Ricardo Becerra
La Crónica
15/09/2019
Si nos pusiéramos serios —de veras serios— deberíamos empezar por asumir que existe muy poco margen de maniobra. Lo que es peor, probablemente estemos ante el pasaje más estrecho que haya visto presupuesto alguno en una generación. Así que la República pende de finanzas muy exiguas que no soportan ninguna transformación. Así que si asumiéramos la verdad, debemos decir que ni el Presidente ni el Secretario de Hacienda tenían muchas opciones: en este sentido son los funcionarios más acotados que yo recuerde.
Con el mismo énfasis debe decirse que en consonancia, la propuesta presidencial fue muy ortodoxa, conservadora, como lo explicó en estas mismas páginas, el economista Francisco Báez. Nuestro gobierno no vaciló y se portó bien, dio todas las garantías a los mercados y respetó una de las reglas de oro del neoliberalismo: gastar menos de lo que recibe (el famoso superávit primario). De suerte que la repetida muerte del neoliberalismo, resulta puro cotorreo presidencial, pues sus instituciones y condiciones siguen vivas, colean y siguen determinando la política económica del país.
Si fuéramos de veras serios tendríamos que reconocer que este presupuesto descuida áreas fundamentales de la casa común: infraestructura, medio ambiente, educación, salud y ordenamiento territorial, como primeros ejemplos. De modo que la nación será más débil y más vulnerable frente a sus viejos problemas y los que ya asoman la cabeza (el cambio climático en primer lugar).
Esto ya estaba ocurriendo desde el sexenio de Peña Nieto pero se revela con todo rigor en el 2020: México no tiene los recursos para administrar los problemas que plantea su población y su territorio. Es la pura vedad. Por eso estamos condenados al atraso de los malos servicios, de los problemas irresolubles y de las soluciones a medias. Y no obstante muy pocas voces se han atrevido a decirlo con sus letras, ni siquiera la oposición y mucho menos, el gobierno. El presupuesto se rezaga, cada vez alcanza para menos y como no somos serios, no asumimos la gravedad de esta situación. Nos escapamos en engaños, demagogia o deseos piadosos.
En cualquier país que se tomara en serio, esta situación tendría que ser encarada como se debe: con una reforma fiscal. Pemex ha sido sobreexigido durante décadas y no puede seguir siendo el padre de la manutención nacional. Debemos pagar más impuestos y debemos hacerlo bien y sin remilgos, de manera adulta, porque sabemos, por ejemplo, que el gasto en infraestructura física de 2020 ha sido colocado a niveles de ¡1925! y que el cuidado de nuestros bosques, lagos y mares cuenta con 70 por ciento menos de recursos reales que hace diez años, y no tenemos otro país ni otra geografía a dónde mudarnos. Pero el Presidente ha condenado a los impuestos fuera de su evangelio, los líderes empresariales le aplauden gozosos, sus teóricos se rinden a las vaciladas del señor Laffer (mientras menor tasa impositiva, mayor recaudación), la oposición danza y medra con el espantajo del “terrorismo fiscal” y el resto negamos la realidad: impuestos mediocres nos condenan a bienes públicos mediocres. Sin remedio.
En resumen: el presupuesto 2020 es el más acotado, el que tiene menos posibilidades de maniobra, en casi cuatro décadas. Es ortodoxo, neoliberal. Su prioridad es pagar bien y a tiempo a los mercados quisquillosos. Está poniendo en grave riesgo áreas cruciales de la vida mexicana como la salud o la infraestructura física. Y en un acto de olímpico escapismo, evade la única salida real a esta situación que asfixia: una reforma a la hacienda mexicana.
Los problemas son inmensos y el presupuesto no alcanza ni a medias. Pero volteamos para otro lado… no somos serios.
(Datos presentados por el doctor Enrique Provencio del Consejo Consultivo Ciudadano “Pensando en México” @PensandoEnMX).