Ricardo Becerra
La Crónica
25/11/2018
«Ya nadie lo gana» dicen unos. “Son demasiado pocos” afirman otros. “Los salarios están vinculados a la productividad y los trabajadores mexicanos estamos muy mal capacitados” tuitearon no hace mucho. “El problema está en los salarios medios, no en los mínimos” claman más allá.
Pero —bien vistas las cosas— resulta que el salario mínimo es mucho más importante de lo que parece por todas esas cosas juntas, sólo que al revés, o sea, 1) millones de trabajadores mexicanos (en la formalidad y en la informalidad) ganan el sueldo mínimo; 2) los salarios medios han estado permanentemente hundidos, “jalados” hacia abajo, porque el mínimo se fija en un nivel tan raquítico que casi todos los demás se ven afectados; 3) y en la economía mexicana ha ocurrido lo contrario: con dificultades la productividad global ha subido, pero los salarios no, y no lo hacen por una decisión política de largo plazo: los salarios serán utilizados como instrumento para contener la inflación, no para garantizar el bienestar elemental de quienes trabajan.
Uno de los estudios más interesantes —debido al INEGI— y a la minería de datos de la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto mostró desde 2015, con toda certeza, que podemos hablar de 1.5 millones de personas ganando el salario mínimo (véase http://www.inegi.org.mx/rde/rde_17/doctos/rde_17_art5.pdf). Pero ojo: hay otros dos millones que ganan menos que los 88.6 pesos diarios. Y más: otros 4.4 millones ganan de uno a dos salarios mínimos en un continuo que pasa de 90 a 100 pesos diarios.
¿Me siguen? “Soy un buen patrón y pago mas que el mínimo: 95 pesotes”. ¡Ajá! muy bien, qué buena persona, pero resulta que el valor para comprar una canasta alimentaria para sí y para un dependiente económico exige un ingreso de 102 pesos diarios.
Y todavía más: incluso si ganas dos salarios mínimos (más de la cuarta parte de los trabajadores formales rondan ese sueldo) tampoco escaparás de pobre. Ya no estarás en una miseria de hambre, pero no colmarás las necesidades exigidas por la canasta de bienestar (medida por el Coneval).
Como vemos, el salario mínimo se convierte en una “señal” sobre la cual se mueve y gravita una buena parte del mercado laboral. El propio INEGI advirtió en agosto: el número de trabajadores que perciben un salario mínimo o menos se incrementó 29.9 por ciento los últimos cuatro años para llegar a 8.6 millones de mexicanos, todos trabajadores, todos pobres… extremos. ¿Alguien quiere encontrar un ingrediente para explicar el hartazgo y malestar nacional, ése que votó exigiendo su “populismo”?
Y la productividad ha crecido, con parsimonia, a lo largo de todo el siglo XX. Pero los salarios ni eso. Incluso si nos metemos a los debates sobre el concepto y medición de alambicados economistas, encontramos que bajo cualquier método, los mexicanos somos más productivos que al arrancar el siglo. Sin ir más lejos, hace un mes, Coneval aseveraba en un informe: “La productividad laboral en México ha crecido a un ritmo lento, ya que para el periodo 2006-2017 se observa un crecimiento promedio anual de 0.3 por ciento… el crecimiento promedio anual observado en el periodo 2012-2017 fue de 0.7 por ciento. En el periodo más reciente, sólo en 2014 presentó un crecimiento relevante”.
Resulta entonces que el cacareado vínculo productividad-salarios simplemente no se cumple (la productividad sube de a poquito, los salarios bajan, considerablemente). Ahora bien, el verdadero debate está en otro lado: los salarios mínimos son un sueldo de garantía para aquellos que nos hacen favor de ejecutar las tareas menos calificadas (atender una gasolinera, limpiar los baños de los edificios públicos, recoger los platos de la comensalía, etcétera). En esa franja, lo importante es garantizar una subsistencia básica digna, que permita satisfacer lo más elemental de la existencia. Por eso el salario mínimo no es un precio de equilibrio, no es un precio de mercado, es un precio moral.
¿Así lo entendió el señor Campa Ciprián en su Secretaría del Trabajo? ¿Así el responsable de la Comisión Nacional de salarios, Basilio González? Claro que no. En cambio, fue la Comisión Nacional de los Derechos Humanos la que captó las vastas implicaciones sociales y morales del salario mínimo y emitió una Recomendación General: es hora de reentender al salario mínimo como piso irrenunciable, sin el cual la dignidad humana de quien trabaja se desvanece en el aire.
A mi modo de ver, allí está la importancia decisiva de los salarios mínimos.