Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
25/09/2017
1. La solidaridad ha sido vehemente, comprometida, abrumadora. A cada calle encontramos generosidad y valor. Ante cada edificio colapsado, la abnegación de millares hace de la ciudadanía un ejercicio de responsabilidad más allá de los límites. En cada punto de acopio, la magnanimidad de millones es clave de una nueva convivencia. Hay un sentido común que antepone la vida de los otros para poder ser nosotros.
Por unos días la grandeza se desparrama y el bien general es prioritario, antes que el interés individual. De cara a la emergencia estos hombres y estas mujeres que admiramos removiendo escombros, transportando medicinas, confortando a desconocidos, dejan de ser el lobo del hombre y construyen, en la tragedia, un momento de civilización y humanidad. Ante la desgracia nos reconocemos como iguales pero, más aún, como integrantes de una colectividad. Las desdichas de uno son de todos. El salvamento y la reconstrucción son responsabilidad común.
La emergencia transcurrirá. La emoción colectiva y el altruismo tendrán límites. La productiva tensión social que hemos experimentado desde el martes 19 a las 13.14 se diluirá en astillas de cansancio, desacuerdos y desilusiones. La adrenalina inyectada por el desastre será reemplazada por el anticlimático retorno a la cotidianeidad. Pero cada uno de los millares que se han esforzado e incluso arriesgado, cada uno de los millones que hacen de la solidaridad un valor de la sociedad, tendrá en la memoria de estos días un patrimonio de irreemplazable orgullo. Cada uno de esos hombres y esas mujeres recordará siempre que en la generosidad somos mejores, que el esfuerzo conjunto fructifica, que sí se puede. La gran mayoría de ellas y ellos son jóvenes, así que la memoria de este septiembre a la vez catastrófico y ejemplar será insoslayable en la definición de lo que hagan con este país nuestro.
2. Fatalidad y casualidad, sincronizadas como nunca, nos golpearon de nuevo un 19 de septiembre. Las comparaciones con 1985 son inevitables. La devastación de hace 32 años fue mayor pero la solidaridad de ahora ha sido más articulada. Aquella vez el gobierno actuó con improvisación y tardanza. La participación de la sociedad fue amplia y vibrante pero ha sido un tanto mitificada.
En 1985 la sociedad reemplazó al Estado en las primeras horas después del terremoto. Al día siguiente, salvo en algunos casos, las tareas de rescate fueron encabezadas por el Ejército pero en cada uno de los sitios críticos hubo episodios de arrojo ciudadano. Los topos se volvieron institución. La sociedad se solidificó en aquellos resplandores de solidaridad y sus sectores más activos se bautizaron como sociedad civil para convertirse en actor irremplazable en la vida pública. Ahora hijos y nietos de aquellos ciudadanos del 85 participaron sin confrontaciones (hubo excepciones) con militares y policías que, con notable eficiencia, articularon las tareas de rescate.
Después de 1985 la reconstrucción de la Ciudad de México fue insuficiente y contrahecha. Todavía hace tres semanas (sí, 32 años después) había por lo menos 170 familias damnificadas en aquel año que no habían recibido vivienda. En 1985 se comprobó que había fallas en la construcción de los edificios donde hubo más víctimas y no hubo sanciones a los responsables.
A partir de 1985 se establecieron protocolos de construcción que, a juzgar por la experiencia reciente, han sido acatados en muchos casos aunque cada excepción se ha convertido en sitio de desastre ya ocurrido o inminente. Desde entonces se desarrolló una cultura de la protección civil que ahora podemos evaluar y perfeccionar.
3. A diferencia de la comunicación controlada y adocenada que teníamos en 85, el signo de este tiempo es la comunicación abierta, digital y reticular. Twitter, Facebook y Messenger vinculan necesidades del rescate con la disponibilidad de ayuda y además son cauces para vigilar y denunciar. También son espacios para confusiones y noticias falsas (que siempre hay en situaciones de desastre) pero en esas mismas redes se aclaran muchas de tales mentiras y distorsiones.
Los medios convencionales han reflejado la tragedia y también enlazan la necesidad con la solidaridad. Hay que aplaudir el empeño de reporteros, conductores y personal técnico que durante estos larguísimos y extenuantes días han estado al pie del micrófono, o del celular, para reseñar el desastre.
La catástrofe se comprende mejor cuando se le reconoce en personas con nombres y circunstancias. La niña Frida Sofía fue, durante un par de días, símbolo de la desgracia y del esfuerzo para enfrentarla. Era la historia que todos queríamos conocer y que todos los medios querían contar. La expectación que suscitó fue tan intensa que, cuando se supo que no había tal víctima, en vez de alivio se propagó la irritación.
A Televisa le podemos cuestionar numerosos yerros y abusos antes y ahora pero, en este caso, su desempeño fue reconociblemente profesional. El rumor sobre una niña sobreviviente circulaba junto a las ruinas del colegio Rébsamen desde temprano, la tarde del martes, y fue confirmado por la autoridad que coordinaba el rescate. Numerosos medios propalaron las declaraciones del Oficial Mayor de la Secretaría de Marina.
Ahora es fácil reclamar a los reporteros porque no verificaron en otras fuentes pero era casi o del todo imposible en medio de aquel barullo. La decisión para hacer de la búsqueda de la niña el eje de la transmisión televisiva (aunque a cada momento había enlaces a otros sitios en donde también había tareas de rescate) fue muy comprensible. La noticia de que había una pequeña sepultada, que habría ofrecido señales de vida y que podría ser rescatada pronto, era muy atrayente. Si no hubiera sido cubierta con tanta dedicación no habrían faltado suspicaces que denunciaran el ocultamiento de esos hechos.
La construcción de la historia a la postre fallida fue consecuencia de una sucesión de versiones equivocadas pero es una tontería suponer que la niña Frida fue intencionalmente creada para entretener o distraer a la sociedad. Quienes dicen que Televisa urdió esa trama o que, luego, forzó a la Secretaría de Marina para echarse la culpa por esa falsa historia, le adjudican a esa empresa una capacidad de manipulación o un poderío político que ya no tiene.
Reconocer que se trató de un error y enfrentarlo de manera pública y rápida fue una demostración de honestidad por parte de la Secretaría de Marina. Gracias a ello el trabajo de centenares de miembros de esa corporación, que han perseverado incluso a riesgo de sus vidas en las tareas de rescate, no queda opacado por esa confusión.
4. El periodismo de investigación tiene una enorme oportunidad para documentar y, en su caso, denunciar las irregularidades que pueden haber afectado la construcción de algunos edificios que se desplomaron. Será preciso recordar que el desastre del 85 no propició un reordenamiento racional de la Ciudad. El crecimiento urbano quedó al garete de intereses mercantiles. El Estado, en buena medida, fue desplazado como constructor de vivienda. Los llamados desarrolladores se han beneficiado de concesiones, exenciones y en algunos casos omisiones por parte de las autoridades de la Ciudad de México.
Las licencias de construcción han sido expedidas con ligereza y la supervisión de las normas de construcción para condominios ha sido insuficiente. La edificación ha sido desigual como consecuencia de la decisión para que solamente se autorizaran nuevas viviendas en las delegaciones Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. Esa discriminatoria medida fue tomada por el gobierno de López Obrador. Desde hace dos década los delegados primero, y luego la administración central, fueron responsables de numerosas decisiones controvertibles sobre uso de suelo y licencias de construcción. Con frecuencia se han autorizado edificios con más altura de la que establecen las normas.
Este ha sido un problema peculiar de la Ciudad de México. No hay que olvidar que la tragedia del martes 19 afectó en otros sitios, particularmente en Jojutla y otras poblaciones de Morelos. En todas esas zonas se requiere intensa supervisión ciudadana y periodística pero, sobre todo, mucho dinero.
5. La propuesta para que los recursos financieros que reciben los partidos sean destinados a la reconstrucción se esparció con una intensidad nunca vista. El desprestigio de la política, aunado a la magnitud de la tragedia, han contribuido para popularizar esa idea.
Los recursos fiscales que reciben los partidos y sus campañas alcanzan dimensiones de escándalo y esta puede ser la ocasión para acotarlos. El reclamo social los ha orillado a admitir que parte del dinero que reciben, o todo él, sea destinado a la reconstrucción. No importa si esa actitud es por desprendimiento o demagogia. Pero es indispensable recordar que nuestro sistema de partidos descansa en el financiamiento público para evitar que dependan de poderes privados e incluso extralegales.
Si de veras están de acuerdo, los partidos y sus legisladores podrían aprobar de inmediato una reforma constitucional para: a) Reducir el financiamiento regular a, por ejemplo, el 20% de lo que implica ahora. b) Suprimir todo el financiamiento para campañas, mantener la imposibilidad para comprar espacios en medios electrónicos y reemplazar los millones de spots que ahora se difunden por debates televisados a cargo de candidatos a todos los niveles de representación. c) Mantener las restricciones y la fiscalización a las aportaciones privadas. d) Cancelar la publicidad oficial en medios de toda índole.
La utilización del dinero que el país ahorraría con esas medidas podría ser supervisada por una comisión ciudadana como la que ha sugerido el escritor Enrique Krauze. Es preciso atajar la desconfianza que ya se extiende y que puede obstaculizar la reconstrucción pero también paralizar el ejercicio de la política.
6. La gente solidaria, los rescatistas y quienes les aplauden, los que remueven escombros, los que llevan ayuda, los que cantan el Himno, los que difunden tales escenas, los que dicen #FuerzaMéxico, han creado o reanimado en pocos días un sentimiento de pertenencia que fortalece al país. Hay que procurar que esa energía social no se pierda y que, más allá de banderías e intereses, pueda revitalizar nuestra vida pública.