Ricardo Becerra
La Crónica
01/02/2022
Se puede mostrar la situación de varias formas (ninguna es muy alentadora). Nuestra capacidad para generar ingresos ó para gastar (PIB) no pudo recuperarse. A la abismal caída de 2020 (-8.5 por ciento) le correspondió un rebote de 5 por ciento en 2021. Haciendo los elementales números, quiere decir que el tamaño de nuestra economía sigue estando 4 por ciento por abajo, si tomamos como punto de partida, el inicio de la pandemia. Dos años se caída neta.
Si miramos las gráficas ofrecidas por el INEGI ayer (https://tinyurl.com/472ufx6v), vemos este otro aspecto: dado el limitado rebote en 2021, el tamaño de la economía nacional hoy, guarda un nivel similar al que tenía en el tercer trimestre de 2016. O sea: nuestra economía asume un tamaño idéntico que el de hace 5 años.
México fue una nación que decreció más y más profundamente comparada con todo el orbe, lo que marca un insisdioso y nuevo contraste con la economía de E.U. Allá, el PIB retrocedió -3.4 por ciento en 2020, pero creció 6 por ciento en el 2021.
La consecuencias de esta situación serán duraderas para la gran mayoría de compatriotas. Si el 2022 mantuviéramos un signo positivo de 2.3 (cosa que ya se ve cuesta arriba, dados los dos trimestres precedentes a rastras) y pudiésemos repetir la hazaña de un 2.2 por ciento en 2023, querría decir que al concluir el quinto año de este gobierno, el PIB por fin, sería superior al de 2018. Y no obstante esas buenas noticias, el ingreso por habitante habrá caído un 3.5 por ciento hacia el quinto año de esta administración. Casi todos, más pobres.
Y finalmente, si este escenario (no catastrófico) se cumple, resultará que López Obrador entregará una tasa de crecimiento anual de 0.6 por ciento, muy similar a la de Miguel de la Madrid (0.58 por ciento), muy inferior a la ofrecida por Carlos Salinas (4.18), menor a la de Zedillo (2.97), a la de Fox (2.02) Calderón (1.77) y también menor a la de Peña Nieto (2.23). Así que, con toda probabilidad, AMLO se codea entre lo más mediocre en siete sexenios.
Ahora bien, la naturaleza de este desastre económico no tiene ningún misterio. Cualquier economista práctico y con tres dedos de frente sabía, al comenzar el sexenio, y especialmente para enfrentar la pandemia, que había tres temas críticos para defender a toda costa: el empleo, el ingreso y la construcción. Ninguno fueron prioridad de la política económica; los resultados están a la vista.
En marzo-abril de 2020, múltiples voces llamaron a concentrar los esfuerzos en preservar los puestos de trabajo echando mano del padrón de afiliados al IMSS: salvar a los trabajadores, ayudar a las empresas y a la estructura productiva que la mantiene viva. Nada.
Había que dar ingresos a quienes perderían su fuente, formales y sobre todo, informales. Había que apoyar a los que llevan lo fundamental de la manutención a las familias. Pero el gobierno optó por adelantar los mismos apoyos a quienes ya de por sí, recibían apoyos: viejos, discapacitados, vulnerables, etcétera. Gasto adelantado, nada de gasto adicional.
Y había que estimular la construcción, no solo la edificación de algunas obras grandes, sino la construcción civil en el país, aquí y allá, especialmente en las urbes. Ese sector intensivo en mano de obra y principal multiplicador de la actividad en esta economía. Pero después de cancelar el aeropuerto y de detener otras obras importantes, resultó ser el sector más inhibido, el de mayor retroceso secuencial.
Insisto: no era tan difícil. Todavía hoy se pueden leer documentos precisos, que describían un que hacer para enfrentar el shock y recuperarnos con rapidez, sin destruir capacidades productivas.
Sabíamos que hacer, teníamos el conocimiento, los instrumentos disponibles y López Obrador y su gobierno simplemente no lo hicieron, no solo por intereses creados, sino por obsecación e ideología. El costo, ya es otra etapa histórica de desperdicio. Allí están las cifras.