Ricardo Becerra
La Crónica
28/09/2021
Es imposible sustraerse. Es imposible no escribir en torno a la persecución que la Fiscalía General ha lanzado contra 31 académicos, científicos y funcionarios públicos.
No encuentro ningún periodista o articulista —ninguno— que no haya sentido la necesidad de expresarse para detener una pasmosa arbitrariedad, lo mismo en la forma que en el fondo. Creo que este episodio muestra la evolución del autoritarismo mexicano contemporáneo, la manera en que su política cambia hacia una etapa progresivamente abusiva y cerril. Quiero decir, hemos entrado a una nueva fase del autoritarismo y resulta muy difícil voltear hacia otro lado para no reconocer su naturaleza antidemocrática.
Recopilemos. Comenzó con una radical polarización verbal todas las mañanas, acompañada de un aparato de propaganda tanto en medios tradicionales, como digitales. Luego escaló tomando decisiones al margen de la ley o francamente ilegales. Después el señalamiento y amedrentamiento a funcionarios públicos e incluso a instituciones enteras, especialmente las autónomas. Pero ahora presenciamos la persecución judicial contra quien ha osado oponerse a las directrices políticas del gobierno, utilizando para esa persecución una fiscalía descaradamente subordinada a las fobias del presidente y su entorno cercano.
Aquí ya no estamos hablando de debate público, decisiones políticas o administrativas, por duras que sean. Se trata de meter a la cárcel y convertir en criminales a los adversarios o disidentes dentro de una operación que busca alterar completamente las condiciones de la convivencia.
Se trata de infundir miedo, en primer lugar, a esos 31 científicos, pero también desparramarlo en el ambiente público. Y para eso, el propio presidente de la república nos dejó claro su apoyo a las acciones de su fiscal: así será en adelante, sin importar la presunción de inocencia y sin importar ese “invento neoliberal” del debido proceso.
No existen precedentes de persecuciones como ésta, ni siquiera en el periodo clásico del autoritarismo priista, lo cual agrega un componente aún más negro, advertido ayer en estas páginas por Raúl Trejo Delarbre: el oscurantismo anticientífico de este gobierno.
En su pleito contra el INE ya se habían traspasado límites (amenazar personalmente a funcionarios), pero la nueva fase del autoritarismo es peor, deliberadamente grotesca, excesiva y empecinada: pedir tres veces el encarcelamiento de sus acusados después de dos rotundas negativas de un juez; pedir para ellos la cárcel de máxima seguridad y solicitar 82 años de reclusión. No son extravagancias, sino los subrayados necesarios para una estrategia de intimidación en toda la línea.
En el libro de Madeleine Albright (Fascismo una advertencia. Paidós, 2020) se apunta: “Los regímenes autoritarios o fascistas nunca se quedan quietos, no hay un solo ejemplo de estática o remanso, mutan constantemente, casi siempre hacia escenarios mas duros porque su condición política es la confrontación incesante. El acuerdo o las soluciones conversadas no están en su genética. La deriva es a peor…”. En esas estamos.
Creo que López Obrador y su fiscal Gertz Manero, han cruzado una nueva línea que marcará el curso de esta administración. Quien no lo vea ya es deliberadamente ciego.
Todos los demás, pueblo despierto, sociedad civil, clases medias, jueces, funcionarios públicos, medios de comunicación, universidades y la oposición política, deben asumir con seriedad la aceleración del autoritarismo a la luz de lo anotado por Albright. Es la tercera fase de la misma advertencia.