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El debate público

Paridad

 

 

 

José Woldenberg

Reforma

12/07/2018

 

Sucesivas reformas han arrojado por fin paridad de hombres y mujeres en el Congreso. En el Senado el 49.22 por ciento serán mujeres, mientas que en la Cámara de Diputados serán el 48.80 (Reforma, 6-VII). Es la desembocadura de un largo proceso que conjugó movilizaciones, pleitos judiciales y exigencias de las mujeres y reformas encadenadas que obligaron a los partidos a postular para el Legislativo el mismo número de candidatos por ambos sexos.

         Fue en la década de los setenta que grupos de feministas plantearon en México llevar a cabo acciones afirmativas para fomentar la presencia de mujeres en el Congreso. Y las primeras medidas que aparecieron en la legislación lo fueron en el marco del proceso de transición democrática que vivió el país.

         Así, en 1993 y en un artículo del COFIPE se estableció que los partidos deberían “promover” la participación de mujeres como candidatas a los cargos de elección popular. Era una especie de llamada a misa puesto que los partidos podían o no hacer caso. Era una “norma imperfecta” como la denominan los abogados, porque no resultaba obligatoria, pero expresaba los nuevos vientos que soplaban en la República. No fue casual que para las elecciones de 1994 se produjera un leve incremento en la presencia de mujeres en las Cámaras: en la de Senadores del 7.8 por ciento (1991) al 12.5 (1994) y en la de Diputados de 7.4 al 15.

         En 1996 un nuevo cambio normativo pulió la intención. Se estableció que las candidaturas de los partidos no podían exceder de un 70 por ciento de un solo género. Era una disposición diseñada para las listas plurinominales. Pero como la redacción de la ley resultaba demasiado general, no fue raro que los partidos optaran por llenar el 30 por ciento de los lugares que les “correspondían” a las mujeres colocándolas en los últimos sitios o como suplentes. En 1997 fueron 17.2 por ciento de la Cámara de Diputados y las senadoras el 14.8.

         Ante el “fraude al espíritu de la ley” la consejera electoral Jacqueline Peschard plateó al Consejo General del IFE un acuerdo para que las candidaturas plurinominales se presentaran en tramos de tres, es decir, que por cada tres debía aparecer por lo menos una mujer. Lo cual fue aprobado. En el 2000 y el 2003 las diputadas fueron el 16.6 y el 23 por ciento de la Cámara y el 15.6 de senadoras.

         Esa disposición se volvería ley en 2002. A partir de entonces los partidos estaban obligados a que sus listas plurinominales para diputados y senadores no pudieran tener más de 70 por ciento de candidatos de un mismo género, presentadas en tramos de tres en tres y con una drástica sanción: las listas no serían registradas por el IFE si no cumplían ese requisito. Las senadoras para el 2006 crecieron levemente hasta llegar a 17.2 por ciento y hasta el 22.8 las diputadas.

         Fue la reforma del 2008 la que propició un nuevo salto. Se estableció que el límite para candidatos de un mismo sexo sería del 60 por ciento, y que los listados de representación proporcional debían presentarse en tramos de cinco candidaturas, dos de las cuales deberían ser mínimamente para mujeres. Así, en 2009 las diputadas llegaron a ser el 28.4 por ciento. No obstante, se presentó el lamentable episodio conocido como “las Juanitas”: diputadas electas que el mismo día de la toma de posesión renunciaron para que sus lugares fueran ocupados por sus suplentes, que resultaron ser sus esposos, hijos o jefes. Por ello, el TEPJF estableció que, a futuro, los suplentes debían ser del mismo género. Y así, en 2012 las senadoras llegaron hasta el 32.8 por ciento y las diputadas al 37.

Fue la reforma de 2014, que retomó una importante sentencia del Tribunal (2011), la que estableció la paridad en las candidaturas no solo para los plurinominales sino también para los uninominales. Además, hombres y mujeres deberían intercalarse uno a uno. Con esa fórmula en 2015 las mujeres diputadas representaron el 42.6 por ciento de su Cámara. Y ahora, como se ve, hemos llegado a la paridad casi exacta en el Congreso federal y también en los locales. Una historia digna de ser rescatada y valorada.

(Para ampliar en el tema son recomendables 2 libros: Adriana Ortiz y Clara Scherer. Contigo aprendí. TEPJF. 2015. Y Flavia Freidenberg (editora). La representación política de las mujeres en México. INE. UNAM. 2017).