María Marván Laborde
Excélsior
19/11/2015
Escribo con cautela por lo acontecido en París porque no soy experta en el conflicto de Oriente Medio, pero parto de la certeza y de la convicción de que nadie puede permanecer indiferente. Dudo que las expresiones melosas de solidaridad e indignación tengan los efectos deseados, antes al contrario, tiendo a creer que no tendrá ningún resultado salir a entregar flores a una embajada o declarar Je suis la France o Je suis Charlie Hebdo.
Desde luego, estas declaraciones no podrán servir de mucho para comprender lo que está sucediendo y, por el contrario, puede enmascarar las profundas raíces de los movimientos terroristas yihadistas que, escudados tras de su fanatismo religioso, se atreven a destruir con esa saña a los otros, a quienes racional o irracionalmente han definido como sus enemigos.
No podría siquiera aventurar una buena explicación sobre el origen del extremismo religioso, sin embargo, veo sus consecuencias y algo se rebela en mi interior que me causa al mismo tiempo angustia y repulsión. Se agolpan mil preguntas que no sirven para explicar lo que está sucediendo. Ni siquiera imagino preguntas originales, lo que pienso ya lo escribieron mil opinadores más en cientos de periódicos ya bien sea en español o en cualquier otro idioma. De cualquier manera, quiero escribirlo, tengo que escribirlo.
¿Por qué en pleno siglo XXI el extremismo religioso gana adeptos con tanta facilidad? ¿Por qué el avance de la ciencia y la tecnología no ha frenado la capacidad de destrucción de la humanidad? ¿Por qué somos capaces de negar la humanidad del otro? ¿Por qué se nos ha podrido la sociedad en este absurdo?
Frente a la desesperanza en el mundo aparece el puritanismo espiritual para responder a la impotencia, para contrarrestar la ingobernabilidad, para paliar la angustia del presente. El suicidio aparece para algunos como única solución, la promesa de vida eterna es lo único que les hace soportable el absurdo de esta vida. No deja de asombrarme la juventud de muchos de los militantes de este movimiento de esperanza en el absurdo. Se derrumban clichés que afirman que la niñez y la juventud son el futuro del mundo, ¿qué hacer cuando son ellos quienes desprecian el futuro mismo?
Y como respuesta al puritanismo espiritual, echamos mano del nacionalismo maniqueo que divide el mundo clara y tajantemente en los “malos”, ellos y los “buenos”, nosotros, pero un nosotros excluyente, un nosotros que sólo abarca a los civilizados a los que están conmigo. La exclusión se convierte en salvaje pretexto para hacer cualquier cosa, para acabar con el enemigo, porque después de lo sucedido hay quien encuentra razonable reducirlos a la nada, hay pretexto para aniquilarlos. No ha de descansar Occidente, cualquier cosa que esto signifique, hasta lograrlo.
Y como aniquilarlos será imposible, en el camino sembramos odio, alimentamos el terror, justificamos la barbarie; señalamos con el dedo flamígero cuán bárbaro e irracional es el enemigo y nadie ve el reflejo de esta sinrazón en el espejo de aquellos ojos. No nos miramos al rostro, si acaso nos vemos a través de una encarnizada animadversión deshumanizada, deshumanizante.
Escucho con preocupación el discurso de Hollande y su parecido con el de Bush después del ataque que demolió las Torres Gemelas. El primero de izquierda, el segundo de derecha, y lo dicho por cualquiera, indistinguible. Me asombra pensar que se proponga cerrar fronteras, que quiera impedir el paso de personas cuando la economía global vive del libre tránsito de mercancías, cuando los terroristas están en el mismo barrio, cuando la organización se extiende y moviliza sin traslados.
Después de 2001 no hemos aprendido de nuestros fracasos, es evidente que somos incapaces de asumir la responsabilidad de los yerros en Irak, en Libia, en Siria, en el mundo árabe, ¿por qué pasamos de la primavera árabe al éxodo incontenible? ¿por qué no podemos ofrecerles refugio seguro a los expulsados?
No aspiro a tener respuestas, me gustaría tener preguntas que sirvieran para pavimentar caminos de esperanza no sólo para los franceses y los europeos, no sólo para los sirios y los libaneses, no sólo para los “buenos”.