Fuente: La Jornada
Rolando Cordera Campos
Es deseable, aunque poco probable, que la noche haya quedado atrás y podamos empezar a imaginar una recuperación. Es casi seguro, aunque indeseable, que esta recuperación sea lenta y nos ponga en el mismo nivel de actividad económica de 2008 hasta dentro de dos o tres años. Es seguro, y ominoso, que el empleo formal siga muy por debajo de las entradas anuales al mercado laboral, que se estiman en 800 mil jóvenes cada año. También es una certeza que en su mayoría, estos jóvenes no encuentren lugar en la educación media superior y superior, a cuyos espacios llegan, de cualquier modo, muy pocos de ellos. Muchos se quedan en las goteras de la secundaria y se dedican en las esquinas, como cuentan las encuestas sobre juventud, a no hacer nada
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Según el presidente Calderón, las duras y dramáticas cifras sobre producción y empleo que publicó el Banco de México permitirían pensar que lo peor ya pasó, en el primer semestre del año, cuando el producto cayó cerca o más de 10 por ciento. Todos, o casi, estaríamos dispuestos a acompañarlos en este voluntarioso pensamiento con la condición de que a la vez aceptara que lo peor puede estar por venir si a los números de la economía doméstica agregamos las tendencias de las cuentas con el exterior, la imparable compra foránea de alimentos, la caída en las remesas y, sobre todo, la al parecer incontenible destrucción de empleos en la industria moderna y larvaria que ha arrastrado al trabajo en los servicios, la construcción y ahora amenaza al propio empleo en el sector público, cuyas dimensiones locales, en los gobiernos estatales y los municipios, encaran ya una crisis fiscal de proporciones estruendosas.
Caer presa del deseo en estas circunstancias es un peligro mayor para México, un riesgo que no debería permitirse el gobierno, si por lo menos se asomara al registro histórico de las percepciones confusas, como la que le ocurrió a Roosevelt en 1937 y precipitó a Estados Unidos en una recesión de la que en efecto había empezado a salir. El grito empresarial de estos días está lejos del rutinario reclamo patronal y constituye una llamada mayor de alerta.
Presumir que no nos queda sino la recuperación, parece ser la consigna semanal de la Secretaría de Hacienda. Antes, sus jóvenes funcionarios se habían dedicado a propalar la especie de que de no haber sido por su oportuna intervención hubiéramos tenido una devastación económica. Poco impacto tuvieron estas leyendas, porque aquello del catarrito no se olvida y los números reales y sus tendencias no hablan de otra cosa que de un desastre productivo y laboral, del empleo y de la inversión, así como de las cuentas externas; y sin embargo, contra Galileo, la cosa gubernamental no se mueve de su macho y ahora se nos anuncian nuevos recortes al gasto que, con los subejercicios, en un descuido nos dejan al final del año con un superávit fiscal que no haría sino ponernos en el rumbo de una recesión mayor a pesar de los buenos deseos del Presidente y sus jóvenes turcos de la imagen y la percepción graciosa.
Sin mayoría en la Cámara de Diputados, el gobierno se prepara para vivir la experiencia del zombi, muerto pero mantenido en vida por el oxígeno de la lealtad ciudadana que quede y la astucia a que puedan darse los coroneles del PRI. Pero más allá de estratagemas electorales que más bien parecen fugas hacia delante, lo único a que debería aspirar el cuerpo político nacional es a ser mayor de edad, asumir las durezas de la realidad y dejar el deseo para la vigilia o los postres. De otra forma, todos nos volveremos locos y el país se incendiará o se consumirá en la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue.