Ricardo Becerra
La Crónica
22/04/2018
La cosa no merece improvisación. Hace tres años —casi exactos— desde el Gobierno de la Ciudad de México emprendimos un estudio, consulta, escucha y discusión sobre el terreno que deja el aeropuerto cuyo correlato ineludible es, justamente, el proyecto del nuevo aeropuerto hoy en marcha. Como resultado de esa investigación (realizada con las mejores mentes), se entregaron dos investigaciones http://laopiniondelaciudad.mx y http://www.sedeco.cdmx.gob.mx2daentrega que sostienen apuntes.
El proyecto del nuevo aeropuerto es muy discutible, tiene ausencias imperdonables (la infraestructura de logística apenas licitada, por ejemplo), está plagado de excesos, en el corto plazo demanda demasiados recursos (lo que cancela otros proyectos) y no está precedido de un análisis crucial: la posibilidad de establecer un sistema nacional de aeropuertos que visualice el crecimiento de otros locales y su necesidad de multiplicar los vuelos internos y externos directos, al destino final, sin pasar por la Ciudad de México (o Texcoco).
¿Pero saben qué? Este país sí necesita imperiosamente un nuevo aeropuerto. No sólo lo saben los usuarios que padecen una infraestructura muy antigua, disfuncional, lenta y obsoleta, sino que hay una razón de fondo que no es hipótesis futura, sino un hecho que lastra nuestro presente: el actual Aeropuerto Benito Juárez se ha vuelto un factor de empobrecimiento urbano, “por su saturación y obsolescencia no representa ya una oportunidad de desarrollo y, por el contrario, está frenando la transición que requiere la Ciudad hacia una nueva economía y hacia una sociedad menos desigual” (apuntó el economista Enrique Provencio).
Prolongar el funcionamiento de instalaciones claramente ineficientes, sólo retrasaría la reconversión económica urbana que es ya es una obligación para la región central.
Como reacción a aquella convocatoria el candidato López Obrador precipitó una propuesta bicéfala: conservar al aeropuerto actual, construir un largo segundo piso (otro) hacia la base militar de Santa Lucía para una interconexión nacional-internacional. A parte del error de insistir en que el Benito Juárez se mantenga operando (con su radical obsolescencia, sus costos ambientales y el permanente riesgo hacia millones de pobres en el oriente de la Ciudad), además digo, multiplicaría los costos de operación de toda la aeronáutica en México: 40 kilómetros de carretera para trasladar pasajeros y maletas.
Pero ¿el proyecto del gobierno de Peña Nieto es la única salida? De hecho es una mala salida. ¿Por qué? Porque es un planteamiento desmesurado que se basa en supuestos irreales (como si creciéramos a tasas chinas) y porque exige hacer una inversión mucho más elevada de lo que la demanda real nos está exigiendo. Aquí AMLO tiene un punto, que ya habíamos señalado desde la CDMX, por cierto.
Desde hace un par de años habíamos dicho: el Gobierno federal está obligado a presentar los estudios serios y claros del cálculo de la demanda presente y futura.
Hoy por hoy, las cifras de 2017 nos informan de una demanda de 44 millones 732 mil de pasajeros. ¿De dónde saca el Gobierno del PRI que llegaremos a 120 millones en 2024? ¿De veras se va a triplicar la demanda en un sexenio? Y, para qué hacerlo todo de un solo golpe si podemos pensar en un proyecto escalable, en un “plan de fases” como insiste el arquitecto Víctor Márquez.
Ni el Aeropuerto Charles de Gaulle, ni Atlanta (los más grandes del mundo) se construyeron de un solo golpe y por el contrario, se concibieron ¡desde 1974! Para planear sucesivas ampliaciones.
No soy de los que opina “todo está mal”, pero la escala de la inversión es insostenible, especialmente por una razón: en el planteamiento del gobierno federal no aparece por ningún lado, el desarrollo del polo siamés, es decir del terreno que deja el aeropuerto en la Venustiano Carranza. ¿Qué es lo que se hará en esas 730 hectáreas clavadas en el corazón empobrecido del oriente de la Ciudad? ¿Todo el dinero para el nuevo aeropuerto? ¿Y las 3 millones de personas, y el cambio económico, urbano, ecológico de esa zona, más extensa que Chapultepec, CU o Central Park?
Mi opinión en resumen, es ésta: utilicemos el plan maestro (que ya costó bastante) como guía para un desarrollo, pero por etapas, sensato y prudente, sin echar a la basura lo invertido, preservando la certidumbre, los contratos bien habidos y el conocimiento adquirido: todo de manera transparente.
Hoy, día del debate, esperaría un tipo de discusión así… pero como es muy probable que no, me parecía importante este primer apunte.