Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
06/04/2015
Todavía no sabemos con cuánta frecuencia el director de la Conagua utiliza helicópteros oficiales para asuntos personales. Mucho menos contamos con información sobre el uso de tales vehículos para satisfacer necesidades familiares o políticas de otros funcionarios públicos. Lo que sí resulta claro es que el empleo de un helicóptero que el domingo 29 de marzo por la mañana los recogió a él y a su familia afuera de su casa en Huixquilucan fue un abuso de David Korenfeld.
Él mismo confirmó, en un mensaje de Twitter, que un helicóptero de la Comisión Nacional del Agua lo llevó al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Inclusive, dijo que ya había pagado el costo por usar esa aeronave, aunque no dijo a cuánto ascendió.
Pero de no haber sido publicado, el abogado Korenfeld no habría ofrecido disculpa alguna y mucho menos hubiera pagado el precio (no sabemos con qué tabulador) por llevar a su familia de viaje en un helicóptero que no es suyo.
Para mala suerte de Korenfeld, cuando el helicóptero aterrizó en el club de golf Bosque Real, un vecino suyo, Ignacio Vizcaíno, había salido al balcón y le llamó la atención el inopinado descenso, a poco más de un kilómetro de donde se encontraba. Como es aficionado a la aeronáutica tomó varias fotografías con telefoto y más tarde, cuando las vio en su computadora, advirtió que se trataba de un helicóptero del gobierno. Entonces las puso en su cuenta de Facebook. Hay que agradecer la oportunidad, pero sobre todo la decisión de Vizcaíno, que permite documentar un atropello que de otra manera no se habría difundido.
Las explicaciones por el uso de la aeronave han sido insuficientes, pero, además, posiblemente falsas. Korenfeld sugirió que el viaje lo había realizado porque requería tratamiento médico debido al “estado de salud de mi rodilla y cadera”, y publicó la fotografía de una pierna con un aparato ortopédico. Sin embargo, en las imágenes del helicóptero se le ve caminando sin ayuda, acompañado de una mujer y unos niños. Poco después, varios medios recordaron que apenas el 22 de marzo ese funcionario corrió 12 kilómetros en la Carrera del Agua en la ciudad de México.
Voceros de la Conagua, de acuerdo también con informaciones en la prensa, dijeron que el director de ese organismo requirió del helicóptero debido a “un asunto médico”. Pero no iba acompañado de médicos o enfermeros. Y el viernes pasado, El Universal informó que todavía el domingo 29 la familia Korenfeld tenía reservaciones para pasar la Semana Santa en Vail, Colorado. El esquí que se practica en ese resort no parece ser la actividad más recomendable para dolencias como las que el señor Korenfeld dice padecer.
Hay quienes consideran que el comportamiento del director de Conagua no es particularmente reprensible porque, a diferencia de otros funcionarios abusivos, Korenfeld admitió su culpa y ofreció repararla. Pero lo hizo porque el asunto se convirtió en escándalo.
Otros sostienen que frente al tráfico de influencias y los manejos deshonestos con recursos públicos que perpetran otros funcionarios, la falta de Korenfeld es menor. No se ha demostrado que su residencia la haya construido con financiamiento de alguna inmobiliaria involucrada en licitaciones del gobierno. El tamaño de los abusos con recursos públicos puede aquilatarse en pesos, pero la decisión de cometerlos y tratar de menospreciar su importancia parte siempre de un germen común: la desfachatez frente a las responsabilidades públicas.
Ahora, las numerosas expresiones de disgusto que ese episodio ha suscitado corroboran que cada vez hay más mexicanos dispuestos a exigirles cuentas a los funcionarios del gobierno. En contraste con el descaro que sugiere que estos son asuntos menores, los reproches que han proliferado en días recientes indican que, a diferencia de lo que algunos quieren seguir creyendo, no tenemos un país de cínicos. Cada vez son mayores, y tienen más importancia, los segmentos de la sociedad activa que se entera, se indigna y plantea exigencias elementales, pero rigurosas.
El desparpajo de Korenfeld al ordenar que un helicóptero de la dependencia que dirige lo transporte a él y a su familia es emblemático de muchos otros comportamientos desvergonzados. Seguramente no alcanza la gravedad de otros abusos. Pero podría ser simbólico, también, en el desenlace que tenga.
El tráfico de influencias que se le ha podido comprobar descalifica a Korenfeld para defender la Ley General de Aguas que, propuesta por el gobierno, ha sido cuestionada por presuntos sesgos privatizadores. Hace un mes, cuando se acordó posponer su aprobación para que se analizaran las críticas que ha recibido, el coordinador de la mayoría priista en la Cámara de Diputados, Manlio Fabio Beltrones, dijo que bastaría leer ese proyecto de ley para que le resultase claro que no implica privatización “a quien no tenga lento aprendizaje”.
No hace falta un posgrado universitario para entender que, después de la falta y las débiles aclaraciones de los días recientes, Korenfeld no tendría credibilidad para refutar impugnaciones antiprivatizadoras. Ese asunto, además, se suma a los motivos de desconfianza en un gobierno que, comenzando por el Presidente de la República, no ha sido escrupuloso para evitar beneficios privados gracias a las responsabilidades públicas que desempeña.
Conductas como las del director de Conagua tendrían que conducir a su destitución. Él mismo señaló, aunque quizá más como resultado de una desmañada sintaxis que de una auténtica contrición, “cometí un error inexcusable”. Si, como Korenfeld ha reconocido, su comportamiento no amerita disculpas, entonces la Conagua debería cambiar de director.
ALACENA: Sánchez Rebolledo
El libro Adolfo Sánchez Rebolledo. Un militante socialista, testimonio autobiográfico recogido por la historiadora Patricia Pensado Leglise, será presentado el jueves 16 de abril a las 11:00 horas en el Instituto Mora (Plaza Gómez Farías número 12, Mixcoac). Participarán José Woldenberg, Antonio Gazol y Gustavo Gordillo.