Ricardo Becerra
La Crónica
17/05/2015
Fue Tzvetan Todorov el que advirtió con ejemplos dramáticos acerca de los peligros de la sobre interpretación. Visto en retrospectiva, Moctezuma, emperador de los aztecas, pudo haber acabado sin muchos contratiempos con los conquistadores españoles, de no haber creído ser protagonista de la nefasta profecía. Un ejército de decenas de miles, conocedor del terreno, sucumbió ante un puñado de soldados llenos de codicia y a caballo. Estaba escrito y así, con resignación, actuó el caudillo. Pudo más la profecía -puro cuento- que la realidad.
Los peligros de la sobre interpretación, como decíamos. Es el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien vuelve a ser poseído por el síndrome: “Debido a las limitaciones que impone la veda electoral, se adelantaron recursos durante el primer trimestre del año, por lo que en el actual ya se observan los recortes al gasto público” (El Financiero, 8/V/15). El artífice de las finanzas públicas, remata: “Va a haber un efecto a la baja debido al traslape de un trimestre a otro a causa de la veda electoral”.
Por embrollada que sea la reforma electoral de 2013, sus chifladuras no llegan tan lejos: ni en la Constitución ni en la ley electoral se prohíbe el gasto público, ni en programas sociales, ni en infraestructura, ni en ningún otro rubro que no sea el de la publicidad gubernamental.
Oigamos a la Constitución, (artículo 41, apartado C): “Durante el tiempo que comprendan las campañas electorales federales y locales y hasta la conclusión de la respectiva jornada comicial, deberá suspenderse la difusión en los medios de comunicación social de toda propaganda gubernamental, tanto de los poderes federales y estatales, como de los municipios…” etcétera.
Prohibida la propaganda, no los programas, no la actividad, no el gasto, menos en un país con tantas necesidades y carencias.
La confusión anida en la Secretaría de Hacienda pero su caso no es el único. Se ha reproducido en casi todos los niveles de gobierno. Páginas web reducidas; suspensión de información sobre servicios y trámites; actividades académicas canceladas, incluso obras públicas detenidas. Frente a enredos de este tamaño y de estas consecuencias para millones de mexicanos (los más pobres, por supuesto) ¿no es ya bastante claro que hemos ido demasiado lejos en el artificial quejerío electoral?
Y es que la sobre interpretación brota, no tanto de la ley, sino del miedo a la queja, el miedo jurídico a partidos mal acostumbrados a la litigiosidad extrema. Se quejan de todo y por todo como estrategia múltiple: para hacerse propaganda; para hacerse víctimas; para interrumpir la campaña del adversario; para denunciar y documentar “el fraude” por ellos anunciado; para justificar su derrota (si nos ganaron, fue a la mala). También las quejas sirven para esconder la miseria de ideas y de los candidatos propios.
En este entuerto –más allá del “diseño institucional”— el Tribunal Electoral tiene la responsabilidad mayor: a esta situación, ha respondido con esos criterios aleatorios, inconexos, a veces sorpresivos y con su chabacana postura “garantista”, ha permitido las quejas más estrafalarias y agregando confusión a la de por si confusa ley general electoral.
¿Por qué Xóchitl Gálvez sí y Marcelo Ebrard no? ¿Por qué quitar al INE –a la mitad del camino- facultades para sancionar? ¿Qué es “posicionamiento” o “sobre exposición”? ¿Qué significa “violar el modelo de comunicación política”? Malabares para no ir al tuétano de la cuestión: la compra de espacios en radio y televisión, única prohibición absoluta en la competencia electoral, infracción claramente señalada en la Constitución y donde radica el verdadero origen del desacato y deslealtad del Partido Verde.
A falta de una lectura clara, centrada fuertemente en muy pocas -pero esenciales- prohibiciones, los gobiernos vivirán largos “períodos de veda”, los pobres quedarán sujetos al humor del partido X, Y o Z, el Verde encontrará excepciones y excusas y el momento democrático, el de mayor debate, crítica y libertad (las campañas electorales), cederán su paso al borroso paisaje de spots vacíos, quejas locas y su correspondiente sobre interpretación.