María Marván Laborde
Excélsior
17/12/2015
La renovación de la Asamblea Nacional en Venezuela desestructuró al chavismo y evidenció la debilidad política de Nicolás Maduro, que heredó de Chávez el poder, pero no su carisma. La fuerza del iluminado se fue con él a la tumba. Donde había adoración apareció la oposición, frente al convencimiento se impuso la represión, dos años marcados por la tónica del no-diálogo.
La coalición contra Maduro, organizada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), logró ganar la mayoría calificada en el Poder Legislativo; tienen los votos para reformar la Constitución. Desde los días anteriores a la elección la pregunta no era si iban a ganar, sino si Maduro respetaría los resultados electorales. Sus primeras declaraciones fueron un buen augurio, “Ha ganado la Constitución”, dijo, pero los hechos posteriores ya encienden señales de alarma. Tras el llamado que hizo a defender a la Patria, han comenzado despidos laborales en las instituciones públicas de aquellos que abiertamente apoyaron al MUD.
En Argentina concluyó la era del matrimonio Kirchner. Macri, candidato de derecha o centro derecha, se coló sorpresivamente a la segunda vuelta y ganó la presidencia.
La ceremonia de entrega del poder se convirtió en un tango al que no asistió Cristina. La pugna entre la presidenta saliente y el entrante exigió que una juez determinara que, al sonar la última campanada de las doce de la noche, se terminaría el mandato. Por 12 horas los argentinos tuvieron un presidente interino, fue el presidente del Senado quien entregó los símbolos presidenciales a Macri.
Más allá del dramatismo propio de la anécdota, hay indicios que presagian tormenta. Macri también inicia con un discurso conciliador, pero a menos de una semana en el poder ya tiene importantes protestas en su contra por gobernar a punta de decretos, los dos más cuestionados: someter a los medios al Ministerio de Comunicaciones y nombrar directamente a dos jueces de la Corte Suprema.
Tanto en Guatemala como en Brasil ha habido un cambio radical en la persecución de la corrupción. La sorpresa no nace del reconocimiento de los altos niveles de la burocracia que formaron parte de esas redes, en ambos casos llegó hasta la presidencia, sino de que la justicia les haya tocado y encarcelado.
Los escándalos de Petrobras y la forma en que se han entreverado sus finanzas con las del Partido del Trabajo tienen a la presidenta Rousseff a punto del desafuero. Eduardo Cunha, líder del Congreso, aceptó una de las 28 solicitudes de destitución y abrió proceso en contra de ella. El martes pasado la casa del legislador fue registrada por la policía en busca de pruebas que pudieran implicarlo en la trama de corrupción. Se persigue al perseguidor y, con ello, se pone en entredicho su trabajo.
Otto Pérez Molina, expresidente de Guatemala, llegó a la cárcel apenas unos días antes de la elección. Después de que la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) pusiera al descubierto los escándalos en aduanas. Jimmy Morales, comediante y candidato opositor, ganó en segunda vuelta la presidencia con dos terceras partes de los votos. La llamada Revolución por la Dignidad, movimiento social organizado a través de las redes, resultó crucial para su triunfo.
Tanto Jimmy Morales como Macri han hecho uso, y quizá abuso, del discurso antipolítico que les resultó muy eficiente. Ambos, desde la oposición, llegaron a la presidencia pasando por la segunda vuelta. El hartazgo ciudadano frente a los escándalos de corrupción se ha convertido en un actor central en la región; la irritación se convierte en franca animadversión debido a la crisis económica acelerada por la caída de los precios del petróleo. El eje bolivariano de Chávez, que en 2009 sumaba 17 países latinoamericanos, con gobiernos de centro izquierda o izquierda, ha llegado a un punto de quiebre, inicia una nueva era.