los cinco sobrevivientes no ganan nada (bueno, seguir vivos aunque no lo merezcan), pero uno perderá la vida. Pero incluso hay «juegos peores», donde no solo uno pierde y los demás no ganan nada, sino que todos pierden. Rosario y Mauricio son novios y Roberto (hermano de Rosario) no soporta a Mauricio, lo considera indigno de su familia. Decide matarlo y lo hace. En venganza, Eleuterio (hermano de Mauricio) mata a Roberto. Un primo de Roberto, de nombre Manuel, decide entonces asesinar a Eleuterio y síganle ustedes. Todos pierden. Nadie gana. Y hay regiones del país donde ese «juego» es una tradición. La ceguera, la pasión, la furia, pueden ser sus nutrientes.
Bueno. Tengo la impresión que nuestros partidos políticos se han estado comportando como si estuvieran inmersos en un juego de suma cero, sin darse cuenta que están en un juego donde todos pierden. El partido A dice de los demás que son impresentables, corruptos, incapaces, tontos, defraudadores de expectativas, abusivos (y conste que he puesto puras descalificaciones blandas), pensando que con ello desacredita a sus contrarios y se beneficia él mismo. Por supuesto, el partido B hace algo similar: sus contrincantes son indecentes, escabrosos, torpes, oligofrénicos, arbitrarios. C hace lo mismo y D lo sigue y E no se queda atrás y F entra al juego con una enjundia digna de una cruzada. Total, todos lanzan descalificaciones con ventilador y salpican a todos. Cada uno de ellos piensa que lo que pierden sus adversarios lo gana él (como el merenguero y su cliente), pero para su desgracia la dinámica desatada ha construido un «juego» donde todos pierden. El conjunto y no solamente algunas de sus partes.
Por supuesto en esa dinámica los medios juegan un papel relevante. Amplifican los dimes y diretes, las acusaciones mutuas, las descalificaciones y groserías y al final nadie se salva. Son el conducto para que la espiral de desprestigios tome vuelo y llegue a alturas insospechadas.
No quiero decir que cada uno de los partidos políticos no hayan hecho y mucho para lograr su descrédito y menos que la arena política deba ser un espacio exento de crítica feroz e intentos de anulación de los contrarios y mucho menos que los medios deban comportarse como camilleros de la Cruz Roja (con piedad), solo quiero tratar de entender la mecánica destructiva que desatan los que deberían ser los pilares de la contienda democrática. Y creo que pensándose en un juego han amanecido en otro.
Bueno, estas notas, por su simpleza, también son un triste juego. Nadie se las vaya a tomar demasiado en serio. ¿O sí?